La reforma laboral y fiscal se viene aplicando con la Constitución en la mano o sin ella. Pero la vida nos ha mostrado que la “legitimación” está en lo sustancial de su aplicación anterior. Podríamos afirmar que tanto las conquistas laborales o su pérdida, van de la mano de la permanente lucha de clases.
Ayer se concretó el acuerdo por la reforma fiscal con los gobernadores y durante toda la jornada -entre bombos y platillos- se anunció un acuerdo entre el gobierno y la “mesa chica” de la CGT por la reforma laboral.
En realidad, nada nuevo. Veamos la catarata de medidas que ya se han tomado en base a un solo concepto fundamental: achatar el salario de los trabajadores y barrer con condiciones de trabajo logradas con sangre sudor y lágrimas.
Ningún sector empresarial ha esperado “la legalidad” para avanzar en sus fundamentos, por el contrario, hay sectores monopólicos de la industria que ya han hecho el ajuste y han utilizado infinitos artilugios para concretarlos. Veamos: industrias metálicas básicas, edición e impresión, automotores, minerales no metálicos, papel y cartón, refinación de petróleo, metalmecánica, automotores, caucho-plástico, entre otras.
Hubo despidos abiertos o encubiertos, avanzaron en la productividad del trabajo sobre la base de esas arremetidas contra los trabajadores, a la vez y en simultáneo, se concretaron nuevos contratos para exportar en la industria automotriz o robustecer en “inversiones” en la construcción, etc.
Las empresas no esperaron “la foto” de ayer, llegaron hasta donde pudieron y si bien sus aspiraciones de explotación no tienen límite, podríamos decir que entienden el techo logrado y que lo que la legalidad les da es un “vuelto”. Siguiendo en este pensamiento entendemos que la clase obrera de estas importantes ramas de la producción deberá reconquistar terrenos perdidos.
Los contratos están en marcha, las “inversiones” están en marcha y ahora para la clase obrera en esos sectores comienza otro plano del terreno de la lucha política. La reconquista le da un carácter de resistencia, pero a la vez, tiene rasgos de ofensiva, en la medida que la organización desde abajo para la lucha se vaya extendiendo.
Hay sectores de la producción que llegan tarde a las reformas, fundamentalmente el sector alimenticio en su más amplia expresión. En este terreno, la caída de la producción es notable, las empresas ajustaron, achataron el salario, despidieron y es allí en donde la clase trabajadora tiene que resistir las medidas, hacerlo palmo a palmo; cada freno a un golpe erosiona sus envalentonamientos, no hay resistencia chica, hay resistencia. La industria alimenticia ocupa lo más alto del PBI, lo que repercute inmediatamente en el “pan de cada día” de nuestro pueblo.
Si bien las reformas están en marcha, las mismas afectan a toda la población. La comida en la Argentina es un lujo, absorbe una parte importante del salario en un contexto de 9 millones de habitantes que viven en la extrema pobreza. Cuestión que en sí misma produce un mal humor y bronca que trasciende cualquier frontera legal.
Entendemos que la virulencia de la lucha de clases no se hará esperar y los revolucionarios nos proponemos acelerar todos los pasos, tensar todas las fuerzas para encontrar los caminos de unidad más amplia, que provenga de una vertiente desde las entrañas de nuestro pueblo.