Las usinas de propaganda del sistema no se cansan de afirmar que éste ha demostrado ser el único sistema viable, atacando las ideas y experiencias revolucionarias que, más allá de las particularidades de cada caso, son experiencias que la humanidad ha realizado con el objetivo de superar el modo de producción capitalista. Un modo de producción que, año tras año, confirma que su supervivencia depende de explotar y esquilmar cada vez más al ser humano y la naturaleza concentrando en pocas manos el producto del trabajo social de miles de millones de personas en el planeta.
Que unas pocas decenas de personas concentren en sus manos el 82% de las riquezas que se producen en el mundo no resiste un análisis lógico y racional, precisamente porque semejante nivel de concentración y centralización de capitales está asentado sobre la anarquía y la irracionalidad capitalista, carácter singular de un sistema que está sostenido por la explotación y apropiación del trabajo humano de muchos por unos pocos.
Por lo tanto si la anarquía y la irracionalidad son la norma, el progreso social se convierte en una quimera inalcanzable. Hablamos del progreso social entendido como la realización espiritual y material del ser humano en armonía con sus pares y la naturaleza, y no del acceso al último modelo de teléfono celular o al acceso a cambiar el coche cada tanto tiempo; eso es una parte ínfima de lo que la humanidad ha producido como parte de su propio desarrollo como tal. Pero el concepto de progreso social que sostenemos los revolucionarios es mucho más abarcativo dado que apunta a lo que decíamos más arriba.
Nos referimos al pleno desarrollo de las fuerzas productivas que hoy se ven trabadas por la avaricia y rapiña del capital concentrado. Un ejemplo de ello es la tecnología aplicada a los procesos productivos. Lo que debería ser un avance y servir para mejorar la calidad del trabajo y, fundamentalmente, de los trabajadores se convierte (por la necesidad intrínseca de la clase dominante en esta etapa de crisis estructural del sistema de achatar la masa salarial y aumentar la productividad) en una pesada losa que se hace caer sobre las espaldas de los trabajadores.
Lo que el sistema presenta como “freno” para el desarrollo y el progreso, nos referimos a los derechos y conquistas laborales obtenidos, es en definitiva la demostración más palpable de que lo que frena el progreso y el desarrollo es el modo de producción capitalista. En efecto, el ataque a las condiciones laborales encierra lo que la anarquía y la voracidad del capital generan dado que es lo que la ganancia y la supervivencia de la burguesía como clase dominante necesitan, lo que choca frontalmente contra las condiciones de vida de las masas.
De esta forma, los avances y la superación que significan la aplicación de las nuevas tecnologías en lugar de ayudar al ser humano a trabajar en mejores condiciones y con mayor seguridad, por el contrario implican mayores y más extenuantes jornadas laborales, pérdidas de derechos y hasta el desplazamiento liso y llano de mano de obra que es arrojada al desamparo más absoluto.
Y en ese mismo proceso, mientras la burguesía monopolista condena a millones de seres humanos al descarte cuando todavía están es su plena etapa productiva, se propone aumentar la edad jubilatoria. Irracional por donde se lo analice. La anarquía del capital en su expresión más descarnada.
Sin ir más lejos, hace unos pocos días el presidente Macri afirmó que debemos usar responsablemente la energía. Para ello propuso hacer como las abuelas de antes, que apagaban la estufa a las 11 de la noche y la encendían por la mañana, y abrigarnos un poco más. El presidente del cambio y del progreso propone retrotaernos 60 o 70 años para que la energía “alcance” y hagamos un uso racional de la misma. Al mismo tiempo, la explotación minera o el fracking (por nombrar sólo algunos ejemplos) utilizan energía y agua en cantidades escandalosas con el único fin de beneficiar a los capitales monopolistas. Mientras ellos pueden usar la energía como y cuanto quieran, nosotros debemos cuidarla.
Con algunos ejemplos concretos y que hacen a nuestra vida cotidiana se pone de manifiesto que la burguesía monopolista ya no sólo que no impulsa sino que está en contra del progreso social. O lo que es lo mismo, el progreso social no es posible dentro del modo de producción capitalista por lo que la Humanidad debe y sigue buscando los caminos de revolución social para terminar con la barbarie del capital.