EE.UU., China y Europa, constituyen regiones geográficas que son referencias en cuanto a localización y mercados, porque en realidad, el capital no tiene patria. En sus orígenes, el capital, ya incluía esta premisa, cuyo velo ya no puede ocultarse más bajo el disfraz de la nación o el país, a la luz de las guerras intermonopolistas que sacuden el mundo.
La llamada guerra comercial entre China y los EE.UU., lejos de reducirse a sus límites geográficos, expresa la agudización de la guerra intermonopolista a escala planetaria. Están dirimiendo sus intereses y sus negocios en un marco de incertidumbre económica y política cada vez más pronunciado, producto de la fractura que se evidencia en el seno de la propia burguesía.
Esta guerra que dista mucho de ser sólo por los aranceles y los desequilibrios entre la exportación e importación entre China, Europa y EE.UU., entre las medidas arancelarias de Trump y las contramedidas de XI Ping, son la punta de un iceberg de contradicciones que no tienen retroceso y que abarcan a todo el sistema capitalista.
Marcan el fracaso en el intento de establecer un marco de centralización de las reglas de juego del intercambio mundial. Las propias reglas de la OMC -que simbolizaban ese marco político- ya han quedado obsoletas frente al propio poder que ejercen los grandes monopolios.
Los Estados subordinados al capital monopolista, que antaño hacían prevalecer este marco de acuerdos internacionales en el intercambio mundial y al interior de los propios países (es decir, de los llamados “mercados internos”) están limitados a las regulaciones del capital monopolista y no a las expresiones políticas que alguna vez trataron de centralizar sus decisiones. Por ello, en medio de estas disputas arancelarias, la apelación a la OMC (como tampoco al G20, u otras por el estilo) ya no son suficientes para descomprimir la situación. Con ello, no sólo la anarquía está garantizada sino también la profundización de la crisis mundial.
La disputa que se ventila no es entre dos modelos de capitalismo, el chino o el de los EE.UU., el proteccionista o el de libre comercio, el que representa el mundo multipolar o el mundo unipolar… Ambos Estados, como así también la Comunidad Económica Europea y cualquier otro Estado, son organismos al servicio de capital monopolista.
Su propaganda ideológica, que ejerce en favor del capital, asume desde ya esta función de entidad nacional, aunque en realidad no lo sea. Por ello, lo que en la superficie aparenta ser una disputa comercial entre países es en realidad una disputa entre monopolios por concentrar las condiciones de intercambio en los mercados.
Si para ello se deben borrar acuerdos, eliminar barreras legislativas, borrar conquistas salariales, devaluar, infraccionar, endeudarse y subir las tasas de interés, reprimir y someter a la población y los trabajadores a miserables condiciones de vida -como ocurre en todos los países capitalistas desarrollados o subdesarrollados, mercados emergentes o consolidados- el Estado lo debe garantizar. Eso sí: en nombre de la nación, no de tales o cuales monopolios, aunque verdaderamente sea a favor de estos últimos.
La cuestión de los costos laborales, los precios inflacionarios, las tasas de interés, el endeudamiento externo, sobreabundancia de oferta y la ausencia de demanda por otro (por ejemplo de vehículos en EE.UU), se conjugan para expresar que las consecuencias de esta situación la sufrirán los pueblos, con más encarecimiento de sus condiciones de vida y abaratamiento de sus salarios.
Los medios no quieren sacar a la luz estas consideraciones pero ya existen y tiene un peso determinante en las condiciones políticas, y en la lucha de clases. El mismo EE. UU. es un ejemplo de ello: multitudinarias movilizaciones con diversos sectores expresando fuerte oposición a sus políticas.
Trump ofrece al mundo su propio país como un gran mercado, aun a pesar de los muros que construye en la frontera de México, muros políticos, muros represivos y siniestramente inhumanos.
Lo mismo hace Xi Ping, aunque con muros de otro tipo. Sin embargo, enormes masas de capital entran y salen diariamente y minuto a minuto sin que medie ninguna frontera para impedirlo. Sólo son importantes las condiciones que los monopolios han impuesto y que representan sus negocios en diversos mercados. Esas condiciones están en crisis y buscan ser resueltas con las mismas recetas que las condujeron hasta aquí.
En el siglo XV el capitalismo surgió con nuevos augurios, pero llego hasta aquí… a condiciones donde el derecho a la libertad, al trabajo, a la vida digna de la humanidad, están subsumidas, vilipendiadas, corroídas en función del derecho a la libertad del capital, en función de la libertad la explotación del hombre por el hombre.
Todo ello expone con harta evidencia las causas del atraso y del estancamiento al que se ha llegado de la mano de este sistema. Cosa que implica también la lucha revolucionaria, para derrocarlo y construir una sociedad en base a nuestras necesidades, en base a nuestra dignidad.