Conocido es el principio de Marx que afirma “Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo”. Esa frase, tan simple, encierra sin embargo un contenido sumamente profundo, es una declaración sobre la actitud y el papel que los revolucionarios debemos asumir en política. Por principio los revolucionarios no podemos analizar y contemplar la realidad en forma pasiva; no alcanza asumir los principios del materialismo para dar una descripción acertada del movimiento de las clases, del futuro de la economía, de la puja de intereses entre facciones de la oligarquía financiera, o de los problemas del movimiento obrero.
Ese análisis, por muy certero que sea, cae en el vacío más profundo si no se utiliza para superar en forma positiva interviniendo y transformando la realidad.
Muy arraigado, inclusive en forma inconsciente, se encuentran los principios de la democracia burguesa –es decir, de la democracia “representativa”-, principios arraigados producto de años y años de dominación por parte de las clases poderosas. La cuestión de “delegar en” se manifiesta con absurdos tan grandes que llegan a plantear en el seno del campo popular prácticas cuyo camino termina inevitablemente en el reformismo.
En el contexto nacional en el que nos encontramos, de creciente autoritarismo por parte del gobierno, de un tremendo ajuste sobre las condiciones de vida de la población, de aumento de la productividad a costa de la salud e integridad de millones de obreros, el descontento hacia las burocracias sindicales crece día a día, donde queda cada vez mas de manifiesto que estos sectores trabajan directamente para la empresa en función de cuidar sus intereses individuales, y no los intereses colectivos de los trabajadores.
Ante este creciente descontento, la consigna “Paro general” por ejemplo, adquiere eco en algunos sectores de los trabajadores. Si nos detenemos a analizar el contenido de consignas como esa, o de aquellas que le piden a la “oposición” que tome cartas por el pueblo en el Congreso, entenderemos que en realidad caen profundamente en el oportunismo de izquierda, es decir, en reformismo del más puro.
Reclamarle a las “dirigencias” sindicales que se pongan a la cabeza de los reclamos de los trabajadores trasluce toda una concepción que, volviendo a la frase de Marx, no tiene miras en transformar la realidad, sino en proclamar “lo que habría que hacer” descontextualizado completamente; poniendo el foco en “la obligación de los representantes”; apuntando los cañones hacia exigirle al Estado y sus representantes en lugar de combatirlos abiertamente.
Al poner el foco allí, lo único que se está haciendo es avalar el sistema representativo y no asumir las tareas que como revolucionarios debemos emprender en la transformación de la realidad, en la organización concreta del movimiento obrero justamente para superar a esas burocracias. Pedirle soluciones a la burocracia o al Congreso es sinónimo de no comprender el papel que cumplen éstos como herramientas de dominación por parte de la oligarquía financiera, es no comprender que se encuentran de un lado determinado de la línea que divide a la sociedad en dos clases: la de los poseedores y la de los desposeídos.
A ese tipo de consignas los revolucionarios debemos superarlas con organización concreta para que ese paro general, para que esa reforma en el Congreso, sean un echo producto no de la presión sobre los representantes -que en el fondo no representan otra cosa que intereses de la burguesía, por más que utilicen un ropaje popular-, sino de una abierta lucha de clases. Y la organización política no es otra cosa que asumir las tareas concretas del momento que permitan, de lo pequeño a lo grande, superar a esas burocracias en los hechos.
Cuando decimos que los protagonistas de una revolución socialista deben ser los propios obreros, no lo hacemos mirando hacia un futuro lejano e incierto, sino desde las necesidades que apremian día a día.
El paro general en contra de las políticas de los grandes monopolios, la lucha contra la reforma laboral que se avecina, la conquista de las libertades políticas dentro de los centros laborales, no son tareas que le podamos exigir a nadie que sean abordadas, ni mucho menos delegando un “voto de confianza”. Porque no se trata de cambiar de representantes, se trata de eliminar la democracia representativa para construir una democracia directa, horizontal y por ello, revolucionaria. Son tareas que debemos asumir desde cada fábrica, desde cada puesto de trabajo. Los marxistas revolucionarios no podemos observar y exigir, debemos hacer e intervenir.