El tema de la unidad de los trabajadores y el pueblo en nuestro proceso revolucionario, encuadrado en un marcado agravamiento de las condiciones de vida de amplias mayorías, pone en foco permanente la necesidad de una salida revolucionaria frente a semejante ignominia.
Todos los condimentos políticos y sociales de la lucha de clases abren una nueva situación, en donde la crisis política por la que atraviesa la burguesía en su dominación, caracteriza la etapa que estamos viviendo y se muestra descarnadamente ante los ojos de todos.
En ese mismo sentido, el pueblo profundiza sus reclamos, la clase obrera se planta para no retroceder y se dispone a más. El poder está obligado a más improvisación, a una mayor centralización política que no consigue, a la aplicación de un mayor autoritarismo como la base económica así lo exige, y a la utilización de mecanismos coercitivos y violentos para garantizar las exigencias de los monopolios.
Pero más que les pese, esas luchas de diverso tipo que se vienen desarrollando a lo largo y ancho de nuestro país, comienzan de alguna manera a entrelazarse de forma embrionaria con el proyecto político revolucionario.
Y aquí el problema de la unidad se hace más presente que nunca: encontrarse en las luchas, generando una unidad amplia desde la clase obrera hacia el conjunto del pueblo, acumulando en la lucha y en el proyecto político revolucionario que ya ha comenzado a asomar. Es desde este sentido que sostenemos que “la revolución está en marcha”, cuando el camino de la unidad va rompiendo el aislamiento y construyendo la expectativa política revolucionaria que estamos necesitando.
Porque la situación de masas -que viene en aumento desde hace varios años- no ha permitido a la oligarquía financiera, dueña de todos los monopolios y bancos existentes en el país, aplastar los salarios a los niveles que requiere el sostenimiento de sus ganancias. Es por eso que -tirándose barro encima en lo político- pusieron en marcha otro mecanismo a fin de mantener esos márgenes: la inflación o, lo que es lo mismo, el aumento generalizado de las mercaderías. Haciendo esto (sobre todo en las de primera necesidad) bajan el poder adquisitivo del salario. Y esto dura hasta que aflora un nuevo forcejeo de clases por el “reparto” de la riqueza.
Esta puja distributiva, la lucha de clases sin cuartel, es la que obliga a los capitalistas a buscar otros rumbos para sostener su margen de ganancias. La burguesía se ve obligada a invertir en bienes de capital, y a renovar los medios de producción obsoletos. Esto genera, una renovada y más profunda guerra por los capitales, con una destrucción masiva de fuerzas productivas y, en consecuencia, una tendencia al agravamiento de las condiciones de vida de la población. Es la historia de nunca acabar.
Esta guerra inter capitalista no es generada solamente por la lucha de clases, sino también por las propias leyes del sistema capitalista, por las cuales estos deben ir modificando y actualizando los medios de producción, incorporando nuevas tecnologías, menores “costos” de producción, etc. En esta doble situación (agudización de la lucha de clases y la guerra mencionada), es la burguesía la que aparece debilitada por sus contradicciones políticas y económicas, y es el proletariado el que asoma fortalecido. Esto último, fundamentalmente, por las experiencias que viene desarrollando, desde las luchas crecientes y la movilización permanente, junto con la aparición de nuevas organizaciones independientes (incipientes, es cierto) pero con el firme y tenaz paso del proyecto revolucionario.
Porque frente al disciplinamiento que exigen y necesitan los monopolios, la clase obrera argentina continúa caminando hacia su emancipación.