Durante estos días se han dado a conocer renuncias en le seno de la CGT, tanto en la propia conducción de la misma como en otros ámbitos de esa central.
Asimismo, de vez en cuando nos anoticiamos de alineamientos, realineamientos, llamados de unidad, etc. Los que ayer se dividieron hoy quieren volver a unirse; los que ayer se abrazaron al gobierno hoy son los primeros “combativos”. En una palabra, un verdadero cambalache es el que presentan las cúpulas dirigenciales de los sindicatos en la Argentina.
Si preguntamos a las bases que dicen representar cómo y con quién se alinea su gremio, por qué rompe o deja de romper con los que hasta hace un rato iban de la mano, la respuesta contundente es un desconocimiento absoluto de lo que los dirigentes por arriba abrochan y desabrochan a su antojo.
Tal es el grado de irrepresentatividad que las centrales sindicales atraviesan a lo largo y a lo ancho y de arriba a abajo. Precisamente, esa falta de representatividad genuina que otrora tuvieron los sindicatos es parte de la crisis política que las instituciones de la burguesía en su conjunto presentan y que, lejos de resolverse, se agudiza ante la falta de respuestas efectivas que la masa de trabajadores no encuentra en sus organizaciones.
Los realineamientos en la órbita sindical tienen su correlato en el orden político. Así gremios que llamaron a votar a Scioli, luego coquetearon con el Macri triunfante y hoy se presentan como los adalides de la combatividad y del enfrentamiento contra el gobierno.
Toda esta situación no hace más que ratificar el por qué innumerables organizaciones de base vienen buscando un camino de construcción y lucha independiente de las organizaciones gremiales conciliadoras, entreguistas y desmovilizadoras.
Ese camino implica también romper con la concepción de que los trabajadores debemos buscar a qué partido burgués vamos a apoyar en las próximas elecciones, yendo en contra de un proceso que lleva décadas y que se ha naturalizado: el alineamiento de los sindicatos con los partidos de los capitalistas, que terminan siendo un apéndice de los intereses del capital y no del trabajo.
Semejante grado de ruptura es el que se está produciendo desde las bases. Es una ruptura con toda una concepción de la representatividad y la delegación del poder de las bases en manos de las dirigencias que terminan siendo gestores de la explotación de los trabajadores.
Este es un proceso que significa un cambio cualitativo y, por lo tanto, la materialización de ese cambio no puede darse de un día para el otro.
Lo que sí está claro es que los cimientos para ese cambio ya están y las fuerzas revolucionarias debemos alentar, ayudar, comprometernos, a que esos cimientos se consoliden para que ese cambio se materialice.
La construcción de un nuevo sindicalismo, un sindicalismo revolucionario, debe proponerse ser la contracara de lo que ya está caduco y aun no muere. No se trata de cambiar dirigentes para seguir con las mismas metodologías; justamente, las metodologías de unidad, masividad, protagonismo y decisión de las bases son una de las características esenciales que se deben respetar y profundizar.
Al mismo tiempo debemos dotar a la clase obrera y demás sectores de trabajadores de la conciencia política revolucionaria que permita avanzar desde la lucha por las conquistas y reivindicaciones a la lucha política contra la burguesía monopolista en su conjunto, dado que los trabajadores son los que ponen en marcha el país todos los días y son los únicos en condiciones históricas de albergar bajo un proyecto político los intereses del conjunto de los sectores populares explotados y oprimidos.
Nuestra convicción es que por allí pasa la necesidad histórica del surgimiento de una alternativa revolucionaria de masas, porque liberar al pueblo es la misión histórica de la clase obrera.
Las palabras del gran dirigente político sindical que fue Agustín Tosco, pronunciadas hace más de cuarenta años, sintetizan lo que aquí queremos decir: “El rol de la clase obrera no es participar como socio menor y subalterno en las esferas del poder de la oligarquía y de la reacción, sino impulsar las transformaciones revolucionarias que cambien en profundidad este sistema de opresión, de explotación y miseria. El papel de la clase obrera es ser vanguardia organizada y combativa de los demás sectores populares para lograr la liberación social y nacional de los argentinos”.