El presidente de la Nación, en su calidad de títere de los grupos económicos más concentrados de la economía, no deja pasar oportunidad para exhibir su condición de clase, apelando al más vil de los cinismos, provocando a la clase obrera y al conjunto del pueblo trabajador.
Repite, por ejemplo y cada vez que se le presenta la ocasión, que «cada argentino debe producir lo que consume», dejando pasar por alto el evidente dato de la realidad que nos indica que los trabajadores producimos, por lejos, mucho más de lo que consumimos, constituyéndonos en la clase que sostiene de ese modo el andamiaje de toda la sociedad.
Otra frase que quedó para los anales de la historia, fue la que pronunció el presidente en el acto de apertura del «mini Davos», acaecido el mismo día del último paro general, de características masivas, y que le propinó un duro golpe a la gobernabilidad burguesa: dijo, sin ruborizarse de su propia vagancia e inutilidad, «acá estamos, trabajando», en clara alusión a los que ese día decidieron no trabajar para llevar adelante un plan de lucha.
Él, que representa a la clase dominante y defiende sus intereses, no es, justamente, por su condición de clase, un trabajador: la burguesía no produce nada, no genera nada, todo lo que se consume en el conjunto de la sociedad lo produce la clase trabajadora. A costillas del proletariado vive la burguesía explotadora, en condiciones muchas veces insultantes cuando exhibe sus lujos y suntuosidades frente a la gran mayoría del pueblo, que debe hacer lo imposible para sobrevivir y llegar a fin de mes.
El plan de la burguesía es claro: incremento feroz de la productividad, reducción de los costos laborales, es decir, achicamiento del salario real, que cada vez alcanza para comprar menos productos. El mismo cinismo exhiben los funcionarios del gobierno burgués: dicen y se desdicen, como ocurrió en estos días frente a la repudiable sentencia de la Corte Suprema acerca de la ley del 2 por 1. Repudiada y rechazada por la gran mayoría del pueblo, ahora no se cansan de salir en los medios para expresar su falso rechazo.
Subestiman el poder del pueblo: apuestan a su “pasividad”, cuando ya ha quedado en claro que la lucha se va a librar en las calles, conquistando ese espacio, y así ocurrió en diversas jornadas de los meses de marzo y abril, y así seguirá ocurriendo cada vez que este gobierno de entrega y usura pretenda avanzar sobre los derechos del pueblo.
La burguesía transita por el terreno resbaladizo de la crisis de la gobernabilidad. El gobierno es débil, y enfrenta a una clase obrera que cada vez con más fuerza está dispuesta a organizar las luchas desde abajo, rebasando a las corruptas cúpulas sindicales, funcionales a los intereses de la clase dominante y explotadora.
El pueblo no va a bajar sus banderas. El horizonte político es el de la lucha por la toma del poder, ese es el camino de la liberación del ser humano y la aspiración a una vida digna.
La lucha de clases se tensa cada vez más y esa tensión social se percibe en los barrios, en los lugares de trabajo, en la calle. La misma, da cuenta de la independencia de la clase trabajadora que pugna por defender sus derechos y disputarle el poder a la burguesía.
Por todo ello, la consigna de la lucha es,no dejarlos gobernar, no permitirles avanzar contra los intereses del pueblo, combatir sus planes de intensificar la explotación de los trabajadores. Una lucha que se debate en el terreno político y que, como ya se ha señalado, tiene como punto de mira la toma del poder y la Revolución Socialista.