En momentos como el que estamos transitando, a veces cuesta detenerse a mirar para atrás. pero si de la lucha de clases se trata, no podemos desconocer u olvidar que en los últimos años, en miles de paros, bloqueos y cortes de rutas, millones de argentinos de todas las clases populares, han pasado por la experiencia de la práctica de la movilización, de la autoconvocatoria y -en muchos casos- de la asamblea y de la democracia directa. Estas metodologías son parte del movimiento de masas y serán el soporte actual de todo lo que se viene en lucha de la clase obrera y el pueblo.
Bajo este paradigma, son incontables las organizaciones obreras y de trabajadores en general (desde agrupaciones hasta comisiones internas) que han nacido en la confrontación. Otras tantas se han desarrollado en el seno del pueblo para enfrentar la explotación, el despojo, la contaminación, la exclusión, la discriminación y la opresión a que nos quiere condenar la oligarquía financiera y sus gobiernos.
En estos largos años de luchas, muchas de estas organizaciones se han instalado en el escenario de la lucha de clases, constituyéndose en verdaderas instituciones populares, ganándose desde su lucha el respeto de todo el pueblo.
Las consecuencias que va provocando este enfrentamiento, a la burguesía monopolista y sus partidos políticos, han sido muy graves, arrojados a la más profunda crisis política jamás conocida en la historia del capitalismo en Argentina. En los hechos, el pueblo da señales de ir rompiendo con el “mandato” de la clase dominante implantado por décadas: “el pueblo no gobierna directamente, sino que lo hace a través de sus representantes”.
No es un camino lineal, ni despejado de dificultades, es cierto. Aparecen fundamentalmente las fuerzas del oportunismo y el reformismo electoralero a confundir y -en definitiva- a contener la bronca que anida desde abajo; pero en esas prácticas y acciones desde abajo, en donde comienza a despuntar la democracia directa, está presente el cuestionamiento y la confrontación con las instituciones Estatales burguesas. Se «cascotean» sus vetustas herramientas de control social, lo que le da a la lucha -aunque no se sea consciente todavía- un carácter revolucionario.
Estas características que ha adquirido la confrontación clasista en nuestro país, son acompañadas por una creciente búsqueda de formas de unidad entre las distintas luchas, que busca romper con el aislamiento político, producido muchas veces por la génesis reivindicativas o corporativas de los movimientos.
Se comienza a experimentar y a ensayar la resolución de esta cuestión fundamental para revolución; y en la solidaridad política y en la confrontación contra el enemigo común, van apareciendo resultados efectivos para golpear a la burguesía y a su Estado.
Estos pasos y las aspiraciones de millones, hacen necesario irrumpir en el escenario nacional con una propuesta revolucionaria, capaz de establecer en la sociedad de clases una alternativa que exprese nacionalmente la acumulación de fuerzas que se ha producido en estos largos años de lucha.
Se trata de la concreción de una expresión nacional de las experiencias que las masas y sus organizaciones, que experimentadas en la lucha contra el sistema capitalista, se formulen con su metodología revolucionaria, como alternativa al poder de los monopolios y sus instituciones.
Un punto de encuentro donde se logre una síntesis política que delinee los grandes trazos políticos para resolver de fondo, los grandes problemas nacionales de nuestro pueblo. Que abra la posibilidad de unificar, en el terreno político, las pequeñas y grandes luchas que día a día se desarrollan. Como hemos señalado una y mil veces, la unidad no puede estar diseñada en un escritorio, debe ser la expresión y producto del cúmulo de fuerzas que han experimentado el sabor que se puede torcer el rumbo de la historia.
Hay un interés de clase por la unidad de todo el pueblo y hay un interés de clase por instalar una fuerza material que se transforme en una fuerza de poder revolucionario por fuera de lo establecido por el poder burgués.
Se abre un momento muy especial: el de concentrar la energía de todos aquellos que buscamos los cambios sociales en el nacimiento de una alternativa y de todas las tareas que de ello se derivan.
Nada se puede hacer desvinculado de las tareas de todos los días entre las masas, de los reclamos de los enfrentamientos cotidianos. Por el contrario, concentrar el esfuerzo en este nacimiento implica elevar la lucha cotidiana al plano de la necesidad política, que es la concreción de esta fuerza unitaria de masas revolucionaria.
Es una propuesta que nace grande porque viene detrás de un cúmulo de experiencias multifacéticas en lucha objetiva contra el Estado de los monopolios y sus gobiernos de turno. Todo lo nuevo, está allí, en lo generado por la clase obrera y el pueblo; y esta preexistencia abre la posibilidad de concreción de este reto político.
Pero ese nacimiento no es una determinación inexorable, nada cambiará sin una enérgica intervención conciente y su concreción dese abajo.
Es difícil, es cierto. Porque todo inicio es complejo y habrá que caminar intensamente para trabajar codo a codo con las fuerzas ya dispuestas, dar batalla a sectarismos propios y ajenos.
Ningún condicionamiento a los debates que nacerán de la lucha, incluso a tal o cual método de lucha, ni formas de organización. Si llegamos hasta aquí, es porque hemos luchado y nos hemos organizado.
Son estas premisas las que permitirán sumar la confianza a fuerzas del pueblo que se irán incorporando como protagonistas. La vida nos pone hoy en inmejorables condiciones para abordar este presente, con una clase obrera expectante y llena de odio, y en plena tarea de reconstrucción de su movimiento obrero y sus organizaciones políticas; y con un pueblo que no ha dejado de «guerrear» todos los días, harto de lo que nos toca en manos de la burguesía, y en la búsqueda de un camino para cambiar lo establecido. Aunque todavía no sepa por dónde es.