El sindicalismo se ha tornado hoy -en casi toda su generalidad- en una de las principales herramientas con la que cuenta la burguesía para frenar, confundir y embarrar la cancha a la clase obrera y a los trabajadores. No sólo en la lucha por reclamos genuinos y por nuestros derechos (intentando apartarnos de una identificación clara como clase), sino también con sus cada vez más obscenas prácticas burocráticas. Mientras esto ocurre, los trabajadores masticamos bronca, viendo cómo -año tras año- los gobiernos de turno avanzan sobre nuestras conquistas históricas.
Así (por ejemplo) frente a las tremendas medidas anti populares del actual gobierno, lo único que le puso freno parcialmente ha sido la tenaz lucha de innumerables sectores que se plantaron desde abajo, a pesar del mencionado sindicalismo que se jugó todo con tal de frenar o romper esas luchas. O en el “mejor” de los casos, no tuvo la actitud de enfrentar decididamente las medidas del gobierno con la firmeza que demanda la clase obrera. Los muy sinvergüenzas llegan a afirmar que “la gente no acompaña”…
El sindicalismo hoy es una elite que decide en pequeños grupos y cúpulas, que resuelven a espaldas de los trabajadores. La característica principal es que esa supuesta organización de los trabajadores se ha transformado en subgerencias de las patronales o en apéndices de partidos políticos, para hacerse propaganda intentando rasguñar un mísero voto.
Esta situación choca decididamente con las aspiraciones y sentir de las grandes mayorías de los trabajadores. La situación se ha vuelto intolerante y es hora de pararles la mano.
Ha llegado la hora de la rebelión de las bases. Es un momento en donde se hace imperioso el surgimiento de un nuevo movimiento sindical revolucionario, donde su característica central esté basada en nuevas metodologías.
Ya no alcanza con la honestidad, la misma se ve limitada si no se hace fuerte la idea de que “si todo lo producimos, todo lo decidimos”.
Los trabajadores aspiramos a construir ámbitos de organización donde “mi palabra sea escuchada, y mis oídos puedan escuchar la voz de mis compañeros, y así entre todos tomar las decisiones”. Esto no va separado, ni es una contradicción insalvable con organizarse. Muy por el contrario, tal organización va a ser capaz de tomar las más certeras decisiones, garantizadas en las luchas con plena masividad. La masividad es la base para el triunfo.
Esta es la democracia directa, sin jefes, ni caudillos, ni tutores que vengan con “soluciones” decididas en las gerencias de los patrones y sus ministerios, o en las cúpulas de algún partido político. Avalado por procesos electorales sindicales tramposos, donde la rosca y el manijeo por parte de los aparatos son moneda corriente; donde las elecciones en los lugares de trabajo se hacen con listas sábanas, acompañadas de una feroz persecución hacia todo aquel que asoma la cabeza tratando de expresar oposición.
Que el rechazo, el descontento y la bronca frente a esas conductas nefastas y prácticas traidoras (ajenas a nuestros intereses y a las más nobles tradiciones de la clase obrera), se transformen en acción directa. En un proceso donde prime la organización de base inmediata y reinen las asambleas sector por sector, para así ir dándole forma a una revuelta nacional en contra de estas lacras que dicen ser “la organización” que nos representa a los trabajadores, cuando en realidad son una fuerza de la burguesía metida en nuestras filas.
Este nuevo movimiento sindical revolucionario en marcha, debe contar con un objetivo político nacional, nacido desde los intereses de TODA la clase obrera (más allá de la rama de producción a la que pertenezcamos), unido a un proyecto revolucionario que se plantee la liberación política y social en nuestro país.