La crisis de dominación de la oligarquía financiera en nuestro país y la debilidad política del gobierno de los monopolios profundiza su rumbo cuesta abajo.
Esto ocurre debido al crecimiento y extensión de todo el mosaico de la lucha de clases, sobre todo cuando el movimiento de masas lucha frente al saqueo y el despojo, por sus derechos y reivindicaciones, dándole un carácter político a las mismas. Y no nos referimos a lo que vulgarmente se interpreta como poner “la camiseta” partidaria por delante del conflicto… Muy por el contrario, se trata de cuando los trabajadores asumimos nuestro protagonismo y desnudamos los intereses de la burguesía, sus negocios, y por qué nos transforman en sus rehenes, y nos organizamos desde abajo para ello. La lucha del INTI que lleva más de 30 días es un claro ejemplo de lo que decimos.
Estas experiencias acrecientan el optimismo de las vanguardias obreras y populares, que ven las posibilidades concretas de nuestras herramientas democráticas, de amplias mayorías, frente al chantaje y la extorsión que ofrece la burguesía. También alienta a los revolucionarios, que vemos allí el embrión del futuro poder revolucionario.
Cuando decidimos y la política revolucionaria se hace presente, nuevos aires soplan en la ascendente agudización de la lucha de clases. A la vez que vamos construyendo representaciones en el marco de la democracia directa, combinando en un solo acto la acción resolutiva y ejecutiva y empezar, en la práctica, a confiar en nuestras propias fuerzas.
No debemos caer en la trampa que cuando esto ocurre “es una lucha más”. Estas prácticas se han convertido en el principal enemigo para la oligarquía financiera, que descarga sobre las mismas, todo su arsenal político e ideológico desde todas las instituciones estatales y sus fuerzas políticas. Y se llenan de contradicciones y más crisis.
Los elementos de la realidad económica, social y política, junto a la disposición, combatividad, la necesidad de cambios y el hartazgo de la clase obrera y el pueblo, apuntan a que en los próximos meses vivamos una exacerbación, en todos los planos, del enfrentamiento con la burguesía.
El protagonismo de las masas trabajadoras ocupará el centro de la escena en la lucha política.
Los revolucionarios debemos ponernos a la cabeza junto a todos los que estén dispuestos para desarrollar tareas políticas organizativas que puedan suministrar a este movimiento, movilizado, de un proyecto político revolucionario que permita romper con cualquier impronta “corporativa” o de sector y dotarlo de una perspectiva de poder, para arrancarlo de manos de la burguesía.
Necesitamos que esa base que ya existe, paso a paso en las acciones cotidianas, vayan convirtiendo esas experiencias y organizaciones en herramientas de disputa política contra el gobierno y el poder monopólico.
Que desde la resolución de los problemas políticos y sociales locales, aportemos a la solución de los problemas nacionales. Que desde la experiencia de democracia directa constituyamos verdaderas médulas de poder local. Que desde allí, se acose, se cuestione, se plante de igual a igual contra el poder, en una correlación de fuerzas que imponga las cuestiones fundamentales del país.
Lo que no podemos permitir es que se caiga en el aislamiento político. La clase en el poder ha demostrado por más de 100 años su capacidad para fagocitar, cooptar o asimilar para sus intereses todas las nuevas formas que ha generado nuestra sociedad.
Por eso mismo no podemos ser indiferentes. La clase obrera y su Partido deben pugnar por exacerbar la lucha de clases, dirigir políticamente el enfrentamiento contra la burguesía, jugar el papel de fermento en el movimiento de masas y estar a la cabeza en las reivindicaciones populares. Si logramos esto se hará más corto el camino a la Revolución.