Al orden burgués, que es un caos estructural, hay que desordenarlo.
La movilización contra el G20 fue muy importante, fue una demostración de rechazo a la presencia de los popes del poder burgués. Punto y aparte.
El gobierno impuso un orden represivo y virulento de la protesta, tras cartón y envalentonado quiere reglamentar la pena de muerte, dibujarla con artilugios legales. En el mientras tanto, las elecciones del 2019 jugaron su papel y todo el arco electoral se comprometió a no “hacer olas”.
Así están las cosas.
Pero hoy, de vuelta la burra al trigo, ¡señorito presidente!: la vida continúa, se sale a calle, a la vida cotidiana, a los problemas cotidianos y allí no hay orden, hay bronca, hay un síntoma creciente de malestar, mucho dolor pero poco y nada de resignación. Todo es efímero para la actual administración, el G20 ya pasó y la realidad de la lucha de clases es muy pesada. La tregua comercial duró 24 horas, fuertes declaraciones de asesores de Trump plantearon en conferencia de prensa que la “tregua” era a partir del primero de enero y no del primero de diciembre. Tembló el mundo.
El poder burgués subestima al pueblo, pero sabe por propia historia que hay un estado de ánimo en la mayoría de la población que deja “la moneda en el aire”. El orden impuesto es un orden muy frágil, sometido a los vaivenes de la lucha política que se entabla en todos los andariveles que se presenta la injusticia.
En el terreno de la clase obrera y el pueblo están pesando las amenazas que se presentan cotidianamente: pérdida de la fuente laboral, no llegar a fin de mes, coartar la salud, la educación… la lucha por la vida amedrenta. Una caída abrupta en las condiciones de vida. Pero también es cierto que una cosa es dar un paso atrás por convencimiento de que el “sacrificio” que nos piden dará resultado y otra muy distinta cuando los cauces para enfrentar tales imposiciones están contenidos por infinitas razones.
¿Qué queremos decir con esto? Que la burguesía monopolista avanza en sus negocios pero sus espaldas políticas en el seno del pueblo son cada vez más estrechas.
A modo de ejemplo: el otorgamiento de subsidios a las empresas creció sustancialmente porque las nuevas facturas que debían haber llegado a las casas hubiesen provocado una situación no querida para el poder. Todo es frágil porque frágil es la política del poder y lo saben.
La moneda está en el aire, pero por más orden burgués que se quiera imponer, y a veces lo logran, el fondo de la cuestión es que lo que está cuestionado de hecho es la institucionalidad burguesa, sus instrumentos opresivos y represivos, y por sobre todas las cosas, el fino equilibrio de la gobernabilidad actual.
Las embestidas políticas de nuestro pueblo no se detendrán, sean ellas en pequeña escala o en gran escala. Centenares de miles de almas están dispuestas a dar batalla, eso se siente y pesa a la hora de cada “reunión de gabinete”; si no habría que preguntarla a la “nueva adalid” de los derechos humanos, Lilita Carrio. Hay altibajos, pero la tendencia de los últimos años afirma la resistencia, el ir por más conquistas políticas y dar pelea en lo concreto.
Pero hay una debilidad de este lado de la barricada, de los explotados y oprimidos, una debilidad que frena la lucha política y que es parte de ese dique de contención. Es que en todo ese gran movimiento que quiere el cambio de las cosas, que quiere el progreso con mayúsculas, han penetrado las ideas populistas y reformistas, ideas que entorpecen una salida revolucionaria. El electoralismo planteado por el poder burgués es avalado por corrientes de todo signo, posponen el enfrentamiento, lo debilitan, lo ahuyentan, provocan en el seno de las masas una confusión propia del peso ideológico que impone el sistema.
En ese devenir, todo está en cuestionamiento, incluso esas propuestas de “mal menor”. Todo ello nos indica el porqué no debemos dar tregua a la implantación práctica de organizaciones políticas independientes del poder burgués, con un carácter revolucionario.
No hay un solo plano para ello, son muchos, pero el común denominador de todos es acumular hacia un nuevo tipo de poder.
Cuando al “arriba” no se lo quiere en todas sus versiones, cuando a los de arriba se los cuestiona por todo, se hace más necesario trabajar para enfrentarlos e ir erigiendo una salida política de poder.
La lucha política que hace nuestro pueblo, como dijimos, no se detendrá. Pero si hablamos de herramientas que vayan apuntalando la salida revolucionaria estamos hablando de respetar a rajatabla las organizaciones de todo tipo ya creadas en la lucha y que conllevan en sí mismas una fuerza de respetar. A la vez, constituir herramientas políticas que puedan llevar ese torrente de fuerzas inagotables a la revolución. Y entonces sí hacemos mención de la necesidad de robustecer cada vez más los destacamentos del proletariado, entre ellos, el de nuestro Partido.
Pero entre Partido y las más amplias masas también es necesario fortalecer y materializar organizaciones revolucionarias de un carácter muy amplio, que lleven el sello de la lucha por el poder. Organizaciones de trabajadores, estudiantiles, barriales y otras, que vayan fortaleciendo el tramado unitario de nuestro pueblo. Son tareas difíciles, pero son tareas que hay que hacer. Plasmarlas es lo imperioso de este momento, cuando de lo que se trata para este período histórico es no dejarlos gobernar, castigarlos desde donde se pueda y que ello permita robustecer las fuerzas en construcción.
El orden burgués busca encorsetar la protesta y para ello cuenta con fuerzas institucionales, incluidos el reformismo y el populismo: “la paz de los cementerios” como emblema para sostener el sistema. Los revolucionarios buscamos el orden proletario y popular que desordene y debilite el orden burgués. Liberar las fuerzas del pueblo, es crearles ingobernabilidad y caos, intentar maniatarlas o encorsetarlas es parte de la reacción que frena el embrionario desarrollo revolucionario.