Un nuevo estrepitoso fracaso coronó la reunión de ministros de finanzas del G20. La confrontación que aparece como de Estados Unidos contra China y la UE por los aranceles proteccionistas no sólo no se resolvió sino que se intensificó.
Es que el grado de concentración económica ha exacerbado sensiblemente la competencia entre capitales. Y aunque en la superficie aparecen países que dialogan e intentan ponerse de acuerdo y supuestas comunidades unidas por un mismo objetivo, en realidad se trata de un juego mortal de todos contra todos.
Los organismos internacionales tales como el Grupo Banco Mundial (GBM) como el Fondo Monetario Internacional (FMI) o el Club de París, lugares en donde se almacena parte del capital mundial sobrante dispuesto a salir a la caza de plusvalía fresca, no cuentan con el dominio de las instituciones políticas que se supone que van a controlar, destinar y usufructuar los beneficios de los safaris emprendidos para obtener la mejor presa.
Las deshilachadas cáscaras de la Organización Mundial del Comercio (OMC), la Organización de Naciones Unidas (ONU) o la Unión Europea (UE), hace décadas que vienen mostrando su incapacidad de disciplinar políticamente a los dueños de esa masa de capital disponible presta a absorber la plusvalía de la más barata mano de obra que pueda encontrarse y, menos, al ámbito más grande conformado por los dueños de los capitales que circulan por el vasto único mercado mundial.
Los propios países con sus gobiernos y Estados “soberanos” ya no representan ninguna unidad de voluntades entre monopolios, si es que alguna efímera vez la hubo. Las vetustas concepciones de los intereses nacionales ha dado paso real a un entramado de intereses tales que las banderías no tienen ninguna identidad, ni siquiera puede categorizarse el enfrentamiento por ramas como pudiera aparecer en la superficie, tales como la automotriz A contra la automotriz B, o la petrolera C contra la petrolera D.
La tasa de ganancia media iguala, en períodos largos, la tasa de ganancia monopolista mundial, dado lo cual ocurren dos cosas: 1) La competencia entre capitales es según volumen y no banderas ni ramas. 2) La urgencia de los negocios desata una carrera acelerada por la pronta obtención y apropiación de plusvalía con el anhelado fin de obtener un porcentaje mayor que supere a la tasa de ganancia media, formando así burbujas que explotan inexorablemente. Inútil espejismo que se estrella contra la dura ley material de la supremacía del volumen de capital real sustentado en bienes materiales que contienen trabajo incorporado que es lo único que genera valor.
El gobierno de Macri en medio de esa disputa sin cuartel, sale a decir que la reunión del G20 financiero fue un éxito, queriendo hacer creer, mediante la utilización del mismo mecanismo y la misma lógica de razonamiento con los que exhibe como triunfo endeudarse para pagar deuda, que (como dice el famoso grafiti) llueve mientras nos orinan.
Sin embargo, ninguna ingeniería financiera, abultada inflación, ni devaluación del dólar, generan más valor, aunque se apropien de mayor masa de plusvalía vaciando los ingresos de trabajadores y pueblo laborioso. Siempre deberán volver a intentar e insistir en la extensión de la jornada laboral ya sea con el aumento de las horas de trabajo de toda la fuerza de trabajo del país, o aumentando la intensidad de la producción, o bien una combinación de ambas. Y ése es el nudo gordiano que, gobierno tras gobierno, no pueden desatar debido a las propias leyes del capitalismo y a las denodadas luchas que llevan adelante el proletariado y pueblo de nuestro país.