Se cerró acuerdo con el FMI. Llegaron los esperados 15.000 millones de dólares de ese organismo. Se frenó (no se sabe por cuánto tiempo) la subida del dólar. El país fue “ascendido” a economía emergente.
Sin embargo, todas estas buenas noticias para el gobierno no se vieron reflejadas en otros aspectos auspiciosos para la burguesía monopolista. Las acciones de las empresas que cotizan en Wall Street (sobre todo, las de los bancos y las energéticas) no paran de bajar; los bonos argentinos, lo mismo; los seguros que los inversores contratan ante la probabilidad de impago de la deuda de los países, encuentra a Argentina casi al tope del ranking mundial, sólo por debajo de Venezuela y Ecuador.
Estas noticias contradictorias, en apariencia económicas, reflejan no sólo lo endeble de la economía argentina sino, y fundamentalmente, la profunda inestabilidad política que atraviesa nuestro país.
Los llamados mercados al medir la talla de las espaldas políticas del gobierno macrista no se llaman a engaño. Los compromisos asumidos con el capital financiero internacional, y las necesidades de ese capital de ir a fondo en las políticas de ajuste, chocan de frente con la realidad de la lucha de clases. Los límites políticos son una barrera infranqueable que la burguesía en la Argentina no está en condiciones de superar. En el medio de la inestabilidad política permanente, intentar avanzar en las reformas que pretende el capital es aumentar tal inestabilidad.
El paro del pasado 25 de junio manifestó en forma contundente que los trabajadores y pueblo en general están preparados para enfrentar los avances que la clase dominante intente sobre reivindicaciones y conquistas; el mar de fondo de la lucha de las clases no pasa desapercibido para nadie.
Cuando las acciones de las empresas de energía bajan es porque nadie está seguro de poder cobrar al pueblo las tarifas que intentan cobrar. Cuando los seguros para cubrirse de posibles impagos de deuda suben, es porque nadie está seguro que Argentina pueda afrontar la misma, y la razón no es que el país no tenga capacidad de pago económica sino que, ni la facción gobernante ni ninguna otra de las facciones de la burguesía monopolista, puede garantizar política alguna para convencer a las amplias mayorías populares de aceptar mansamente los dictados del capital.
Así es como se presenta la crisis capitalista en nuestro país. Los planes económicos convenientes para la burguesía, se pueden realizar cuando se cuenta con amplio respaldo político. No es este el caso. El ritmo de la lucha y de clases será ascendente y de ello toma nota la burguesía.
Que aunque en apariencia se muestre tranquila y confiada de poder aplicar sus políticas, lo que manda es el abajo que se mueve. En un movimiento que va en contra de las intenciones e intereses del poder, directo a la confrontación entre las clases en pugna.