La democracia representativa, es decir, la envoltura política del capitalismo, es una democracia falsa. Solo se ocupa de garantizar las libertades individuales que son inherentes a los necesarios intercambios económicos propios del sistema.
No garantiza en absoluto el bienestar de los habitantes de una Nación, ni la igualdad de oportunidades, ni siquiera la satisfacción de las necesidades más elementales.
Hoy, en Argentina la pobreza alcanza al 33 % de la población según aproximadas cifras oficiales, frío número que oculta enormes dramas individuales, familiares y sociales que están muy lejos del Parlamento burgués.
En este sistema permanentemente nos dicen que somos libres, sin embargo, lejos estamos los trabajadores de alcanzar una vida digna: día a día estamos obligados a vender nuestra fuerza de trabajo al mejor postor capitalista, constituyéndonos como la clase que produce todo lo que se consume y toda la riqueza va a parar a manos de una minoría que no produce nada y vive, como los parásitos, adosada a los beneficios de la explotación del trabajo ajeno.
Somos «libres» para ir a votar cada dos años, y de ese modo legitimar con el voto al sistema que nos oprime. Pero no somos libres para determinar qué, cómo ni para qué producimos. Somos “libres” para colocar un voto en una urna, pero no para decidir el destino de nuestro trabajo, no formamos parte de ninguna decisión política.
Por eso, hoy más que nunca, en una etapa de la historia nacional en la que se ha agudizado la lucha de clases, NO IR A VOTAR constituye un instrumento de combate.
Solo la unidad de los trabajadores y el pueblo nos conducirá por el camino de la revolución socialista y la toma del poder.
Hace tiempo que sabemos que no podemos esperar nada de la burguesía ni de los políticos que los representan en el Congreso. Toda la partidocracia defiende los intereses de una clase: la oligarquía financiera.
Por más que se vistan del color que sea, participar en esta farsa de democracia busca desviarnos del camino. En todo caso, “hacerle el juego a la derecha” es evitar el conflicto para garantizar la gobernabilidad, permitir, bajo un velo democrático, que los grupos económicos más concentrados continúen con sus políticas de ajuste y flexibilización.
NO IR A VOTAR es una posición política independiente de la clase obrera, harta del despojo, de la angustia y de la indignidad. Nada se puede solucionar a través del voto. Hagámonos, como clase, artífices de nuestro propio destino, construyendo democracia directa desde cada puesto de trabajo. ¡La democracia representativa nunca resolvió ni resolverá los problemas del pueblo trabajador!