Todos los sindicatos están regulados por el Estado. En criollo quiere decir que para poder funcionar, necesitan encuadrarse en leyes confeccionada por la burguesía y controlada su ejecución también por ella a través de la Justicia Laboral, la justicia civil y la justicia penal.
Desde que se establecieron las leyes de asociaciones profesionales con el objeto de supervisar, controlar y amenguar el ímpetu de la lucha de los trabajadores –en una palabra, la lucha de clases–, las mismas sufrieron diferentes reformas que implicaron normativas y decisiones que condicionaron cada vez más la autonomía de los trabajadores de la clase social que los explota y los subyuga: la burguesía. Ellas son la flexibilización laboral, la eliminación del sábado inglés, la turnicidad que supera las condiciones físicas y mentales de los seres humanos, y los salarios de hambre, entre otras.
Con el transcurso de los años y la agudización de la lucha de clases, los dirigentes encumbrados en esas asociaciones sindicales fueron transformándose desde burócratas y patoteros en gerentes y policías (lisos y llanos) de las empresas en el interior de las fábricas y ámbitos laborales en general.
Sólo la lucha y la acción masiva de los trabajadores pudo torcer ese destino haciendo que algunos pocos de esos sindicatos, de alguna manera, expresaran los intereses de los trabajadores. No obstante ese logro está empañado por la regulación de las leyes burguesas sobre los sindicatos a las cuales hay que someterse, pues de lo contrario se salta el límite y quedan expuestos legalmente. Es decir que si se lleva adelante una lucha que no siguió rigurosamente los pasos legales impuestos por la ley vigente, a ese sindicato se lo multa, se lo sanciona o se le saca la personería jurídica, con lo cual deja de ser la organización “legal” representante de los trabajadores del sector. Pero en la propia historia de la clase obrera hay experiencias en donde esos mismos dictámenes «legales» también fueron derribados por la lucha.
En el plano histórico, y producto de la presión ejercida desde las luchas, hubo conquistas en donde a la burguesía «no le quedó otra» que transformarlas en ley. Muchas de ellas son las que hoy se intentan barrer o se han barrido, presentándolas como una «traba» a la productividad.
El reformismo, el izquierdismo y el populismo temen caer en esa “ilegalidad” y, aunque gritan e insultan con fraseología súper revolucionaria, defienden a capa y espada todos los preceptos impuestos por la burguesía con tal de ser ellos los que ocupen los cargos y sillones directrices de esas instituciones sindicales corrompidas pretendiendo que la masa de trabajadores los acompañe en sus decisiones que toman entre cuatro paredes y a espalda de los mismos, al solo fin de aumentar su caudal electoral.
En suma, los sindicatos actuales no son ni pueden ser el instrumento que sirva a los trabajadores para poder representarlos en sus aspiraciones de lograr mejores condiciones laborales, mayores ingresos y avanzar simultáneamente en el camino de la liberación del trabajo asalariado, que es el grillete que aprisiona nuestras piernas y nos mantiene sujeto a la voluntad de la burguesía quien decide si nos dará trabajo o no, con lo cual es lo mismo que decir si podremos conseguir los medios necesarios para vivir o no.
He ahí, la fundamental razón de por qué necesitamos los trabajadores un sindicalismo revolucionario. Revolucionario porque se basa en la independencia de clase, aunque la burguesía no lo considere encuadrado en sus leyes. Revolucionario, porque rompe con las estructuras de control y dominio de la burguesía y sus gerentes sindicales a quienes deberemos además, echar de los ámbitos fabriles y de los laborales en general, aunque en determinadas circunstancias, se utilice sabiamente la legalidad instituida para lograr los objetivos sin dar lugar a que esa “legalidad” no sea el marco que aprisione la voluntad de los trabajadores.
Revolucionario, porque en las decisiones y las acciones debemos participar todos los trabajadores con los mecanismos que desde hace ya varios años se están implementando no sólo en las luchas y movilizaciones que se vienen dando a lo largo y ancho del país a través de las asambleas y la democracia directa en las fábricas y empresas, sino que ya constituyen un capital del pueblo.
Revolucionario porque la lucha es su carta de presentación y la unidad nace desde la raíz profunda de esa lucha. Revolucionario porque acumula desde la fuerza otorgada por esa lucha y la organización nacida al calor de la misma y rechaza todo camino que lo conduzca al falso objetivo de acumular a través de la negociación para recurrir a la movilización sólo como elemento de presión, de acompañamiento, de comparsa o de justificación para terminar aceptando mansamente las imposiciones de la burguesía.
Revolucionario porque la fuerza de la movilización, la acción, la resolución con participación masiva y la unidad de todos los trabajadores que no reconoce diferencia entre permanentes de planta, contratados, tercerizados o eventuales, son la garantía de que los objetivos de la lucha puedan llegar a buen puerto.
Revolucionario porque considera a las diferentes ramas laborales como una circunstancia diferencial histórica que debe ir superándose hasta llegar al verdadero significado, actualmente arteramente escondido, de que todos somos trabajadores y que el logro de una conquista de sector o grupo incide en la masa salarial o condiciones de trabajo de todos y, en consecuencia, es un triunfo de toda la clase.
Revolucionario, porque una organización nacional única que exprese esas características mencionadas, es factor de acumulación de fuerza real contra la fuerza real de la burguesía con la cual se debe combatir diariamente hasta lograr la liberación del ser humano del trabajo asalariado impuesto por la clase dominante dueña de todos los medios de producción.
Revolucionario, porque la práctica histórica de los trabajadores ha impuesto estos principios que no resultan invención de nadie ni de grupo supuestamente esclarecido, sino virtud de la movilización, lucha y enfrentamiento de las últimas décadas de toda la clase que así materializa sus aspiraciones genuinas.