Durante la década del 90, la burguesía en la Argentina logró imponer un discurso y una política que ponía en el centro de los problemas del país los “privilegios” que gozaban los trabajadores y el pueblo. El gasto del Estado era excesivo y, por lo tanto, se privatizaron empresas, se desmanteló la salud y educación pública, se derribaron conquistas y derechos de los trabajadores, se abrieron las importaciones para ser “competitivos”, se beneficiaron a las grandes empresas monopolistas dejando como consecuencia el cierre de miles de establecimientos productivos y comerciales dejando en la desocupación a millones de trabajadores. Todo, en pos de poner a la Argentina en “el concierto de la naciones”, como le gustaba alardear al entonces presidente Menem.
Las consecuencias no hacen falta comentarlas.
La “nueva política” del presidente Macri no hace más que reiterar viejas y gastadas frases y eslóganes absolutamente vacíos de contenido. Los medios de la burguesía amplifican dicho discurso y celebran que los líderes mundiales destaquen y elogien el rumbo del actual gobierno. La reiterada cantinela de que es necesario crear un buen clima de negocios para que la oligarquía financiera mundial invierta sus capitales en el país, es la única propuesta (si así puede llamársela) que el gobierno de Cambiemos promete a la sociedad.
Que la experiencia mundial demuestre que allí donde dichas políticas han sido posibles de llevar adelante, lo único que han conseguido es un empobrecimiento del nivel de vida de millones de seres humanos, parece no importarle a nadie. Ni siquiera es un dato menor. Del llamado relato kirchnerista se pasó al relato macrista sin escalas. Nadie cuestiona, nadie mira más allá de la zanahoria que el poder monopolista les pone enfrente.
En la nota de ayer decíamos que la burguesía tiene la desvergüenza de ofrecernos trabajo, cuando en realidad los desposeídos de los medios de producción que ellos concentran estamos obligados a darles nuestro trabajo. Pero por si esto fuera poco el trabajo que “ofrecen” es un trabajo cada vez más precarizado, con salarios cada vez más miserables, con jornadas y condiciones agotadoras. Nos dicen que para que nos “puedan dar ese trabajo” debemos aceptar convenios a la baja, dejar atrás más conquistas y más derechos adquiridos. El credo del capitalismo en esta etapa de crisis mundial es imponer penitencias sin que nunca podamos despojarnos del pecado. Que trabajemos en peores condiciones para vivir cada día peor.
Esto cuenta para el obrero de un establecimiento fabril, los trabajadores del sector educativo, de la salud, del comercio, las empresas de servicios, los profesionales independientes. Ni que hablar de los que trabajan en negro, los cuentapropistas, los changarines.
El ataque al nivel de vida del pueblo trabajador es la única solución que la burguesía monopolista tiene a la hora de sobrellevar su crisis estructural. El sostenimiento de su tasa de ganancia, o evitar que ésta caiga en demasía, sólo es posible si los trabajadores vivimos cada día un poco peor para que ellos sigan concentrando la riqueza.
Por ello levantamos la idea política de NO DEJARLOS GOBERNAR.
Cualquier proyecto político de la burguesía, más allá de sus formas y denominaciones, apunta a ese objetivo. De allí que los trabajadores en general, y la clase obrera en particular, no podemos esperar soluciones a nuestros problemas de vida que provengan de la clase dominante. Necesitamos los trabajadores, desde nuestros intereses y desde la posición que ocupamos en la sociedad (dado que somos los que ponemos en marcha todos los días al país) erigir una propuesta política propia, nacida al calor de la lucha y la organización que rompa con cualquier tutela burguesa, para construir un horizonte de salida real para todo el pueblo argentino.
Sacándonos de encima el corsé de la democracia burguesa y ejerciendo la democracia directa; haciendo de la decisión y participación masivas un arma letal contra todo tipo de encumbramiento de dirigentes u organizaciones que busquen llevar agua para su molino; despojándonos de la legalidad burguesa (pisoteada en todo momento por la propia burguesía) para imponer la legalidad desde las bases con la lucha, la movilización y la organización que los propios trabajadores elijamos darnos para la defensa de nuestros derechos y reivindicaciones; sepultando las falsas divisiones que promueve el poder burgués (y que intentan profundizar en época electoral) construyendo una unidad que se asiente en nuestra identidad como trabajadores, más allá del gremio, sector o tarea que realicemos.
En definitiva, levantando un BASTA, a lo largo y ancho del país, de soportar siempre las mismas políticas de la burguesía que siempre serán para que ellos sigan concentrando cada vez más riqueza producto del esfuerzo cotidiano del pueblo trabajador.