Como lo venimos sosteniendo en diferentes artículos, estamos atravesando un verano caliente en donde la lucha de clases marca la cancha de la situación política en nuestro país.
En este marco, en donde desde la confrontación y organización política todavía hay mucho por hacer, persiste un problema que debemos resolver desde una concepción revolucionaria. Nos referimos al problema de la unidad política de la clase obrera y de la unidad política de la clase obrera con todo el pueblo.
Desatar este nudo es una cuestión indispensable, pero no hay que buscar la solución en ningún laboratorio, ni en ninguna rara elucubración. Las bases materiales están dadas por el desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones sociales existentes en nuestro país.
La organización social para producir, comercializar y distribuir los productos, que involucra a inmensas mayorías, expresa esa socialización de la producción que se plasma –de una u otra manera- en cada lugar de trabajo. Y esto choca violentamente con la apropiación de la plusvalía por parte de unos pocos. La burguesía esconde esto bajo siete llaves y trata de ahondar la división de nuestro pueblo, como dique de contención tanto para su crisis política como para el ascenso de las luchas obreras y del movimiento de masas.
La unidad política que planteamos “trasciende” cada establecimiento, cada parque industrial, cada zona o región, provincia o país; de hecho las sociedades humanas están unidas por la producción mucho más de lo que parece. La tendencia a la concentración económica genera esa unidad planetaria objetiva, pero lo cierto es que -en el plano político- la clase obrera y los pueblos no hemos logrado aún ajustar esa base material a la unidad política.
La burguesía monopólica estructuralmente va en contra de la Historia, es reaccionaria, en lo político e ideológico va en contra de la tendencia a una mayor socialización de la producción, y busca dividir a los trabajadores para continuar con su dominación.
El proletariado y el pueblo, por el contrario, vamos a favor de la Historia, tendiendo a una mayor aspiración democrática por las condiciones en que se producen y se distribuyen los productos, y que de hecho va generado una trama de unidad objetiva real.
Hoy, el desafío para los revolucionarios, es adecuar la organización material de las fuerzas a lo que de hecho subyace ya en nuestra sociedad. Por eso, la unidad hay que materializarla en política.
Pero no debemos idealizar la unidad como algo acabado y cerrado. Hay que concebirla desde abajo, desde cada puesto de trabajo, desde cada sector, desde las pequeñas acciones entre los compañeros, con los de la fábrica de al lado o en el barrio, en todos los niveles; ahí se van resolviendo prácticamente todos los interrogantes.
Tampoco debemos ver la unidad como algo único, porque se expresa de diversas maneras, en diferentes niveles… pero eso sí: se construye desde un principio cotidiano que hay que sostener.
Debemos trabajar en la unidad política sobre la base material que desarrollamos al principio y sobre la base de la experiencia realizada por nuestro pueblo, en torno a esto mismo, no hay que inventar nada.
La gran posibilidad histórica que se abre hoy al proyecto revolucionario es porque hay todo un campo fértil en donde podemos trabajar, de lo pequeño a lo grande, de lo débil a lo fuerte, pero haciéndolo. Las puertas están abiertas, debemos redoblar los esfuerzos en el plano de la acción política.
Los revolucionarios tenemos que ponernos al frente de esto como eje central. El objetivo de la burguesía es producir a full con menos gente, con alta productividad y ganancias, haciendo lo que sea para sostener el saqueo. El objetivo de la clase obrera y el pueblo debe ser unirnos políticamente y plantarnos frente a ese avasallamiento, e ir por lo que nos pertenece.