Un miércoles como hoy 19 de diciembre, pero de 2001, se producía la manifestación popular que culminaría el 20 de diciembre con la renuncia del presidente De la Rúa, lo que marcaría el fin de las políticas implementadas en la década del 90 en nuestro país.
Aquellas jornadas marcaron a fuego la conciencia de las masas populares y significaron un jalón importantísimo en la historia de la lucha de clases en la Argentina. La movilización popular, a lo largo y ancho del territorio, venía en alza desde muchos años antes y el corolario de ese proceso fue el desenlace mencionado, que tuvo como principal grito de guerra el “Que se vayan todos”, y que condicionó como pocas veces en la historia, la política a llevar adelante por la burguesía monopolista.
La clase dominante, conciente de una crisis política de envergadura, debió conceder conquistas al movimiento de masas para poder recomponer su dominación.
Hoy día y con la experiencia de los llamados “chalecos amarillos” en Francia (que ha despertado enorme simpatía y adhesión en amplias capas de la población en nuestro país), el comentario popular termina concluyendo que aquí debería pasar lo mismo y, como eso no se replica, muestra que somos un pueblo sumiso, olvidando justamente que somos un pueblo que hace apenas 17 años pusimos en jaque a toda la burguesía monopolista en la Argentina. Esa expresión popular está cargada de la ideología dominante, la que nos enseña a ver los hechos en forma aislada y no como procesos históricos, pero lo importante es que al reivindicarse la lucha del pueblo francés (y más allá de los comentarios aludidos) se está reivindicando la memoria colectiva que anida en la conciencia del pueblo argentino y que confirma que los grandes cambios políticos sólo son posibles con el pueblo movilizado y en lucha abierta contra el enemigo de clase.
Pero vale la pena detenerse y analizar desde el materialismo dialéctico e histórico el proceso de 2001 y el actual; no para encontrar similitudes o diferencias, sino para poder contar con una caracterización los más acertada posible de la etapa de la lucha de clases que estamos atravesando.
Las jornadas de 2001 fueron el corolario de una década de luchas cuyo principal rasgo fue la resistencia contra las políticas implementadas por un gobierno (el de Menem) que llegó con un amplio apoyo popular; más aún, ese apoyo inicial se tradujo en un amplio consenso respecto de las políticas de aquel gobierno que, más tarde se confirmaría, eran absolutamente contrarias a las promesas de campaña. Fueron años en los que la clase obrera y el pueblo sufrieron azotes enormes que fueron amasando un arco cada vez más amplio de oposición a aquel gobierno. Las luchas que desbordaban durante la última etapa del gobierno menemista se multiplicaron con el gobierno de De la Rúa, al confirmarse que éste venía a profundizar las políticas que ya contaban con un amplísimo rechazo de la sociedad. Precisamente, la profundización de esas políticas (de la mano de Cavallo, funcionario que las había iniciado con Menem) fue la base material donde se amasó el alza ininterrumpida de la lucha popular que desembocó en las jornadas de diciembre de 2001.
Asumido el gobierno de Macri muchos sectores políticos auguraban un proceso similar al de 2001. Sin querer predecir lo que pueda pasar hasta las elecciones de 2019, lo concreto es que eso no se dio. Primero, porque la lucha de clases no es lineal, ni la historia tiene que tener siempre el mismo derrotero. A pesar que el gobierno de Macri vino, como el de Menem, a implementar políticas para adecuar la estructura del capitalismo argentino a las demandas del capital financiero internacional, dichas políticas se vieron condicionadas por más de una década de conquistas logradas por la clase obrera y el pueblo.
Este condicionante objetivo no permitió a la facción burguesa que llegó al gobierno ir a fondo como sí lo hizo en la década de Menem. Por supuesto, no estamos negando aquí las nefastas consecuencias de las políticas del actual gobierno que se ven traducidas en una baja del salario y las jubilaciones, pérdida de empleos, deterioro general del nivel de vida de amplias capas de la población; lo que decimos es que las necesidades del capital monopolista son que dichas políticas fueran más a fondo aun. Eliminar más impuestos y aranceles, bajar más el gasto público echando a cientos de miles de empleados del sector, bajar más todavía las jubilaciones o quitarlas directamente a un amplio sector, profundizar una reforma laboral que directamente termine definitivamente con conquistas y derechos laborales y permitan bajar más los costos para producir, son parte de las necesidades del capital monopolista que no han sido posible llevarlas a cabo.
Esa imposibilidad tiene como razón que el movimiento de luchas ha sido incesante. Miles y miles de pequeñas y grandes manifestaciones de descontento y de rechazo a las políticas del gobierno han condicionado objetivamente al mismo. Y ello se refleja en la agudización de la crisis política que se da por arriba, en la que nadie logra acomodarse porque la inestabilidad política es la constante.
Una nueva sublevación de masas es absolutamente posible porque nuestro pueblo y nuestra clase están lejos de la sumisión que le quiere imponer el poder monopolista. Pero como decíamos más arriba, no tiene importancia ninguna ni sirve para nada predecir si ese proceso de luchas desembocará en desenlaces ya atravesados. Lo que sí importa es tener claro que, tanto en 2001 como en la actualidad, la cuestión fundamental pasa por la necesidad de construir la opción revolucionaria que sirva a las masas obreras y populares como guía política para enfrentar a la burguesía en su conjunto.
Los pueblos demuestran permanentemente (y el ejemplo de Francia es el más reciente) que sus aspiraciones de dignidad y progreso chocan con el orden capitalista establecido. De lo que se trata es que esos procesos cuenten con políticas y direcciones revolucionarias que permitan que los mismos no caigan en ninguna de las variantes de la burguesía monopolista. Y para ello es necesario que las fuerzas revolucionarias actuemos decididamente desde ya con nuestras políticas y planteos de revolución, de lucha por el poder y el socialismo respetando a rajatabla el protagonismo esencial de las mayorías como condición fundamental para que los cambios revolucionarios sean posibles.