Se le atribuye a Jacobo Timerman, fundador del diario “La Opinión” que se editó entre 1971 y 1981, una definición que identificaba la línea editorial de ese periódico: “De izquierda en lo cultural, de centro en lo político, de derecha en lo económico”.
Bien podría aplicarse al actual gobierno nacional esa intención; es lo que muchos de los diarios y periodistas voceros del macrismo expresan cuando se refieren a la “nueva etapa” que la administración de Cambiemos se dispone a afrontar. Se intenta instalar que el gobierno con su “gradualismo” y el impulso de iniciativas como la despenalización del aborto, retoma la iniciativa política, mellada sensiblemente desde diciembre hasta acá; entonces, de un día para el otro, el gobierno haría olvidar los problemas cotidianos de las amplias masas para que éstas se sumerjan en las discusiones que el poder dominante defina.
Esta concepción de profunda subestimación y desprecio de la capacidad e inteligencia del movimiento de masas, en la que caen muchos de los llamados progresistas, intentan renovarle el crédito a un gobierno que está lejos de haber recuperado iniciativa política. Dejamos claro que la clase dominante, por su propio carácter como tal, nunca va a dejar de tomar iniciativas políticas. El problema es si las mismas logran convencer y encolumnar a las grandes mayorías, que no es lo mismo que distraer o confundir. La distracción y la confusión pueden durar más o menos en el tiempo, pero bajo ningún punto de vista significan el aval o el consenso político que la burguesía monopolista necesita para navegar por aguas tranquilas.
El corazón del plan del gobierno de los monopolios es la reestructuración del capitalismo en la Argentina, acorde a las necesidades del gran capital monopolista, enmarcado en la lucha interimperialista mundial. Ese objetivo implica que los monopolios necesitan atacar la tendencia decreciente de la tasa de ganancia a costa de achicar los ingresos de los trabajadores; sea por la rebaja salarial lisa y llana (con la devaluación del peso, desde diciembre hasta hoy, los salarios se devaluaron casi un 20%) o a través del aumento de la superexplotación vía el aumento de la productividad, es decir producir lo mismo o más que antes con menos mano de obra.
Esta es la necesidad imperiosa del gran capital. Por eso, y nuevamente como pasó a través de la historia de nuestro país, el salario es la única variable que se pretende ajustar. Todos los precios de la economía aumentan, las ganancias de los monopolios aumentan, y lo único a lo que se pretende poner un corsé es al aumento de los salarios.
Esto implica que las familias que alquilan deban disponer del 40% de sus ingresos para el pago del alquiler, cuando los niveles históricos eran del 20/25%; esto significa que una familia destina el 80% de sus ingresos en gastos fijos: alquiler, impuestos, comida y transporte.
La inflación de 2017 fue medida en 24,8%, mientras los productos de la canasta básica aumentaron, por ejemplo, la leche un 30%; el azúcar un 34%; los fideos un 37%; el tomate un 80%; la papa un 50%.
Entonces, esta es la realidad el debate en cada hogar trabajador. No se puede barrer bajo la alfombra esta situación ni con cien proyectos o anuncios grandilocuentes.
Aquí está el verdadero Talón de Aquiles del gobierno, el que no le permite sostener un consenso mayoritario, dado que la actualidad y la perspectiva de los trabajadores y pueblo en general están atravesadas por las dificultades para sostener la economía familiar. Y eso, lejos de mejorar, empeora un poco cada día.
Los revolucionarios no le esquivamos el cuerpo a ninguna discusión ni a ningún tema. Pero al mismo tiempo debemos promover el debate de los verdaderos problemas que acucian a las amplias masas sin dejarnos llevar por la zanahoria que el poder nos pone por delante. Más todavía serán escuchados nuestros puntos de vista sobre los más diversos temas si lo hacemos desde la realidad material que el movimiento de masas atraviesa en cada momento.