Mañana comienza el mes de diciembre y es imposible para cualquiera, transitarlo sin recordar los sucesos de 2001. Más aún cuando este 2017 que comienza a terminar, está plagado de situaciones que hacen convulsionar toda la estructura política, con un gobierno burgués que empuja una serie de “reformas” que no son otra cosa que un intento de “legalizar” el sostenimiento de las ganancias de unos pocos.
En este marco, por estos días comenzaremos a escuchar de todo sobre aquellos sucesos. Los “decidores” burgueses llenarán sus páginas hablando de la debacle de la Alianza y del helicóptero de De La Rua, y de lo importante que deben ser las instituciones para la democracia… cada uno defendiendo su juego, pero todos, ocultando y tergiversando la esencia de aquellas jornadas: esa rebeldía popular y el quiebre con el poder, que no ha hecho más que crecer y profundizarse durante todos estos años.
La fuerza expresada y desatada en aquella etapa, corrió como un hilo conductor hacia una clase trabajadora que comenzaba nuevamente a reconocerse y fortalecerse para sí.
Todo lo que se expresó aquel 2001 como lucha popular, enriqueció y se reafirmó en todas las luchas posteriores. Y mal que le pese a la burguesía, esa “falla”, ese quiebre que se expresó en aquel diciembre no pudo volver a suturarse, como esos bloques de las montañas luego de un terremoto.
Con el 19 y 20 de diciembre de 2001 el pueblo salió fortalecido ante el poder; el proletariado, que estaba expectante y recomponiendo sus fuerzas, preparaba su propio salto, que ya hoy se expresa en conflictos de diversa índole en los centros fabriles monopólicos.
Las masas gestan su historia desde las entrañas de sus luchas y con cada paso adelante que dan. Desde este concepto, ninguna experiencia popular puede ser despreciada. Todo lo que el pueblo hace con su iniciativa, todas las fuerzas que sea capaz de generar genuinamente, acumulan para su propio poder, en el camino de la construcción de su propio destino.
Transitamos hoy una época en donde también ha comenzado a manifestarse ese sentimiento, y -casi sin darnos cuenta- va dando las primeras señales en la vida cotidiana. Sin provocar aún “grandes hechos” –es cierto- pero que sin lugar a dudas cuando se exprese con total nitidez, servirá para que comprendamos y veamos una capacidad cualitativamente superior: la capacidad de los trabajadores de nuestro país para impulsar un plan político, de unidad y organización revolucionarias. Y esto resultará determinante para el devenir de la lucha de clases y para el futuro de los trabajadores y el pueblo.
La capacidad de la clase trabajadora de motorizar una salida política que exprese, sintetice y represente las aspiraciones e intereses populares, es un sello distintivo que marcó al proletariado argentino desde su nacimiento, y que a pesar de los golpes recibidos a lo largo de toda su historia, vuelve al ruedo con la participación activa de cada nueva generación y de sus jóvenes vanguardias.
La capacidad del pueblo argentino –con su masividad y protagonismo- de buscar su propio camino en el curso de la Historia, es un patrimonio incorporado en la conciencia, a través del ejercicio de nuestra propia fuerza. Cimentada en su propio accionar, en sus experiencias directas, en profundizar el camino emprendido, se valoriza la necesidad de una dirección política clasista que asuma este desafío, que fogonee y aliente la acción política decidida de los trabajadores y el pueblo.
Los destacamentos revolucionarios y como parte de ellos, nuestro Partido, ligados de forma indisoluble a las experiencias populares, debemos ocupar la primera línea de combate con total generosidad y entrega. El momento actual está signado por la hora de los pueblos, es imperioso darle un horizonte de victoria.