La lucha de clases en nuestro país se encuentra atravesando un momento álgido y de enorme tensión: se agudiza día a día el enfrentamiento entre una burguesía cada vez más debilitada -que no sabe a qué recurrir para sostener sus privilegios de clase a toda costa- y una clase trabajadora más organizada y combativa desde las bases, y por lo tanto, cada vez más consciente de su capacidad y de su poder.
Los conflictos suscitados en los últimos meses así lo demuestran: el INTI -cuyos trabajadores sostienen encomiosa lucha que ya lleva varias semanas- ACINDAR, las protestas y movilizaciones en Rosario, la enorme reacción popular y masiva de diciembre pasado contra la reforma previsional del gobierno de los monopolios, y la gigantesca marcha del 8 de marzo, son sólo algunos ejemplos que muestran con claridad que la clase obrera no le da tregua a la burguesía.
En el terreno político, la lucha se torna realmente difícil en muchos lugares de trabajo pues no sólo se trata de enfrentar a la burguesía o a sus representantes tanto en el ámbito público como en el privado, sino que también hay que combatir a la burocracia sindical traidora de los intereses de los trabajadores, y al activismo de ciertos partidos políticos cuyo accionar termina siendo funcional a aquellos intereses que se supone que deberían enfrentar.
Muchas veces no sabemos cómo se van a desarrollar y cómo van a evolucionar estos conflictos que involucran la lucha de clases. Pero la experiencia acumulada y el análisis de diversas situaciones nos permiten afirmar que cada vez más se vislumbra un cambio en el seno de las masas laboriosas que ya no están dispuestas a soportar los atropellos de una burguesía que, de a poco, se desgrana.
Así, podemos apreciar cómo los trabajadores se organizan desde las bases, desde abajo, apelando a la masividad en las asambleas, a la democracia directa para tomar sus decisiones como clase, a la autoconvocatoria para sostener alguna reivindicación específica o bien para enfrentar en el terreno político a los explotadores y a sus representantes en el Congreso, en el aparato judicial, en el ejecutivo y en los sindicatos corrompidos.
Hoy, los trabajadores sostenemos la lucha en los puestos de trabajo y en la calle, como lo demuestra la masividad popular en varias convocatorias.
Todo esto representa un enorme triunfo para la clase trabajadora y alimenta la solidaridad, el compañerismo, la unidad de las luchas y la conciencia de clase, para sostener esta guerra contra los monopolios y la partidocracia burguesa, como seguiremos sosteniendo desde nuestros principios.
No hay alternativas políticas en el marco del sistema. Detrás de cada lucha, de cada conflicto, los revolucionarios debemos tener como objetivo la disputa por el poder. Porque la toma del poder por parte de la clase trabajadora es la única alternativa posible para acceder a la vida de dignidad a la que aspiramos y para la cual trabajamos.
La burguesía no presenta, por su propia naturaleza depredadora, más que engaños y trampas que sólo apuntan a “repartir las sobras” en el mejor de los casos, cuando algún político populista y conciliador de clases ofrece, como gran solución, una mejor distribución de los ingresos y de la renta producida.
A eso responde la famosa teoría del derrame en el sistema capitalista. Gran falacia que deja las cosas como están: unos pocos disfrutando y acaparando las ganancias que produce con su trabajo la enorme mayoría de la población.
Por todo ello, no nos cansaremos de repetir, sostener y fundamentar que la única salida para este atolladero que propone la burguesía explotadora, es la revolución socialista.