El gobierno de los monopolios ha desnudado por completo su intención de disciplinar políticamente a la clase obrera y las masas asalariadas. En medio del conflicto de los choferes en Córdoba, que duró nueve días, el presidente Macri cargó contra los trabajadores haciendo referencia “a la industria del juicio” poniendo esta situación como la excusa de los empresarios para no invertir y, por ende, “evitar el progreso del país”.
El discurso gobernante y el de toda la burguesía monopolista es que los trabajadores tenemos la culpa de los males en nuestro país. Muchos derechos, muchas conquistas, que impiden el “normal” desenvolvimiento del capital. En estas intenciones, la burguesía en el poder no muestra fisuras; contra el enemigo de clase se unen y nos advierten que deberemos ponernos a trabajar como a ellos se les antoja para que sus ganancias sean garantizadas y aumenten al ritmo y en la cantidad que los capitalistas deseen. En ese intento político buscan dividirnos entre los trabajadores mismos y a los trabajadores con el resto de los sectores populares.
Como en otras etapas de la lucha de clases en nuestro país, la clase obrera y trabajadores en general nos encontramos ante un desafío de características históricas. A la par que debemos seguir organizándonos para la defensa de nuestras reivindicaciones y conquistas se impone como condición, para que esa lucha se fortalezca aun más, comenzar a presentar la batalla en el terreno político para poner freno a la política de la burguesía monopolista.
Todas las luchas son importantes y suman al torrente caudaloso e impetuoso que está viniendo desde lo más profundo del movimiento de masas. La rebelión de las bases ya ha dejado de ser una tendencia para convertirse en una realidad concreta que caracteriza la nueva situación de la lucha de las clases. Este movimiento se consolida y seguirá abriéndose camino. Pero el embate político e ideológico de la clase dominante contra la clase obrera debemos enfrentarlo con un proyecto político que vaya contra el plan de la burguesía, que busca convencer a la sociedad de que la decadencia de nuestro país es culpa de los trabajadores y no de la clase burguesa que tiene el poder.
Ese discurso y el intento de disciplinamiento político van de la mano.
El elevamiento desde la lucha cotidiana al plano político es imprescindible para enfrentarnos como una sola clase contra nuestra clase enemiga.
Para llevar adelante este objetivo se hace imprescindible seguir presentando el enfrentamiento desde la masividad y la participación plena de la masa de los trabajadores. Que cada lucha por nuestras reivindicaciones sepa buscar los eslabones que la unan a las reivindicaciones y la lucha de nuestros pares. Que a partir de allí, de lograr esa unidad, busquemos la unidad con el resto de los sectores populares para pelear en le terreno concreto contra el discurso y el ataque de la burguesía. Desde la misma experiencia de organización y construcción por abajo debe surgir la organización y construcción de una herramienta política de los trabajadores que dispute abiertamente las intenciones políticas de la clase en el poder, levantando un programa de salida política para el conjunto del pueblo argentino.
En estas tareas el papel de los revolucionarios es, precisamente, incentivar e impulsar esta unidad política desde las bases, la que está muy lejos de las políticas electoralistas y oportunistas que sólo ven la lucha como un mero escalón para posicionarse como candidatos o ganar afiliados a sus partidos, y llevan la lucha por los carriles que la burguesía dictamina y tolera.
Los revolucionarios tenemos la obligación de politizar la lucha en cada momento y en cada lugar, vinculando cada enfrentamiento concreto con la política general de toda la clase burguesa.