No es la primera vez en nuestra historia de la lucha de clases que, frente a tanto atropello que sufrimos a los derechos políticos, sociales y económicos ya conquistados, nuestra reacción aún como pueblo no sea lo suficientemente contundente.
Pero hay una diferencia entre resignación y bronca contenida. La primera es cuando la gran mayoría de la población considera que las cosas “deben ser así” y para ello hay que respetar el Estado y las instituciones que lo conforman. Diferente es cuando un pueblo considera que todo ese andamiaje está literalmente descompuesto y -de una u otra manera- no está dispuesto a someterse.
Nuestro pueblo tiene mucha bronca contenida y no tanto, hay expresiones de descontento y las mismas se hacen sentir. Pero también se convive con la amenaza de perder el trabajo, la lucha por la vida es muy pesada y la extensión de horas de trabajo para poder llegar a fin de mes pesa a la hora de la reacción ante la injusticia. Pero esto ya lo vivimos y convive con un sentimiento “callejero” de intuir que algo va a pasar, así no se puede seguir.
Si bien la experiencia histórica que tenemos ante situaciones similares ayuda a conocer el futuro inmediato, también es cierto que la historia no se repite, nada de lo que viene será igual. Las bases materiales de este presente no son las mismas, ni siquiera las del pasado inmediato.
Es en ese sentido del devenir histórico, que los revolucionarios caracterizamos que la bronca contenida si bien en sí misma es un freno a las políticas del gobierno, no son lo suficientemente importantes para cambiar el actual estado de cosas. Hay movilización, se foguean a diario miles y miles que con sus reclamos muchas veces vuelven a sus puestos de trabajo o a sus barrios con logros en unos casos y en otros con las manos vacías, hay un ida y vuelta permanente y se sabe por experiencia que hay que seguir peleando.
No hay espacio para la resignación: las boletas hay que pagarlas, hay que comer y se sabe que los poderosos se la están llevando en pala. Las injusticias del sistema no dan respiro.
Hay chispas por todos lados y las mismas aún no encienden la pradera. Pero las “chispas” tienen que convivir con las políticas revolucionarias para facilitar un cambio de ese estado de cosas que subyace detrás del escenario de la lucha de clases.
¿Que entendemos por chispa? En primer término, el no respeto al orden burgués establecido. ¿Por qué las cosas deben ser así como nos dicen?
A partir de estas premisas, la conducta política que active la chispa tiene que ser parte misma de la acumulación de fuerzas necesarias para golpear. Es decir, no se pueden acumular fuerzas políticas si en cada momento no estamos a la búsqueda de una consigna movilizadora que la encienda.
Hay bronca y -de hecho- un país industrial invoca organización y tradición de organización para producir, que tiñe a toda la sociedad. Pero si no existen los núcleos revolucionarios capaces de encender esas chispas que eleven la lucha de clases a planos superiores y cristalicen ese malestar permanente, el paso a la espontaneidad del curso de la historia, seguro que en las actuales condiciones no estará mal, pero no será suficiente para ese cambio cualitativo necesario en el camino por la lucha por el poder.
La clase dominante y sus intelectuales han denostado el sentido revolucionario de hacer saltar la chispa, asociándolo al “anarquismo”, al “espontaneísmo” o a un grupo de exaltados que sin contemplar la “realidad” y desesperados, lo intentan al todo o nada.
Al Che se lo juzgó por foquista, a esa revolución de masas populares se la juzgó por foquista…
Los revolucionarios, nuestro Partido como destacamento del proletariado, estamos empeñados en no respetar el orden burgués y entendemos que la bronca actual existente necesita activar cientos de miles de chispas. Al orden burgués se le debe oponer antagónicamente el orden proletario y -en política- ello significa no dejarlos gobernar.
Que no lleguen impunes al 2019, y si llegan, que lleguen andrajosos, sin ningún tipo de legitimidad. Provocar la chispa es un todo que lo abarca todo: lo político, la organización, la acumulación de fuerzas, la lucha ideológica… pero -en su esencia- es catalizar la bronca existente en cada lugar y herir la gobernabilidad, como parte de un todo frente a la dominación de clase que ejercen.