La imagen no puede ser más elocuente. Trump sentado como el caprichoso que no entiende razones; Merkel que parece decirle: “Así no vamos a ninguna parte”; más atrás, el premier japonés Shinzo Abe piensa resignado: “Qué papelón estamos haciendo…”
Así es como los “lideres” mundiales están atravesando la innegable y cada vez más profunda crisis estructural del sistema capitalista. Si bien estas cumbres hace mucho tiempo que no resuelven problema concreto alguno, lo acontecido en Canadá la semana pasada no hace más que confirmar que la lucha intermonopolista a nivel planetario ha llegado a niveles de contradicciones inéditos. Y que la tendencia no es, precisamente, la superación de las mismas sino su mayor agudización.
Leer las variadas crónicas de esta cumbre resulta ser un jeroglífico imposible de comprender. Trump quiere que Rusia se reintegre al grupo mientras el resto se niega; entre ellos están Alemania y Francia, que dependen del suministro del gas que provee Rusia al mismo tiempo que empresas de esos países tienen negocios en suelo ruso; Rusia a su vez dice que no le interesa volver a ese foro de naciones, mientras en simultáneo con la reunión en Canadá Putin se encontraba con el presidente de China en ese país; el premier japonés tampoco se lleva mal con Rusia y menos con China, en el medio de una crisis económica de su país que ya cumplió una década; el primer ministro italiano, que debutaba como tal en una cumbre, aprobó la declaración final que canta loas a la globalización mientras que él está sostenido por dos partidos políticos que la critican; la primera ministra británica está en una posición similar, defendiendo la “integración de los mercados” cuando está comandando la salida de su país de la UE.
Toda esta mescolanza de intereses y posiciones de los países y sus mandatarios es imposible de entender si no la analizamos a la luz de los cambios estructurales que el imperialismo mundial atraviesa.
Nombrar a los países o a sus gobernantes no significa hoy determinar que los mismos sean los que definen las políticas a llevar a cabo en el mundo. Dentro de cada país, cada Estado y cada gobierno conviven burguesías monopolistas absolutamente transnacionalizadas; ello implica que las distintas facciones de esa burguesía, cada una parte de lo más concentrado de la oligarquía financiera mundial, llevan adelante una puja permanente dentro de sus países y en el resto del planeta. En ese contexto, los gobiernos y los Estados ya no representan los intereses nacionales de sus países sino los intereses transnacionales de las empresas que tuvieron origen en ellos pero que hoy sientan sus reales en un mapa mundial en el que el planeta es un mercado único y las fronteras y los intereses nacionales son un obstáculo para sus negocios e intereses que son planetarios.
Lo que los medios burgueses afirman acerca de que Trump fue a dinamitar la cumbre, en realidad es que el presidente norteamericano pone de manifiesto las agudas luchas intermonopolistas que se libran al interior de cada país y en el mundo, las que se trasladan irremediablemente a estos encuentros.
Se confirma cada vez más que la crisis no es sólo económica sino fundamentalmente política; ninguna facción de la oligarquía financiera mundial puede imponerse en forma más o menos permanente y estable sobre otra debido a dos factores en apariencia separados pero que están unidos estructuralmente: la crisis económica mundial del sistema capitalista, que amenaza con nuevos estallidos y cracs, y la crisis política que provoca la resistencia de los pueblos del mundo contra las políticas imperialistas.
En este marco, ni en la economía ni en la política se pueden esperar estabilidad ni orden alguno y esto es lo que se expresó en la última cumbre.