Todo el arco electoral subordina la política a las elecciones del 2019. No hay excepción y todos trabajan para la estabilidad de la gobernabilidad y su institucionalidad. Los une el espanto de ir contra los intereses de la clase obrera y el pueblo, y los divide los grandes negocios propuestos por las disputas monopolistas.
Frenan la movilización, evitan a como dé lugar el enfrentamiento entre las clases explotadas y oprimidas contra todo lo establecido. Intentan quebrar las organizaciones populares que se vienen constituyendo desde muy abajo en las entrañas de la sociedad. Todo el aparato ideológico del poder burgués abocado a sostener el sistema representativo.
El gobierno -dividido en su interior- busca alguna alquimia que le dé posibilidades electorales, especulan con la dupla Vidal-Larreta, se habla de adelantar las elecciones para “sorprender” al “peronismo”, la Carrió juega su partido expresando intereses dentro y fuera de nuestras fronteras, se disfraza de paladín de la justicia y embarra lo que toca. El peronismo -en sus diferentes versiones- juega a lo suyo; lo cierto es que hablan de “unidad política” y cada intento se traduce en un nuevo acto político, un poco más dividido.
Los discursos de “barricada” en el Parlamento, del kirchnerismo y de la izquierda, se traducen en las fábricas, en los barrios, en las escuelas y universidades, donde se encuentra en las masas laboriosas, en discursos oportunistas que no alteren los cauces electorales.
Llegar al gobierno es lo importante, subordinan el hoy a ese futuro en donde el verdadero poder (aquel que lo domina todo) quede inalterable a pesar de sus disputas por más poder. Así son los partidos de la burguesía, se vistan como se vistan, están llamados a defender el sistema de dominación.
La clase obrera y el pueblo no pueden “esperar un año” con el cuento de la zanahoria. Por el contrario, al poder de la clase dominante no hay que permitirle gobernar con la “paz de los cementerios” que quieren imponer. Se trata de entorpecer su propia legalidad, su institucionalidad, (envuelta en pura ilegitimidad), con más movilización política y más organización de base.
El partido del proletariado no sale a proponer soluciones a la burguesía monopolista en los marcos del sistema impuesto. El caos que ellos generan es consecuencia del saqueo que hacen de nuestra fuerza de trabajo. No hay conciliación de clases.
Por el contrario, sí proponemos la denuncia, mellarlo, corroerlo, bajo la idea ya establecida en nuestro pueblo que si a los poderosos les va bien al pueblo le va mal, muy mal.
Pero es en esa conducta política contra el sistema capitalista, contra el Estado burgués, que es necesario asimilar que ese poder de despliegue de lucha política que viene de muy abajo hay que materializarlo en organización política revolucionaria permanentemente en todos los planos. Es allí en donde radica la clave del futuro inmediato.
Asimilar el problema nos lleva a analizar y entender cuál es el punto débil del proceso revolucionario hacia la lucha por el poder. No es que nuestro pueblo “no entiende”, “no sabe” o “no quiere cambiar el actual estado de las cosas”. Pero lo cierto es que la ideología burguesa en torno a la democracia representativa, electoral, ha impuesto su “verdad”, y esa verdad parecería ser incuestionable frente a la timidez con que las propuestas revolucionarias caminan por la clase obrera y el pueblo.
Existe una salida a todo este devenir negro que propone el aparato de clase burgués, pero es tarea de los destacamentos revolucionarios introducir estas ideas en las masas. Para ello se necesita manos, muchas manos decididas al cambio, romper con toda subestación a que la clase obrera “no puede” entender su papel en la revolución, y de cómo existen bases materiales para una unidad popular.
Las vanguardias de la clase obrera y del pueblo tienen que salir al cruce en el terreno político, sea táctica, sea estrategia, tanto en organización como en metodologías, pero hay que abordar con decisión a las masas, romper con décadas en donde la ideología burguesa quebró la idea de revolución social. No hay política, no hay táctica y no hay estrategia de poder si en ellas los destacamentos revolucionarios no acumulan hacia la lucha por el poder.
No es fácil en este contexto de oportunismo desmedido electoralista realizar las tareas revolucionarias. Pero el empeoramiento en las condiciones de vida de los explotados y oprimidos abre millones de oídos receptores, y mientras ellos existan, es tarea inquebrantable de concretar políticas revolucionarias allí en donde ellas se encuentren.
Las aguas están divididas, las clases están enfrentadas a pesar de los velos “dorados” que impone la burguesía, no hay conciliación de clases y sobre ello hay que cabalgar.