Las discusiones que hoy plantea la burguesía respecto si el Estado debe intervenir en la economía o no, si se trata de regular o no la tasa de interés, etc., son más viejas que su poder.
Desde sus primeras crisis cíclicas generadas por las leyes propias del sistema, el capitalismo ha sido objeto de “sesudos” análisis por parte de sus apologistas quienes, a partir de ello, fueron convirtiendo lo que hasta entonces había sido la “ciencia económica”, en recetas metafísicas para el sostenimiento del sistema a costa de toda seriedad científica.
Ni los padres de la economía clásica se salvaron de tales contrabandos. Poco a poco, los Petty, los Hume, Smith, Ricardo, quienes hablaban de las leyes del capitalismo que solo se regulaban en el propio mercado (aunque omitían, por desconocimiento o por razones ideológicas, las contradicciones antagónicas del sistema) fueron remplazados por aquellos personajes que, a contrapelo de las leyes descubiertas por los nombrados, “encontraban” vericuetos para saltearlas, eludirlas, negarlas, etc. Hoy, prácticamente, no se estudian en las universidades. Sólo se nombran al pasar, o se mencionan como personajes superados por los acontecimientos y sus descendientes académicos.
El único que avanzó sobre los fundamentos de la teoría económica clásica elevándola al plano científico fue Marx quien, en compañía de Engels, y desde los intereses de otra clase, el proletariado, se apoyaron en todo lo que tenía de científico lo argumentado por los clásicos y, con el aporte de la dialéctica materialista, pudieron desentrañar las piedras angulares no sólo del funcionamiento del capitalismo, sino además, de los mecanismos a través de los cuales, el propio sistema se va encerrando en contradicciones irresolubles dentro de su propio ámbito que convierten su existencia en insoportable para la humanidad.
Desconociendo a Marx, la ciencia, y haciendo apología del capital, desde hace más de 225 años, los economistas burgueses intentan buscar las fórmulas para que el sistema funcione armónicamente. Viejas discusiones tales como la libertad de mercado, o mercado controlado por el Estado, se dan entre las distintas escuelas. Se han escrito teorías que nos hablan del Estado presente, el Estado benefactor y otros inventos. Los clásicos economistas o liberales a ultranza nos dicen y repiten que el mercado tiene que ser libre, es decir, sin injerencia de las decisiones estatales. Pero en la fase de los monopolios, el capitalismo se debate entre la prolongación de su vida a través de las decisiones estatales o la libre actuación de las leyes que les son propias, y que lo conducen a la exacerbación de las contradicciones antagónicas que lo amenazan de muerte.
Lo cierto es que, a pesar de todas las fórmulas que pretenden contrarrestar el monopolio, suavizar la tendencia decreciente de la tasa de ganancia, el aumento de los precios, las desigualdades en las balanzas comerciales, el crecimiento del capital usurario, la expulsión creciente de mano de obra a manos de los adelantos de la técnica, la ciencia y la robótica aplicada, con la creciente disminución del capital variable y la tasa relativa de plusvalía, el caos de la producción capitalista no se resuelve, por el contrario, se acrecienta indefinidamente.
Es que pretender que todos esos fenómenos no se den en el marco del sistema capitalista es como querer nadar sin mojarse.
Las leyes del sistema están basadas en el impulso central del capitalismo cual es la reproducción ampliada del capital, siendo lo que se produce nada más que un medio para ese fin. De allí en más, si ese impulso no se contrarresta con una fuerza más poderosa, cual es la de una fuerza social que bregue por la satisfacción de las necesidades humanas y la generación de los recursos excedentes que permitan desarrollar a la sociedad en forma colectiva haciéndose dueña socialmente de todo lo producido, cualquier esfuerzo se torna vacuo e inútil.
La “ciencia” burguesa es anticientífica en realidad. Nos propone libertad haciendo el ejercicio de cerrar los ojos e imaginarnos que volamos como los pájaros. La libertad así, es un tema netamente individual y ligado a un sueño imposible. Además, dicho sea de paso, los pájaros no son libres. Vuelan pero repiten esa acción sin saber por qué lo hacen.
La mediocridad de los horizontes de ese pensamiento refleja la corta visión que los llamados “dirigentes o líderes” de la clase burguesa tienen respecto del curso histórico de la humanidad y la vida del planeta.
Nada de lo que la humanidad, y particularmente nuestro país hiciera con la intención de desarrollarse, puede estar en contradicción con las leyes objetivas del funcionamiento de las cosas. Más bien, conocer esas leyes y actuar en consecuencia con ellas, es lo que libera a los seres humanos para hallar los caminos del desarrollo. ¡De eso se trata la verdadera libertad!
El desarrollo de negocios no implica desarrollo humano. Por el contrario, el desarrollo de negocios significa, atraso, desgaste, oprobio, empeoramiento de condiciones de vida para las mayorías, sufrimientos, expulsiones masivas del sistema, guerras, etc.
Toda propuesta de los gobiernos de turno y de los energúmenos (de derecha, centro y de izquierda) que agitan hoy la propaganda electoral, pasa por el desarrollo de negocios o de cómo mejor subsistir en medio de ellos. Todos hablan de inversiones, inflación, tasas de interés, multiplicación de puestos de trabajo (a dos pesos de sueldo… lo que no dicen), etc. No hay ninguna propuesta que nos hable de otra cosa. Así tan estrecha es la mentalidad y el futuro que nos pinta la burguesía. Por ese camino, siempre estaremos peor.
El socialismo científico, el socialismo marxista-leninista, por el contrario, propone el manejo de la producción y reproducción del ser humano en pleno conocimiento de las leyes que rigen el desarrollo de la sociedad, la humanidad y la naturaleza, a fin de satisfacer sus necesidades y aspiraciones de desarrollo integral. Pero esta no es una propuesta surgida de un pensamiento arbitrario, es producto de comprender que es necesaria la eliminación de la propiedad privada de los medios de vida y la conversión de los mismos en medios sociales de producción para beneficio de toda la sociedad… Y eso no es una cuestión legal o de mejores ideas. Es una cuestión de fuerza organizada de masas proletarias y populares.