En el día de ayer, la Marina reconoció que había ocurrido una “anomalía hidroacústica” en la zona en donde había desaparecido el submarino ARA San Juan, hace 8 días. Ese tecnicismo no expresa otra cosa que la posibilidad concreta de una explosión, detectada por sensores subacuáticos de la CTBTO, un organismo internacional con sede en Viena, Austria, que monitorea la existencia de explosiones nucleares en la superficie terrestre, en la atmósfera, debajo de la superficie de la tierra y en los océanos.
Innumerable es la cantidad de especulaciones que se pueden hacer -y que se hacen- sobre lo ocurrido: la falta de mantenimiento, la salida del submarino a pesar de averías previas, las fallas en la búsqueda, la irrupción de naves y tropas extranjeras, el ocultamiento oficial, el maltrato y el silenciamiento a familiares, hasta el recordado anuncio del gobierno anterior que en 2011, en la Costanera Sur, aseguraba desde el Complejo Industrial Naval Argentino (CINAR) que el submarino «reparado» contaría con «una vida útil de más de 30 años»…
Pero frente a todo esto, analizando lo que está ocurriendo en su esencia, es imposible que no se nos venga a la cabeza la fábula del escorpión y la rana. En ella, un escorpión le pide a una rana que le ayude a cruzar el río prometiendo no hacerle ningún daño. La rana accede subiéndolo a sus espaldas pero cuando están a mitad del trayecto, el escorpión pica a la rana. Ésta le pregunta incrédula: «¿cómo has podido hacer algo así?, ahora moriremos los dos», ante lo que el escorpión responde: «no puedo evitarlo, es mi naturaleza».
La burguesía, a través de su brazo armado, no dudó en masacrar a 30.000 argentinos para garantizar su permanencia como clase dominante.
La burguesía no dudó en mandar a la muerte a centenares de jóvenes en Malvinas, con el solo objetivo de mantener a la Junta Militar en el poder.
La burguesía, frente a la movilización, la presión popular y las evidencias, descargaron el lastre y metieron a la cárcel a sus “perros”, ejecutores de su plan genocida, con el objetivo de lavarse la cara y disfrazarse detrás de nuevos “trajes democráticos”.
La burguesía no dudó en desmantelar sus Fuerzas Armadas cuando dejaron de ser “un factor de poder», tras su derrota política en manos del pueblo.
Por todo esto, hoy, el gobierno de la burguesía y sus mandos militares no se conmovieron, por el contrario, ningunearon la desaparición de la chatarra submarina llamada ARA San Juan, con 44 seres humanos a bordo. Tampoco dudarán en hacer nuevos negocios sobre esas 44 vidas, fuera cual fuese su final.
La clase dominante buscará encontrar un rédito político o económico frente a la desaparición de 44 vidas humanas. Una muestra más de cómo los argentinos padecemos las consecuencias de las políticas anárquicas que impone este sistema, que sólo provocan dolor, desesperación y angustia.
Hoy, en sus escritorios, no están pensando en esas vidas, en los familiares y allegados; están pensando en cómo «pagar el menor costo político posible», viendo dónde se paran en medio de la batalla por el negocio armamentista y de cómo preparar a las Fuerzas Armadas para reprimir las futuras luchas populares.
Pero por abajo, en lo más profundo de nuestro pueblo, se percibe, se siente que esto que nos ocurre hoy es una expresión más de toda la podredumbre a la que nos someten. Y solo augura a la burguesía una mayor crisis política, que sin duda se profundizará.
Porque este hecho, está atado sin dudas, a toda la política de mentiras de la burguesía hacia el pueblo. La reciente muerte de Santiago Maldonado y la explosión del submarino son un ejemplo. Se suman a la fantasía que «la llegada de capitales traerá más empleo», a que «los trabajadores tenemos que hacer un esfuerzo para salir de la crisis», a que «si a los empresarios les va bien derramarán sus ganancias para todos»… y a todo su permanente rosario de engaños, que solo persigue sostener sus privilegios, su poder y su dominación.