En la sociedad capitalista, la vivienda es considerada una mercancía. En nuestro país, la ciudad de Buenos Aires es quizás una de las expresiones más acabada de lo que decimos, aunque no la única: podríamos sumar Rosario, Córdoba y otras grandes urbes.
En los barrios “más caros” y “selectos” (como Puerto Madero, por ejemplo) crecen y crecen enormes torres, nuevos proyectos de enormes torres y grandes pozos que esperan más torres. Todo está a la venta, en esa especie de mundo paralelo en donde carísimos veleros flotan sobre el espejo de agua de los diques, decorando de alguna manera esa especie de maqueta ideal reservada para unos pocos.
En contrapartida crece el déficit habitacional y crece el desplazamiento de los sectores con menos recursos hacia áreas marginadas. La construcción de viviendas está delineada exclusivamente por el mercado inmobiliario, o sea, por el negocio: lujo y suntuosidad en los barrios con mayor densidad y demanda. Durante el período 2001-2011, los barrios de Palermo, Caballito, Puerto Madero, Villa Urquiza y Belgrano concentraron el 42,6% de la superficie construida, mientras que en el sur de la ciudad fue del 9,7%.
Tal es la voracidad de “inversiones y ganancias” que se acumulan metros cuadrados invivibles, en donde crecen como hongos enormes edificios de “monoambientes” –cada vez más chicos, por cierto- como estricta unidad de venta o de alquiler. Hasta han llegado a publicar artículos en los diarios y hacer spots publicitarios ponderando “las ventajas” de vivir en 23 o 24 metros cuadrados… lo que en la casa de nuestros abuelos era una habitación donde dormíamos la siesta los nietos.
La población de la Ciudad aumentó en 114.000 habitantes en los últimos diez años, la mitad de la cual terminó hacinada en villas y asentamientos, con las consecuencias ambientales, sanitarias y de infraestructura que todos conocemos.
La presión del mercado desplaza a la población original y hace aumentar el valor de la propiedad y los alquileres, lo que produce la expulsión de quienes ya no pueden pagar esos nuevos costos. La otra cara de la moneda del llamado “boom inmobiliario” es que una de cada cuatro viviendas en la ciudad está vacía, cifra que llega hasta el doble en Puerto Madero y Recoleta, según el censo de 2010.
La especulación y la inversión en ladrillos, manchada de dinero de dudoso origen, se nutre de una gran cantidad de locales vacíos y ventanas “mudas”. En un “prestigioso” edificio de Puerto Madero hasta se llegó a implementar un sistema de luces que se accionan de forma automática desde los servicios generales “para que parezca desde la calle que las viviendas están habitadas”. Esto y tantas otras barbaridades acrecientan el dolor cuando vemos cómo la población en emergencia habitacional se multiplica de manera directamente proporcional a la construcción de viviendas de lujo al servicio de la especulación y el negocio.
Burdamente, el gobierno hace campaña hablando de “la urbanización de las villas”, pero en vez de abrir calles, tender redes y servicios para integrar estos barrios a la ciudad en serio, los maquilla: en la Villa 31 instalaron 4 o 5 rejas y escaleras metálicas, entregaron alguna pintura de color para los frentes y colocaron macetas con enredaderas y arbolitos para que desde la autopista Illia “la villa se vea más linda” (cualquier parecido con el paredón de Bussi en Tucumán es pura coincidencia)…
Mientras tanto, las grandes empresas constructoras beneficiadas con los meganegocios inmobiliarios son las mismas de siempre: Caputo, Eurnekian, Brito, Elsztain, Constantini… quienes se mimetizan con todos los gobiernos porque la única camiseta que tienen puesta es la de sus negocios. Por eso no sorprende que los representantes de la burguesía en la Legislatura voten juntos y sin grieta la ley que creó la Agencia de Bienes, Sociedad del Estado hecha para vender terrenos fiscales de la ciudad: propiedades que se entregan lisa y llanamente al mercado inmobiliario.
Rematan a precio vil la Ciudad mientras las condiciones de habitabilidad de millones empeoran y empeoran. El sueño de “la casa propia” es negado totalmente a los trabajadores, quienes con mucho esfuerzo – en el mejor de los casos- apenas llegamos a pagar un alquiler.
El más básico sentido común aplicado al planeamiento urbano no tiene lugar, sencillamente porque las “preocupaciones y prioridades” de los que gobiernan miran siempre para el mismo lado: el de los negocios. Un botón de muestra como ejemplo: el gran negociado abierto frente a la Villa 31, en donde promovieron una obra monstruosa puesta al servicio de un mayor enriquecimiento de las empresas que “ganaron” la licitación para su concesión: miles y miles de metros cuadrados, millones y millones de inversión que se entregarán envueltos para regalo y por 15 años al único oferente: una UTE entre IRSA y La Rural SA. El “alquiler” que pagarán a la Ciudad es una verdadera bicoca: $ 175.000 mensual.
Semejante desparpajo choca brutalmente con el problema de vivienda de millones.
Y los “planes” oficiales así lo delatan: el gobierno lanzó el ProCreAr Joven, por el cual 40.000 familias podrían acceder a su primera vivienda. Más allá de que las cuotas y el capital se actualizarán según el índice de precios (algo que dejó en la calle a miles de familias entre los años 70 y 80, con la 1050), hay que decir que a un ritmo de “40 mil unidades anuales”, se necesitarían cien años para cubrir el déficit actual de viviendas del país. Más de 4 millones de familias viven en casas precarias “propias”, o alquiladas a precios cada vez más difíciles de afrontar.
Está dicho: la falta de vivienda nunca se solucionará bajo “la lógica” del mercado, la especulación y la ignominia capitalista.