Mientras intenta desplegar una política de disciplinamiento y flexibilidad laboral, de reducción salarial y convenios a la baja, de productividad, de hostigamiento a la clase obrera, con amenazas, con despidos, con ningunear las conquistas logradas, en función de profundizar la explotación; el gobierno macrista intenta justificar el creciente estado de movilización de la clase obrera como expresión del marco electoral, tratando de esconder el contenido real del despliegue de huelgas, de manifestaciones, estado asambleario, que con renovada fuerza va en creciente aumento.
Intenta hacer pasar el amañado engaño electoral como el fondo de todo lo que ocurre, buscando no solo preservar la respetabilidad de la institucionalidad burguesa, sino esconder el hecho que la lucha de clases transita caminos que ya pueden no ser contenidos dentro de los marcos de dicha institucionalidad.
Es decir, se busca disimular los planes de explotación a la clase obrera, en el marco de la llamada gobernabilidad. Que no solo se reduce a la institución electoral dentro de los marcos de la democracia burguesa sino al acatamiento silencioso de los pactos entre las burocracias sindicales y las patronales, con el Estado como garante de los mismos.
El marco de situación es el rechazo de los trabajadores a estas políticas que constituyen el armazón de sus planes de explotación. Este cuadro, que está muy lejos de ser una conspiración de las “fuerzas de oposición electoral” que juegan dentro del sistema (sean del palo político que sean), transita el andarivel de las bases y, por el contrario, también se llevan puesto y pasa por arriba a esta “institucionalidad opositora y oportunista”, que enquistada en el seno del movimiento obrero busca sacar tajadas electorales de las genuinas expresiones de lucha que emanan desde abajo.
Sin dudas, la complejidad y dinámica de toda esta situación esta abonada por las nuevas expresiones que surgen al calor de una lucha de clases que no les da respiro. Que descolocan de los andariveles institucionales a toda la superestructura, que muy preocupada intenta cerrar filas para arremeter con más furia contra la rebelión de las bases.
Como botón de muestra y sin ir muy lejos, el cretinismo político de Fernández de UTA y su séquito no dejan lugar a dudas. Hombre de las corporaciones del transporte, que frente al desarrollo del enfrentamiento de los choferes, pergeña una política de despidos y de aprietes en la 60, de persecución hostigamiento y represión en Córdoba. Junto a la institucionalidad burguesa arremete contra el derecho de huelga, haciendo de la utilización de la violencia física contra los trabajadores un medio justificado para “defender la democracia sindical”, capaz del más vil oportunismo frente al lamentable asesinato del chofer el jueves pasado, tratando de separar las demandas por condiciones dignas de salarios y de trabajo con cuestiones de la propia seguridad de los mismos. Ni hablar de los aprietes para tratar de impedir la movilización de ayer viernes, de los choferes de las líneas de trasporte en Plaza Miserere.
Para él, como para toda la superestructura del poder, los trabajadores son los únicos culpables, y como dijo uno de esos burros con visera: «son unos tarados”. Así son los burgueses y sus empleados: despiadadamente inhumanos
El amplio movimiento de las bases ya manifiesta el hartazgo y el odio a toda esta podredumbre de una clase burguesa que pretende seguir descansando sobre las espaldas de los obreros la explotación. Esa rebelión de las bases hace saltar el olor fétido y mugriento que emana de toda esta política. Que para colmo, no sólo desnuda su reaccionaria conducta sino la guerra de intereses monopolistas y corporativos que hay detrás de ello.
Pues en el transporte en particular, hay desatada una guerra por la concentración de líneas como nunca se ha visto hasta ahora, que mantiene en vilo a toda la corporación entera.
Vemos pues que la institucionalidad burguesa y su Estado, que aparenta ser el lugar a defender como bajan sus discursos, es en realidad es un excremento agusanado donde abrevan ratas de todos los colores en función de someter a la clase obrera.
El problema para ellos es doble: el movimiento político de la rebelión de las bases y la ingobernabilidad desde abajo por un lado, y por otro, la preservación de sus planes. Esta realidad no los hace fuertes, por el contrario, los debilita. De allí que tratan a toda costa de abstraer a los trabajadores de sus genuinos intereses y meterlos en la propia guerra que se ventila en su seno.
Para la clase obrera, el desarrollo de la organización de las bases y la conquista de la independencia política, la creación de su institucionalidad de clase revolucionaria, de un proyecto revolucionario, es -por el contrario- una sola política nacional en pos de la conquista de una vida digna, por medio de sus órganos de poder, por medio de sus metodologías autoconvocadas y el ejercicio de la democracia directa. Este camino que ya se transita es el que está provocando el tembladeral de toda la superestructura.