La sensación que se tiene en cada lugar de trabajo, en cada mesa familiar, es que en el horizonte de nuestro país se avecinan nuevas conmociones sociales, porque así no se puede seguir viviendo. Al calor de la lucha de clases empezamos a sentir, a intuir, a palpitar, que esos hechos pondrán al pueblo y a la clase obrera en las puertas de una nueva situación.
Padecemos a la oligarquía financiera en el Estado, del que se ha adueñado en base a la explotación, la dominación, la opresión, la represión y el engaño. Ese es su poder, empieza y termina allí.
Pero, en contraposición a semejante oprobio… ¿cuál es poder que se avecina en forma y contenido? Desde el proyecto revolucionario del proletariado, emerge el papel de la clase obrera, por su historia, su espíritu y su posición central en la sociedad actual. Pero en política, esto no alcanza para garantizar el poder de todo el pueblo y el necesario fortalecimiento de la práctica de la democracia directa, revolucionaria, capaz de dar garantías de continuidad, profundidad y defensa de los cambios políticos, económicos, y sociales, que necesariamente tomaremos para avanzar en la búsqueda de un futuro digno.
Las formas y esencia de ese poder no nacen del resultado intelectual de un grupo de iluminados alrededor de una mesa. Ni de un grupo de “politólogos” que precisen el rumbo, los modos y contenidos del movimiento hacia la Revolución.
La respuesta a este reto, hay que buscarla en los fenómenos políticos y sociales que ha venido desarrollando el movimiento de masas en los últimos años, hartos de tanta ignominia, saliendo a la búsqueda de nuestros iguales para recuperar la dignidad y emprender el camino de una salida a las calamidades que caen sobre las espaldas de toda la sociedad.
Porque la respuesta nace desde las mismas entrañas de la lucha de clases, desde la misma lucha política y social de la clase obrera, las masas trabajadoras y el pueblo, en nuestro camino por resolver, en la práctica, la lucha por las demandas económicas, políticas y sociales. Desde esa experiencia política transcurrida en la democracia burguesa, donde toda institución del Estado, gobierno, parlamento y justicia, junto con las llamadas “organizaciones intermedias”, han sido corrompidos y cooptadas por el dinero y el poder de dominación de la oligarquía financiera, terminando trabajando sin desparpajo contra los intereses del pueblo.
Que el pueblo gobierna a través de sus representantes es una concepción liberal burguesa de la política, y lo sufrimos en nuestro propio cuero. En este largo camino de aprendizaje ya sabemos que las instituciones de la burguesía no sirven para resolver ninguno de nuestros problemas. Por eso, las nuevas formas de participación política, desde la movilización y basadas en la democracia directa, son las que han hecho y hacen retroceder y golpean –en más de un caso- en el terreno político a la burguesía.
La democracia directa (que no es otra cosa que poner en primer plano el protagonismo, la decisión y la organización de las mayorías) es una mala palabra para todo el arco político del sistema burgués, que no duda en lanzar siempre que puede, un furibundo y desesperado ataque contra esas experiencias, tildándolas de “antidemocráticas”.
Lo hacen con múltiples objetivos pero –fundamentalmente- para mantener “lejos” de los trabajadores el objetivo de la revolución; porque en esas prácticas está el germen de lo nuevo, las bases del nuevo poder que se avecina y el verdadero riesgo de su dominación.
Por eso ellos nunca abandonan lucha ideológica. Los revolucionarios debemos tener muy presente este problema, ya que no se trata de algo a resolver “en lo estratégico”, sino que debe ser parte de nuestra acción cotidiana, hoy.
A diferencia de los que subestiman permanentemente a nuestra clase obrera y al pueblo, nosotros tenemos una profunda confianza. Es esta misma clase y este mismo pueblo el que –más allá de lo “más o menos consciente” que sea-, la que desde la práctica ha sido capaz de empezar a elaborar la negación del sistema burgués de representación; ha cuestionado en su forma y esencia el sistema de dominación de la burguesía; ha empezado a marcar el camino de por dónde se empieza a salir de semejante ignominia; ha empezado a construir las bases, -aún embrionarias- del futuro poder revolucionario.
En este punto el papel dirigente de la clase obrera y su partido revolucionario se acrecienta. Esa intervención es de trascendental importancia hoy, con el objetivo de dotar a ese mosaico de experiencias del proyecto y la organización revolucionaria, de la táctica política del proletariado. Lo único capaz de unificar, por encima de los intereses sectoriales, a estas verdaderas fuerzas motrices revolucionaras contemporáneas, y conducirlas hacia la no tan lejana Revolución.