En la búsqueda por profundizar la explotación y la productividad de la clase obrera, la burguesía monopolista- en la vos de unos de sus representantes en el gobierno, el señor Marcos Peña- pone proa a la negociación de convenios por sector para la implementación de la llamada reforma laboral. En este vaivén de leyes generales y convenios por sector se desenvuelve la política de ataque a la clase obrera y el pueblo. Desnudando con ello la debilidad que ostentan frente a sus propios desafíos como fracción política de la burguesía monopolista en el poder. Al no hacer pie, por las batallas que los trabajadores les presentan, la reforma laboral está y no está. Es decir, está sujeta a las condiciones de la crisis y a la capacidad de imponerse según las batallas que les presenten desde abajo los propios obreros. O sea, en relación directa a la gobernabilidad.
El señor Peña es claro cuando afirma que, “no hay una sola reforma” como afirmando que no es necesaria una ley. Con ello reconoce que la misma ya se practica y que es una constante política de los monopolios que implementan nuevos mecanismos para avasallar derechos y profundizar la explotación. De la mano de la discusión general pasa ahora a la de convenios por rama y sector, al seno de las empresas y fábricas en un renovado intento de convalidar convenios salariales y laborales reaccionarios.
La burguesía monopolista ha demonizado las conquistas laborales y sociales de la clase obrera y el pueblo a tal punto que las consideran “un sistema laboral injusto, desigual y obsoleto” como lo califica el señor jefe de gabinete del gobierno de los Ceos…
Los núcleos más concentrados del poder monopolistas han centralizado un marco político general que implica haber consensuado todo este conjunto de medidas pero, a pesar suyo y de sus intenciones, tal centralización está dada solo en el espíritu, porque a la hora de la aplicación hacen agua, dudan y profundizan sus contradicciones.
Las llamadas reformas son una vuelta de tuerca a la explotación de la clase obrera. En su afán por la ganancia buscan legalizarlas socialmente para luego, reglamentarlas y expresarlas en forma de leyes y convenios obligatorios. Buscan, en el revuelto mar de su propia anarquía política y económica, expiar sus contradicciones insalvables de un Estado en putrefacción -parafraseando a Peña- en un “régimen obsoleto e injusto” que no tiene solución.
La letra de la llamada reforma en favor del poder monopolista fue consensuada con la cúpula cegetista, la misma que hoy elucubra declamaciones guerreristas contra el gobierno después de dar vía libre a las inconstitucionales leyes previsionales y fiscales. Es tan abiertamente anticonstitucional como las otras, porque intenta establecer como legales, condiciones de trabajo paupérrimas que se chocan con los derechos políticos y sociales alcanzados. Los mismos personajes que se llenan la boca hablando de democracia y progreso nos ponen por delante un recetario de medidas antiobreras y antipopulares completamente reaccionarias, que se focaliza en la reducción salarial, en el aumento de las horas de trabajo, en la productividad, en las condiciones de contratación, en el fomento a los despidos, en suma, es la expresión más cabal del capital monopolista en estas condiciones del capitalismo.
En el estado de furia existente por la inflación, los tarifazos, los despidos, las paritarias a la baja como se pretende, ¿qué acuerdos puntuales podrán establecer? Otro frente de tormenta campea en el horizonte.
Lejos de establecer un escenario de diálogo como dice Peña, la aplicación de estas políticas en el seno de la clase obrera, profundiza el enfrentamiento. De donde nunca vendrán los planes de lucha, es de los patanes de la CGT, o del oportunismo de izquierda que pretende velar por un capitalismo bueno y civilizado, inexistente. De allí nunca vendrán planes para resolver las necesidades propias de los trabajadores, ejemplos sobran.
Esos planes de movilización, de organización y de construcción de genuinas herramientas de unidad política sindical, de conformación de un movimiento sindical revolucionario por los propios intereses, no pueden surgir sino en el seno mismo de las empresas y fábricas. Allí, en la acción asamblearia y en la organización por sector, es donde se condensan los pasos a dar por los trabajadores. Allí es donde el no dejarlos gobernar debe cobrar fuerza y donde mueren todos los intentos de domesticar a la inmensa mayoría de los trabajadores. Allí se debe, desde la acción misma, contragolpear los ataques de los monopolios en un camino que implique avanzar, desde un movimiento de clase en un camino de revolución social.