Los “tira bomba” en el Parlamento son custodios del sistema cuando se trata de frenar que el pueblo gane la calle. Vociferan contra el gobierno de Macri, se escandalizan una y otra vez al compás de las medidas que se toman… pero le temen a la movilización, la calle los espanta.
La ex presidenta propuso meter toda la energía en el plano electoral, desalentó y frenó lo que prometía ser una fuerte expresión de rechazo al gobierno para el día 7 de agosto en la conmemoración de San Cayetano. Dijo “no” y su primera línea de fuego apoyó esa propuesta. La CGT y todo el aparato empresarial -sindical sintieron un fuerte apoyo político para encerrarse en sus estructuras. Todavía está muy fresco cuando tuvieron que correr en marzo. La expresión de repudio existente en las bases a toda esta putrefacta estructura sindical sigue intacta.
Las aguas están divididas. Por un lado, la propuesta electoral que se disputan las diferentes facciones burguesas, y por el otro, el pueblo explotado y el oprimido que debe ganar la calle para frenar los embates de la clase dominante.
Para los revolucionarios, a diferencia de cualquier especulación electoralista, la consigna de ¡no dejarlos gobernar! tiene como principal bandera la movilización. Y dentro de ella, la exigencia de ir fortaleciendo las organizaciones políticas independientes que expresen el verdadero interés de clase de la gran mayoría del pueblo.
Estamos en un momento complejo de nuestra historia: el gobierno de Macri ahonda sus medidas de ajuste, la oposición burguesa y parlamentaria aúnan esfuerzos para sostener el sistema de dominación, los une el “no hacer olas”, saben que abajo “el horno no está para bollos”.
De este lado de la barricada se acumula odio, bronca, se ha asimilado que vamos para peor, se siente de que algo tiene que pasar para que cambie el rumbo de las cosas.
Pero en este ir y venir de la lucha de clases, existe un elemento subjetivo que está en danza, que es la disposición de nuestra clase obrera y de todo nuestro pueblo a no seguir tolerando este apriete.
No hay fuerza política capaz de negar el sentimiento que se esconde tras el despojo, solo pueden atinar a frenarlo, controlarlo por algún tiempo, pero el futuro está signado por nuestro pasado, y los revolucionarios apuntalamos la idea de ir a favor de la historia, ayudar a desatar las fuerzas que subyacen en la sociedad de clases y motorizar -desde el enfrentamiento- la movilización que sea capaz de provocar ingobernabilidad.
Esas fuerzas hay que desatarlas, las mismas que la ex presidenta (al compás del gobierno) desean acomodarlas para las “PASO”.
Nuestro pueblo se encamina a pararles la mano, aunque tengamos hoy dificultades. Igualmente, lo hará de mil maneras y aprovechará cualquier resquicio para hacerlo. Pero se va acumulando bronca y odio, la burguesía no tiene el suficiente consenso para pasearse victoriosa con el ajuste, el engaño y la represión sistemática. Por eso va y viene, por eso el “gradualismo”, lo intenta todo, pero no puede borrar el aspecto subjetivo existente en el pueblo: así las cosas no van más.
No es suficiente para el gobierno crear miedo con la pérdida de puestos de trabajo, chantajear con lo que tiene a mano, la gran mayoría no llega a fin de mes y todas las promesas se han ido por la ventana. Las condiciones de vida han empeorado notablemente.
Este ingrediente -no menor- no es suficiente para pararles la mano. A ello hay que sumarle el golpe por golpe, que sepan que tienen el terreno minado, que aún la tortilla no puede darse vuelta pero sí podemos hacerles la vida imposible, tanto resistiendo medidas de ajuste, como conquistando reivindicaciones.
Es un momento clave, los revolucionarios deberemos sostener con firmeza el no dejarlos gobernar desde las bases, desde los puestos de trabajo, estudio, los barrios, etc. y seguir vertebrando en cada enfrentamiento una fuerza política independiente unitaria que salga al cruce de las fuerzas políticas de la burguesía, que le temen a la movilización, llámense como se llamen.