La derrota de la dictadura militar consumada en diciembre de 1983, significó para la historia argentina un punto de inflexión. Para el proletariado y el pueblo, un nuevo piso para avanzar en las conquistas económicas, políticas y sociales que se evidenció en un despliegue formidable de movilización, deliberación y energías puestas en la obtención y multiplicación de las mismas que hoy sigue desplegándose con avances y retrocesos.
Para la burguesía, significó un techo de cuyo nivel de altura no debía sobrepasar ninguna aspiración popular. Selló entonces la situación, con el famoso giro expresivo de “conquista de la democracia”, dando con ello la idea de que éste es el final del camino. Lo que para la burguesía monopolista es una meta, para el proletariado y el pueblo constituyó y significa un nuevo punto de partida hacia la conquista de su libertad en todos los planos.
La lucha de clases, así, instaló un nuevo capítulo en su puja permanente.
Pero la libertad no es un emprendimiento individual tal como lo entiende la ideología burguesa que ubica al ser humano en soledad frente al mundo que lo rodea. Por el contrario, la libertad es un emprendimiento colectivo, social, tal como lo concibe la ideología marxista leninista del proletariado.
El ser humano sólo puede lograr su libertad individual en medio de una libertad colectiva, social, porque la fundamental tarea del ser humano es la producción y reproducción de su vida, de los medios de vida y de los medios que le permiten desarrollarse. Y eso tiene su fundamento material en que la producción de esos medios no es más que colectiva.
Pero los productores en nuestra sociedad, son los proletarios. Es decir, quienes trabajan día con día fabricando y realizando todos, absolutamente todos, los bienes y servicios existentes. Los sectores populares laboriosos, contribuyen y facilitan que dichos bienes y servicios completen el circuito que recorren desde las fábricas y empresas en donde se generan hasta la recepción de los seres humanos que los consumen.
Tanto el proletariado como el pueblo laborioso constituyen las clases y sectores imprescindibles para el funcionamiento de esta sociedad y de la sociedad futura.
Sin embargo, la burguesía, y más precisamente hoy la burguesía monopolista, es la única que se beneficia de todo lo que se produce, pues según las leyes escritas que las instituciones burguesas han generado, determinan que, por ser dueños de las tierras y todos los medios de producción, les sean otorgados todos los productos como de su propiedad. En consecuencia, el trabajo para crear los productos que realizan el proletariado y sectores populares, quienes son las amplias mayorías sociales, no les otorga ningún derecho sobre los mismos. En esta sociedad capitalista el título de propiedad que posee la burguesía, otorga más derechos que la labor creativa, ejecutora del trabajo fabril y extractivo, que ejecutan el proletariado transformando la realidad y que el pueblo laborioso ayuda a realizar para el funcionamiento de toda la sociedad.
Así como el sistema capitalista se sostiene en el trabajo del proletariado y el pueblo laborioso, estas clases trabajadoras son también la base, la sustancia y las responsables de que el sistema tiemble, se conmueva y pueda destruirse para crear un sistema socialista nuevo basado en que todo lo que se produzca sea destinado a satisfacción de las necesidades y aspiraciones de desarrollo de las mayorías populares.
He ahí, el proyecto que nos conducirá, como sociedad, a la libertad. Pues es imposible concebir una libertad si el objetivo diario exclusivo de cada trabajador es obtener los medios indispensables para sobrevivir, tal como estamos condenados hoy a transitar nuestras vidas. Las masas de trabajadores no pueden desarrollar sus potenciales e inmensas capacidades creadoras, contemplativas y reflexivas en todo su esplendor si sus pensamientos y sentimientos están absorbidos por la carrera cotidiana de alcanzar la zanahoria de su magro salario.
Sólo en una sociedad en la que mancomunadamente todos los que estamos en condiciones de trabajar lo hagamos en forma planificada no para la ganancia de unos pocos burgueses monopolistas sino para la satisfacción de las necesidades inmediatas y futuras, para el desarrollo y para beneficio de todos, podremos alcanzar la libertad individual, basada en la libertad social de los productores y reproductores de la vida.
Pero para ello es necesario que, además de la producción, asumamos las decisiones de la cosa pública. Ese camino es el que, en forma inconsciente aún, estamos transitando con el ejercicio de la democracia directa en medio de las luchas, decidiendo nuestro propio quehacer para lograr los objetivos sociales que nos planteamos. Desarrollando la unidad de las bases sociales del proletariado y pueblo laborioso, organizando las fuerzas que hagan retroceder las intenciones de gobernabilidad para la explotación que tienen las minorías burguesas dominantes.
El papel de los revolucionarios dotando a esas experiencias de la ideología revolucionaria, científica que ayude a clarificar y a hacer consciente el objetivo de libertad a lograr, organizando y orientando la lucha de las clases, es el compromiso diario ineludible a cumplir.