La crisis financiera expuesta a la luz el fin de semana recientemente pasado, en los EE.UU. con repercusión en Argentina y en el mundo, de la cual dimos cuenta en nuestra nota aparecida en esta misma página en fecha 06-02-2018, volvió a reavivar la actividad en las usinas de la desinformación en donde se cocinan y se amplifican las teorías y posiciones ideológicas de defensa del sistema capitalista en todas sus variantes, que son pasto para las fieras del reformismo, el populismo y el oportunismo. A modo de antídoto, entre tanta basura confusionista, es útil refrescar algunos conceptos
“De vuelta la burra al trigo”:
Separar el capital fabril y comercial del capital bancario ya constituye un deporte del diversionismo: Al primero se le asigna un carácter productivo, reservándose al capital bancario y al destinado a la compra de bonos, acciones y demás papeles, la exclusiva calidad de especulativo.
No por repetirlo nos cansaremos de afirmar que la fusión del capital bancario con el industrial (fabril, comercial) es capital financiero. Todos los monopolios tienen asentados sus reales en fábricas y/o comercios y/o tierras y son poseedores de bonos, cupones, acciones que juegan en las bolsas, títulos y/o documentos, y tienen intereses en bancos y financieras o conforman parte de los mismos.
Por lo mismo, todo capital monopolista es en sí especulativo.
El origen y el fin del capital:
Todo capital tiene su origen en la producción de plusvalía pues un medio de producción que no se enfrenta con el trabajo asalariado, no constituye capital. Para serlo, la relación trabajo asalariado-capital es indispensable. O sea que el capital constituye una relación social que sólo puede efectuarse en la producción. El resultado de esa producción, la mercancía, contiene tres partes de valor: 1- el valor de los bienes de capital que se generaron antes de ingresar a esa producción (materias primas, insumos, máquinas, herramientas, amortización de edificios, energía, etc.); 2- el valor que el obrero produce como equivalente a su salario; 3- la plusvalía generada por el trabajo excedente, o tiempo de trabajo en que el obrero trabaja para el patrón, y pasa a ser propiedad del mismo. El objeto del capital es la producción de plusvalía con lo cual la mercancía es sólo el medio para materializarla. El capital nace de la plusvalía para producir más plusvalía.
Los caminos del capital:
Para poder volver a convertirse en dinero, esa mercancía que contiene plusvalía debe venderse en el mercado. Desde la fábrica al consumidor, recorre varios caminos en donde cada capitalista que la recibe (el mayorista, el transportista, el minorista, el dueño del inmueble o terrateniente, el interés del bancario) se queda con una parte de la misma. Pero necesariamente debe volver a materializarse para reproducir más plusvalía. Es decir que el dinero, debe volver a convertirse en insumos, materias primas, salarios, etc. para volver a la producción de más plusvalía que vuelve a salir en forma de mercancía para convertirse en dinero en el mercado.
El crecimiento del capital:
Para un mayor crecimiento el capital debe generar más plusvalía, por ello es necesario para el capitalista intensificar la producción, alargar la jornada laboral o ambas cosas a la vez, para lo cual intensifica el tiempo que el obrero trabaja gratis para él. Otra forma más rápida de crecimiento está dada por la propia competencia en donde el capital más grande se come al más chico, entonces se centraliza la producción y se monopoliza aún más.
Crecimiento ficticio del capital:
La compra y recompra de acciones sin respaldo material, bonos, intereses que se obtienen por préstamos, etc., son lo que constituyen la llamada pura especulación financiera. Por ejemplo, una entidad otorga un préstamo pero por ese monto emite a la vez títulos que comercializa en el mercado de capitales, con lo cual no gasta un peso. Toda esa especulación financiera son “ganancias” ficticias, pero en realidad constituyen arrebatos de capital circulante entre capitalistas y de ahorros masivos pues la plusvalía es una sola y su único origen es la producción. En consecuencia los tenedores de bonos, se apropian de más o menos plusvalía, según que estos hayan logrado la atracción del mercado de compradores de los mismos. Normalmente quienes salen mal parados en esta ruleta son los pequeños y masivos “inversores” o ahorristas a quienes se les escurre su pequeña cantidad de dinero (pequeña en relación a los grandes capitales).
El capital depende del trabajo asalariado
En apretada síntesis, el capital financiero vuelve siempre y cotidianamente a invertir en la producción en donde se genera la plusvalía. Es una gran mentira eso de que “ya no se invierte en producción”, o “las ganancias se generan en forma electrónica” u otros cuentos de la misma naturaleza. Además, por más que a algunos monopolios les haya ido mal en ruedas de especulación o con algunos tipos de bonos, siempre van a volver sobre sus mismos pasos a intentar sacar en la ruleta especulativa más plusvalía que sus competidores, no porque se haya generado mayor volumen de ella en esa jugada, sino porque se la arrebata a otro poseedor. Y si tales bonos cayeron en desprestigio, vendrán en su remplazo otros u otros mecanismos financieros como por ejemplo el reciente bitcoint, etc.
La lucha entre capitales es a muerte. Pero su destino y supervivencia no está en las ruletas especulativas sino en las fábricas, los comercios, la producción agropecuaria, minera, servicios, etc. Las llamadas crisis financieras son producto de las peleas intermonopolistas en las que la lucha de clases tiene gran incidencia ya que es la que les profundiza sus grietas y dificulta sus ganancias. Pero como ellos aún dominan el poder, las hacen derivar a los pueblos, hasta que la rebeldía, organización y ansias de liberación de los mismos dé vuelta la tortilla.
Por eso en momentos de crisis y convulsiones, lo único que los une es la visión espectral del peligro del sostenimiento del sistema en su enfrentamiento contra su enemigo de clase antagónico: la clase obrera en unidad con el pueblo laborioso. El miedo a perderlo todo es el hacedor del milagro… Un milagro, claro está, momentáneo y frágil.