Ya son varios los días en las que la destitución del ex ministro Julio de Vido de su cargo de diputado nacional llena miles de centímetros de diarios y sitios de Internet y miles de minutos de radio y televisión.
Vemos cómo diputados de uno y otro color argumentan a favor y en contra de la decisión que deben tomar. Vemos cómo unos y otros se rasgan las vestiduras en nombre de las sacrosantas instituciones. Si hasta los parlamentarios de la llamada izquierda vociferan que la iniciativa es un ataque al parlamento. Mientras tanto, el resto de las opciones burguesas presentes en el Congreso se llenan la boca de honestidad, dignidad, moral, mientras a su lado pasaron, pasan y pasarán personajes de toda laya que no resistirían siquiera la aprobación de un certificado de buena conducta ciudadana.
Porque no se trata de la honestidad individual de los parlamentarios. Se trata de que todos, sin excepción, conforman el parlamento que legitima el modo de producción capitalista, el que se basa en la explotación de unos pocos del trabajo de millones. Esa es la esencia de la corrupción. Si los capitalistas pueden robar a la masa laboriosa el fruto de su trabajo, ¿por qué no robar en las funciones de gobierno? ¿O acaso se olvidan que este mismo parlamento fue acusado de votar leyes antiobreras y antipopulares a cambio de sobornos? ¿Hay alguien condenado acaso por esa corrupción probada, documentada, confesada hasta por sus propios arrepentidos?
Por eso, a lo que asistimos por estos días es a una fraseología hueca e hipócrita en toda la línea. De Vido como todos los que pueblan las bancas del parlamento burgués, por acción u omisión, son representantes de una clase putrefacta, parasitaria, decadente, que intenta con estas patéticas puestas en escena “lavarse la cara”, logrando en cambio salir cada vez más sucios del lodo de la política burguesa.
Hasta el propio presidente Macri declaró que esto serviría para saber quiénes están contra la corrupción. Justo él, representante de su clase que ha hecho fortuna con la explotación del trabajo ajeno, con las prebendas, con negocios espurios durante la dictadura militar del 76, período en el que las empresas del clan familiar del presidente dieron el gran salto para convertirse en un monopolio transnacional.
Mientras los “representantes del pueblo” dedican su tiempo atacando o defendiendo a De Vido, la vida de decenas de millones de compatriotas pasa por carriles diametralmente opuestos a esta repentina epidemia de lucha contra la corrupción. Esos compatriotas centran su principal preocupación en salir a trabajar cada día para sostener sus hogares en medio de la inseguridad (delictiva y laboral), viajando en condiciones paupérrimas, intentando estirar sus ingresos ante la inflación, con salud y educación en bancarrota, millones trabajando “en negro”. Nunca mejor expresada la verdadera grieta que separa a los de arriba con los de abajo.
La parodia ejemplificadora que intentan por estas horas los actores de la democracia burguesa demuestran, por si hiciera falta aun, que los “representantes” se lamen las heridas entre ellos y ponen en clara evidencia la necesidad de una cambio revolucionario que termine con esta democracia de unos pocos.