Como efecto inmediato de las grandes movilizaciones populares de las últimas semanas, la burguesía ha mostrado un temor atroz que la impulsó, a pesar de sus profundas diferencias internas, a la defensa del gobierno como institución estatal.
Lejos de haberse logrado la tan ansiada unidad política que les permitiere transitar sin sobresaltos por el carril de un solo proyecto o modelo, como les gusta llamarlo, las contradicciones se han acrecentado y, con ellas, se multiplicaron las recetas para enfrentar el próximo período ya abierto por el torrente de masas movilizadas.
Sin embargo, al ver peligrar la estabilidad del gobierno, a cada sector político parlamentarista que expresa, de derecha a izquierda, las múltiples visiones e intereses de una burguesía cada vez más fraccionada por virtud de la concentración monopolista, se le cruzó la imagen propia en el espejo de la lucha de clases y, como si fuera un espectro aterrador, esa presencia amenazante lo impulsó a la defensa ciega del gobierno, no por el gobierno en sí, sino más bien, la institución gubernamental.
Fiel a su esencia mentirosa, embaucadora y falsa, su eslogan fue «la defensa de la democracia».
A su servicio acudieron presurosos no sólo los voceros de los partidos tradicionalmente identificados con la clase en el poder, sino también aquellos parlamentaristas que levantan banderas rojas con críticas al sistema y otros que se dicen progresistas, socialistas, comunistas y hasta revolucionarios, salieron a explicar que querían que el gobierno termine su mandato y que la lucha y los reclamos no pretendían desestabilizarlo y, menos, poner en riesgo la «democracia».
«Democracia», tal como suena. Democracia esterilizada, sin carácter de clase… o más bien, perfectamente identificada con la clase dominante, o sea, democracia burguesa.
En definitiva, la más mentirosa democracia burguesa producto de la fase imperialista por la que transita el capitalismo, con dirección inequívoca hacia la profundización de su tendencia autoritaria. «Democracia» monopolista que es autocracia de un sector monopolista contra el pueblo.
Porque la democracia burguesa, expresión del anhelo popular de democracia del pueblo comenzó su decadencia como tal a partir de que la burguesía se instaló como clase dominante, es decir, desde el momento en que el proletariado y demás clases laboriosas del pueblo, dejaron de ser, para ella, el sustento material, la fuerza de choque masiva que le permitió desalojar del poder a la monarquía.
A partir de allí, comenzó el tortuoso camino que fue tornando a la democracia burguesa en una democracia cada vez más formal y con un contenido cada vez más impopular.
Hoy, en nuestro país, los argumentos que pulularon en los medios masivos de difusión a favor de la defensa de la democracia burguesa, si no fuera por la dramática situación social que viven las mayorías populares, moverían a risa estentórea.
Veamos: «El gobierno fue elegido por la mayoría y debe cumplir su mandato»
Un argumento que «olvida» que este gobierno -como todos sus antecesores- ha engañado con falsas y arteras promesas al pueblo, basándose en las cuales se hicieron de los cargos gubernamentales, legislativos y judiciales (estos, a través del uso de sus mayorías o acuerdos espurios en el senado), para beneficiar a los monopolios. Nos preguntamos, ¿por qué tiene que quedarse hasta el final de su mandato? ¿Hay que defender la continuidad del delito de fraude?
«Desestabilizar al gobierno es desestabilizar la «democracia».
Un argumento que desconoce el ejercicio de la democracia directa que, a través de las asambleas en fábricas, barrios, centros educativos y, en general, en toda movilización viene realizando el pueblo para ejercer su voluntad y lograr todo lo que ha conquistado en estos últimos años. Por el contrario, desestabilizar el fraude gubernamental estatal es fortalecer la democracia popular.
«Si al gobierno le va bien, el país va a estar mejor».
Ese argumento intenta identificar los destinos del gobierno con los destinos del pueblo trabajador.
¡Mentira! ¡Falsedad absoluta..! Como todos los gobiernos que le precedieron, éste es un gobierno de un sector de los monopolios y, por lo tanto, tiene intereses contrapuestos a la clase obrera, los trabajadores en general y todos los sectores populares. La ganancia de los monopolios y de la burguesía en general surge del trabajo de la clase obrera y es parte de un mismo segmento compuesto además por el salario. De tal manera que el crecimiento de la ganancia implica pérdida de salario y viceversa. Es decir que se trata de intereses no sólo contrapuestos sino, además, irreconciliables. En consecuencia, si al gobierno de los monopolios le va bien, a las trabajadores y al pueblo laborioso le va mal… muy mal.
Por esa razón, nada es más justo y acertado para las mayorías populares, no dejarlos gobernar al presidente y sus equipos de turno, ponerles palos en la rueda, movilizar y accionar contra cada uno de sus proyectos, sostener las luchas y organizar la fuerza capaz de hacerlos retroceder y robustecerla día a día para que conquiste el poder y ponga al nuevo Estado revolucionario al servicio de los intereses de la clase obrera y el pueblo.
Éste es el sino de la fase que estamos viviendo de la mano de la rebelión de las bases, que no dejan gobernar y asestan golpe a golpe defendiendo y ampliando la democracia directa, una democracia revolucionaria que despunta en cada lucha y que va matando a la decrépita y moribunda democracia burguesa al servicio de los monopolios.