En la realidad laboral de nuestro país, la flexibilidad laboral ya existe. Los turnos americanos, los turnos rotativos, semana a semana o mes a mes, las jornadas de 12 horas, que hacen la vida de los trabajadores un agobio deshumanizando, sus condiciones de vida… todo para intentar convertirnos en verdaderos apéndices del régimen de esclavitud asalariada que es el capitalismo. La total desaprensión por los riesgos de trabajo y la seguridad laboral, dan cuenta de ello.
Los empleos temporarios y las variadas formas de contratación, que no solo implican salarios más bajos por igual trabajo, sino la deriva de un trabajo a otro, la inconstancia entre ocupación y desocupación, cuyas consecuencias para la masa de trabajadores sometidos a estas condiciones son tan brutales como infernales para sus vidas y las de sus familias.
Las contrataciones flexibles -temporales o nó-, puestas en práctica desde los años 90 y reforzadas por sucesivos gobiernos de turno, y por las cúpulas sindicales y sus aparatos en el seno de la producción, el comercio y el Estado, han conducido a la degradación de las condiciones laborales. Todo ello alcanza plena visibilidad en el trabajo en negro, que es una cabal expresión de las condiciones laborales imperantes.
La flexibilidad de las condiciones de trabajo y la reducción de salarios, tienen directa relación con el proceso de concentración y centralización del capital en el marco de la competencia intermonopólica. Están sujetas a la depreciación de la tasa de ganancia de los monopolios. En un marco de crisis estructural, sumamente aguda y sin solución, el capitalismo intenta a resolver sus ganancias por medio de los negocios rápidos que no impliquen riesgos, que tengan garantías jurídicas desde el estado a su servicio.
Los monopolios necesitan de condiciones laborales adecuadas a sus necesidades económicas, en correspondencia con el marco de los negocios mundiales. Lo que implica -en el presente- profundizar la explotación y reducir los salarios dándole entidad a toda la degradación laboral ya existente. Necesitan de condiciones políticas para darle marco jurídico y de representatividad, y al mismo tiempo, a los actores políticos que faciliten estos desparpajos contra la clase obrera.
Entre la flexibilidad laboral impuesta por el menemismo y garantizada por la cúpula de la CGT y los convenios a la baja firmados por las dirigencias sindicales de Petroleros y Smata durante este año, hay casi treinta años de acción política de las cúpulas sindicales serviles a los monopolios.
El impuesto al salario, tan legitimado en el bolsillo de los asalariados, más las nuevas condiciones de la ley de accidentes de trabajo, dan cuenta de ello. Por ello, resulta ser una verdadera canallada oír a la CGT despotricar contra la reforma laboral macrista en el acto del 22, cuando esta misma gentuza garantizó todo lo que los monopolios han requerido. Cuando hoy, lejos de modificar su papel de traidores, se aprestan a encarar otra comedia frente a la nueva vuelta de tuerca de la flexibilidad laboral. Porque más allá de las palabras y los discursos exclamativos, los resultados de los últimos 30 años de dirigencias sindicales son los que hoy vemos.
De allí, se desprende una importante conclusión: la organización de bases en las secciones de una fábrica, una empresa, una entidad educativa, es la única expresión sindical valida de hecho. Más aún, si las políticas de las patronales con sus representantes sindicales expresan el ataque a la clase obrera y el sostenimiento de la esclavitud asalariada.
Estas expresiones, conjugadas en la fábrica, constituyen de por sí un nuevo tipo de sindicalismo.
La política de la clase obrera en el seno mismo de sus propias bases y con su genuino protagonismo, para enfrentar toda esta podredumbre, debe ser revolucionaria e independiente de toda la tutela del Estado y sus funcionarios sindicales. Cuando la clase obrera ha actuado así, ha conquistado, ha hecho retroceder a las patronales.