En vísperas de una nueva puesta en escena del G20, la crisis estructural del sistema capitalista no encuentra salidas ni de largo plazo, mediano, ni de corto plazo.
Las condiciones en las que se desarrollan los acontecimientos muestran a una clase dominante que sólo atina a aferrarse a lo que mejor sabe hacer: explotar y someter al ser humano y la naturaleza en pos de sostenerse como tal. Su única política es sostener la irremediable tendencia a la baja de la tasa de ganancia, y para ello su ataque se centra en la constante búsqueda de achatar la masa salarial a nivel planetario. Así lo confirma el informe de la OIT; en 2017 la caída global de los salarios cayó a su nivel más bajo desde la crisis de 2008.
Las consecuencias de esta irracional y anárquica postura develan ante las masas en el mundo, la verdadera cara del sistema como nunca antes en la historia.
La lucha de clases en el planeta se tensa y agudiza al ritmo que ese movimiento de masas marca, lo que provoca aun más crisis por arriba; los movimientos por abajo, aunque aún sin objetivos revolucionarios expresos o definidos, son el tembladeral que no deja acomodar a la clase dominante por lo cual la crisis se retroalimenta en todos los planos: social, económico y político.
La combinación de la crisis económica del sistema con la crisis política que alimenta el movimiento de masas, son el cóctel explosivo en el que se asienta en la actualidad la lucha de clases a nivel mundial.
Sin embargo, el poder burgués no está cuestionado. Y de eso se trata el problema fundamental de esta época para los revolucionarios. La clase dominante nos saca una considerable ventaja; la política revolucionaria ha sido destinada, con relativo éxito, a ser marginada y expuesta como algo del pasado, antiguo, caduco, irrealizable.
En la época de la historia en la que el sistema se muestra como lo caduco, lo retrógrado, lo reaccionario, como nunca antes, instalar y organizar la revolución debe ser, precisamente, el objetivo central de toda lucha.
La organización de las ideas y la política revolucionarias debe enraizarse en lo más profundo y amplio de la sociedad. El paciente y constante trabajo desde abajo para que el poderoso movimiento de masas que se viene expresando cuente con un objetivo de lucha que cuestione la dominación burguesa y se proponga derrocarla debe redoblarse y aumentar tanto en intensidad como en claridad en los planteos revolucionarios hacia las masas.
El problema de la revolución, de la lucha por el poder, de la construcción de una sociedad sin explotadores ni explotados, tiene hoy más vigencia que nunca antes en la historia. A pesar del permanente bombardeo por declarar al capitalismo como lo único posible, las consecuencias y padecimientos a los que somete a los pueblos debido a la injusticia intrínseca que significan las relaciones de producción basadas en la explotación del ser humano y la naturaleza, son la base material en la que se asienta la necesidad imperiosa de luchar contra el orden establecido.
La convicción en el pueblo y la revolución deben expresarse haciendo sin cortapisas las tareas que nos corresponden hacer para que el objetivo de la lucha por el poder sea materialmente posible.
En ese camino seremos cuestionados, tendremos triunfos y derrotas, nos tildarán de utópicos y todos los adjetivos que utilizaron los poderosos y sus vocingleros a lo largo de la historia, pero nuestro convencimiento se hace y hará más y más fuerte cuando, al lado de la clase obrera y el pueblo, recorramos todo el proceso que se abre.
Emprendemos y redoblamos esta lucha en una época histórica que se presenta, en lo aparente, como difícil; nunca fue fácil luchar contra el sistema. Pero lo complejo y arduo de la lucha debe redoblar las convicciones revolucionarias.
Transitamos un proceso magnífico en el que nos toca aportar, piedra sobre piedra, a la lucha de clases mundial con objetivos de cambio revolucionario donde las masas sean las verdaderas hacedoras de los mismos y se abran nuevas perspectivas de lucha y de vida en nuestro país y en el mundo.
La lucha revolucionaria de hoy pasa también por no dejarse avasallar ni doblegar ante las aparentes victorias del enemigo de clase. Ellos tienen el poder y saben usarlo; por eso su constante ataque a todo lo que huela a revolución, su intento por borrar de la faz de la tierra la posibilidad de liberación de los pueblos.
Pero la inteligencia colectiva de un proletariado organizado junto al resto de las capas populares, bajo una política de abierta confrontación contra la clase dominante, es la forma más efectiva y posible de terminar con la ignominia de este sistema.
No hay conciliación posible, no hay atajos para la lucha por el poder yendo detrás de ninguna variante de la burguesía monopolista. La lucha revolucionaria, con las masas y desde las masas, impone sostener independencia política. Y para ello se necesita dotar a la clase obrera y al pueblo de las ideas de la revolución y el socialismo.
Cada acción política cotidiana que se emprenda debe ir preñada de estas convicciones y en se camino, ir construyendo las herramientas organizativas necesarias para avanzar en la lucha por el poder.