La fracción más rapiñera y pirata de la burguesía monopolista a la que responde el gobierno de los Ceos con Macri a la cabeza, no descansa en su empeño por llevar adelante sus planes económicos, en las reformas previsionales, laborales, fiscales, los tarifazos y ajustes que con toda saña pretenden imponer al conjunto de los trabajadores y al pueblo. Se anuncian en una cascada de medidas que sumadas, muestran sin tapujos cuan desmedida es la ambición de estos núcleos por cuantificar un festín de ganancias y profundización de las condiciones de explotación y sumisión de la clase obrera y el pueblo.
Abierta en varios frentes, cada medida, cada reforma, cada ajuste e iniciativa impulsada por el poder no hacen más que viabilizar una declaración de guerra a todo el pueblo. La amplia mayoría siente ya en carne propia que son un ataque despiadado a sus ya deterioradas condiciones de vida y a las conquistas sociales y laborales alcanzadas logradas por sus luchas.
En su pretensión de legitimar este ataque, que ellos denominan “reformas permanentes”, el macrismo ha consensuado por arriba, con la oposición parlamentaria y las cúpulas de la CGT toda esta batería de medidas, confiando que las expectativas políticas y las promesas electorales, los “votos ganados”, eran plafón y garantía suficiente para imponerlas sin grandes conflictos. Sin embargo, el ascenso de la movilización que emerge por abajo, derrumban día a día ese cheque en blanco que el macrismo creyó haber tenido como prenda para hacer a su antojo lo que quisieran.
La apelación a desdibujar la movilización de masas y la insistencia a resolver por arriba lo que por abajo ya es rechazado, es la moneda corriente con las que maniobran el gobierno y los medios.
La centralización política que persiguen está acotada a estos aspectos casi con exclusividad, y en este escenario es donde arrecian por arriba los enfrentamientos de intereses de las diversas fracciones de la burguesía, preocupados por no forzar la situación con las reformas, por temor a la movilización y al paro. La persistente disputa por la centralización política pone la crisis política en primer plano, porque al mismo tiempo estos planes antiobreros, antipolulares, antihumanos también unifican el escenario de enfrentamientos. Es decir, hacen del enfrentamiento a los mismos una necesidad de todo el pueblo, lo que da pie a profundizar la unidad y la movilización política y –fundamentalmente- el desarrollo de la organización independiente y las demás herramientas de acción.
El creciente descontento frente a las perspectivas de un franco deterioro de las condiciones de vida, con la bronca a flor de piel, más las múltiples expresiones de repudio y rechazo a todo esto, que se expresan en el crecimiento del estado asambleario y deliberativo en los lugares de trabajo, en las barriadas y localidades, marca la amplitud de la movilización que reverbera por abajo y que va extendiendo su masividad y su carácter protagónico, en la necesidad del enfrentamiento a estas políticas.
La acción de las masas y sus múltiples expresiones orgánicas comienzan a delinear un cuadro de enfrentamiento masivo, que aún no se expresa en toda su dimensión en las calles y en la profundidad del enfrentamiento, pero que tiende a ampliarse más y más en directa relación con su propia iniciativa.
La conquista de estas acciones con carácter independiente y el carácter político que emanan de ellas, objetivamente, expresan ya un enfrentamiento de clases que tiende a agudizarse, que reflejan aspiraciones verdaderamente prácticas y concretas y de hecho son decididamente opuestas a las pretensiones de la burguesía monopolista.
Sobre estas condiciones se basan las improvisaciones del poder político, sus apuros, sus desprolijidades, su exposición frente al pueblo, sus inusitadas y vergonzosas declaraciones, sus mentiras y su carencia de fundamentos, su debilidad, su marcha atrás. Más aun, se basa la gobernabilidad, que es la promesa incumplida que no pueden garantizarles a las fracciones dominantes del poder monopolista.
El azote a las políticas de la burguesía debe ser el punto central de unidad política nacional. Se plasma desde allí lo que no se quiere, pero, la incertidumbre por el devenir, el “después qué”, debe condensarse desde las bases mismas desde la organización política y la necesidad de un proyecto revolucionario de los trabajadores y el pueblo.
Ambos aspectos son inseparables. La acción política unificada de millones frente a la centralización política de una ínfima minoría no puede ser esquivada por la burguesía. Ese el mayor de los temores del poder. Hacia allá vamos y que ellos se preocupen como zafan de esta.