Detrás de los últimos cambios de ministros y funcionarios del gobierno, políticos de la oposición han caracterizado dichos cambios como una pérdida de rumbo del gobierno. Que sacan a un keynesiano y ponen a un ortodoxo, o viceversa. Eso que ellos llaman pérdida del rumbo, no es más que la confirmación de que la burguesía monopolista no es que no encuentra un rumbo, sino que lo que no encuentra ni puede encontrar es homogeneidad y disciplinamiento en sus propias filas.
La crisis estructural del capitalismo mundial tiene su correlato en la Argentina; no hay sector de la oligarquía financiera que pueda disciplinar políticamente al resto, dado que la propia crisis lleva a que las disputas intermonopolistas se acentúen y se agraven.
Todo es incertidumbre, aquí y en el mundo, y en medio de esa realidad los capitales trasnacionales disputan palmo a palmo cada decisión, cada medida del gobierno y del Estado. Esta situación impide miradas de largo plazo. La rapiña se agiganta y los buitres del capital se sacan los ojos entre ellos por los negocios que a cada uno le conviene.
En este contexto, no hay proyecto de país posible de levantar por la burguesía monopolista. Todos son eslóganes de campaña que luego, ya en el gobierno, terminan siendo promesas incumplidas. ¿Se puede hablar de “pobreza cero” cuando el mundo capitalista lo que más produce son pobres año tras año? ¿Se puede creer que se terminará con el narcotráfico cuando es uno de los negocios más rentables de la oligarquía financiera en el planeta? ¿Se puede creer a un gobernante que dice que se modifican convenios laborales para que el trabajo sea “de calidad”, cuando lo que hace la burguesía monopolista en el mundo (de la que el gobierno macrista es parte) es barrer con las conquistas y derechos obreros para acrecentar su tasa de ganancia en desmedro de las condiciones de trabajo y de vida de los trabajadores?
En este último punto sí que la burguesía cierra filas y deja de lado, por un momento, sus diferencias. El gobierno de Macri está apuntando decididamente contra los derechos laborales del pueblo trabajador y detrás de ello se encolumnan todas las facciones de la oligarquía financiera que le exigen dichas medidas. Allí unifican el discurso y la acción con una visión clasista del problema: Si derribamos las conquistas, nuestra ganancia será mayor. Así razonan y así actúan.
Desde la clase obrera y el pueblo, nuestra visión debe ser también de clase. Ninguna facción de la burguesía monopolista será capaz de sacar de encima de los trabajadores el yugo de la explotación. Y ninguna de las medidas que está llevando el gobierno de Macri será beneficiosa para el pueblo laborioso.
El enfrentamiento a las medidas antiobreras y antipopulares del gobierno debemos darla desde el enfrentamiento cotidiano por los más sentidos reclamos, en la perspectiva de que ese sea un enfrentamiento político nacional.
La masividad, el protagonismo efectivo de las bases obreras y populares, es la condición indispensable para llevar a cabo dicho enfrentamiento y, en ese camino, construir las organizaciones políticas genuinas de las masas trabajadoras y no el apéndice de tal o cual partido.
Con la clase obrera a la cabeza junto a la mayoría del pueblo explotado y oprimido, con arraigo real y efectivo desde las bases, se necesita en esta hora de la lucha de clases impulsar y construir una herramienta política revolucionaria que levante en nuestro país un programa político de salida verdadera que represente las aspiraciones y las esperanzas del conjunto de las masas populares.
Como lo decíamos más arriba, la burguesía monopolista no puede ni aspira a resolver los problemas estructurales de nuestro país. Esa tarea la debe afrontar la clase obra argentina y convertirse, como en otra épocas de nuestra historia, en la convocante de un proyecto liberador de todo el pueblo argentino.