Si miramos hacia atrás, venimos de cuatro décadas de oscurantismo, en donde sistemáticamente la clase dominante impuso la idea de que la única salida a las crisis se resuelve con más capitalismo. Introducir en este marco los pensamientos revolucionarios siempre se presentará complejo.
Pero mal haríamos en abordar el tema de la lucha ideológica en el terreno de la “pura” ideología. Los oportunistas de “izquierda” han bajado todas las banderas revolucionarias, se han entregado al campo de la burguesía, pretenden dar batallas en la fortaleza misma del poder, en donde se les permite las más aberrantes bravuconadas “antisistema” en la medida que ellas no afecten los intereses de clase burguesa.
Mientras tanto, todo el arco “democrático burgués” vive temporales políticos, sobrelleva sus negocios con ganancias rápidas en el no menos crítico mundo globalizado.
La “pura” ideología revolucionaria no es buena consejera para la revolución socialista que se necesita, ya que ésta posición conlleva una subestimación a la clase obrera y al pueblo, es decir: se necesita primero “educar” para (luego) saber por qué se lucha.
A la clase dominante hay que enfrentarla en varios frentes simultáneos, pero el terreno político lo abarca todo porque es el terreno fuerte de la revolución y es el terreno más débil de la burguesía.
Los revolucionarios contamos con una ideología basada en el Marxismo Leninismo, el materialismo dialéctico y el materialismo histórico son las bases fundamentales de todo un pensamiento independiente del proletariado, pero intentar dar batalla sin política concreta sería un error.
Pero a decir verdad, allí vienen los problemas… y aparecen entre medio los intereses de clase o sectores de clase ajenos al proletariado. La política cotidiana la subordinan a las elecciones, la clase burguesa que sostiene el actual sistema capitalista es experta en este terreno y -como puede- lo lleva a cabo.
Para la revolución, en cambio, la política de todos los días se subordina a la lucha por el poder y es por esa misma razón que el terreno a disputar a la clase dominante es el político, es el ardor que le metamos en todos los planos del enfrentamiento. Y para ello, no hace falta que todo el pueblo sepa de la ciencia Marxista Leninista para luego tener un “compromiso” revolucionario. Sí exige de los revolucionarios la elaboración de las políticas movilizadoras, organizadoras y de las metodologías a desarrollar.
Es en este plano de interés de clase, que a este gobierno no hay que dejarlo gobernar. Hay que levantar la mirada para asimilar el porqué hay que pegarle en todos lados, crearle un estado de ingobernabilidad basado en la idea que toda lucha política o económica encarada por nuestro pueblo afirma el eje táctico. Y a la vez, permite desarrollar todas las aristas propias del proceso revolucionario: la organización y la metodología que eleva el plano consiente del por qué se lucha.
Los revolucionarios no subestimamos ninguna lucha y es por ello que es en ese andarivel -que es más fértil para asimilar y entender el camino de la revolución- salimos de la teoría por la teoría misma para trasladar la ideológica del proletariado al llano, al entendimiento de la misma en cada embestida concretada.
El gobierno de Macri es débil, el contexto internacional nos está marcando un sostenido avance de los pueblos del mundo que no permite acomodar a la burguesía monopolista. Estamos en un momento histórico en donde las políticas revolucionarias pueden y deben navegar entre el proletariado y el pueblo para alcanzar a ser una alternativa política a todo el poder burgués.
Cuando se realizan medidas de lucha, cuando ellas se organizan con metodologías independientes de la clase burguesa, cuando hay presencia de movilización, cuando se enfrenta la impunidad del poder y cuando todo ello se subordina a la lucha por el poder, entonces sí podemos afirmar que transitamos un camino que está lejos de subestimar al pueblo, de la utilización de su lucha, de que cada expresión de enfrentamiento no es en vano y que los revolucionarios nos alejamos de la idea electoralista del “luchismo”, muy ajena a la idea de clavar estacas que permitan robustecer las fuerzas políticas de la revolución, que evite “jugar al todo o nada” y llevar a un callejón sin salida cada estocada.
Hay que seguir preparando las fuerzas capaces para dar un salto político. Ese proceso de acumulación en las masas se está dando, pero es tarea de los revolucionarios transmitir a todo el pueblo los planes en danza que existen y que nada tienen que ver con planes “conspirativos” como nos tienen acostumbrados los políticos de toda laya.
¡En cada momento de la lucha de clases, todo el pueblo debe saber hacia dónde vamos, y que pretendemos!