“Si cumplimos este sendero de bajar sistemáticamente el gasto público y el déficit fiscal, la economía no va a estallar. Pero hay que cumplirlo. Yo soy el primero en decirlo. No es sostenible donde estamos, es una posición de altísima fragilidad”.
Esta definición del presidente Macri en la entrevista concedida hace unos días a la CNN, además de una descarnada confesión sobre la situación de la economía argentina, es un ratificación de cómo pretende la burguesía monopolista afrontar la crisis estructural del capitalismo argentino.
En primer término, los dichos presidenciales envían un mensaje hacia el interior de su propia clase; la “altísima fragilidad” a la que alude Macri está fundada en la despiadada puja intermonopolista en la que cada facción de la clase dominante cuida su propia “quinta” y pone de manifiesto que no existe un sector de la burguesía que se imponga como hegemónico ni discipline al resto de los burgueses. Si bien en el discurso todos dicen apoyar las políticas del gobierno, a la hora de los negocios y de la defensa de los mismos, cada cual atiende su juego y ello agita las aguas de la crisis política de los de arriba.
Pero el otro aspecto esencial de la declaración es un mensaje directo al conjunto de los sectores populares. Si cumplimos este sendero la economía no va a estallar, dice Macri. Que es lo mismo que dijera: si no bajamos las jubilaciones; si no avanzamos sobre los derechos y conquista de los trabajadores; si no aumentamos el precio de las tarifas; si no les damos más beneficios a los empresarios para que hagan sus inversiones; si no seguimos sosteniendo impuestos que pague la gran mayoría de la población mientras eximimos a la minoría explotadora; si la clase obrera y el pueblo no permiten que vayan en contra de su nivel de vida y no aceptan las transformaciones estructurales que necesita la burguesía monopolista en Argentina para sostener su tasa de ganancia a como dé lugar, entonces la economía va a estallar.
Éste y no otro es el verdadero significado de las palabras de Macri que, como fiel exponente de su clase, intenta traducir con eufemismos y mentiras que nuestro destino como país está atado a la suerte de la burguesía monopolista.
La burguesía nunca paga la cuenta de sus crisis; siempre la vuelca sobre las espaldas del pueblo trabajador, aunque los discursos presidenciales afirmen que todos debemos hacer esfuerzos, todos debemos ceder algo. Ningún exponente de la burguesía y su gobierno puede nombrar una, y sólo una, medida que atente contra las fortunas, riquezas, ganancias e intereses de la clase en el poder.
Es así entonces que ellos podrán lograr su cometido siempre y cuando las mayorías populares les permitamos gobernar tranquilos, aceptemos sin más “levantar la cuenta” del banquete del que sólo ellos participan y se benefician.
Podrán avanzar en la sanción de sus leyes al mismo tiempo que creerán que las mayorías apoyamos sus políticas. Lo que no podrán es navegar en aguas mansas porque el río corre caudaloso en lo profundo y ese caudal, más tarde o más temprano, se convertirá en mayores turbulencias.
Desde esa profundidad de la lucha de clases se está comenzando a manifestar que el movimiento de masas no cree en promesas de bienestar mientras su nivel de vida se deteriora y agrava.
Hacia esa profundidad deben dirigirse las iniciativas políticas y orgánicas para materializar el enfrentamiento político en el terreno en el que la clase obrera y el pueblo pueden presentar batallas masivas, en el terreno que más favorece a los intereses populares y en el que más se empantanarán las políticas del gobierno de los monopolios.