Como sabemos, la famosa democracia en la que vivimos es una farsa, es una democracia para la burguesía. El Estado no es un árbitro entre las clases sociales, sino que se trata de una herramienta de dominación y opresión de una clase sobre otra: de la clase explotadora (la oligarquía financiera) sobre la clase explotada (el proletariado). Un Estado con leyes e instituciones armadas a la medida de sus intereses. En los aspectos generales de la vida política vemos a diario como esas leyes e instituciones son utilizadas para garantizar los intereses políticos y económicos de los grandes monopolios transnacionales, es decir, de ese 1% de la población que posee una riqueza equivalente al 50% más pobre del planeta. Beneficios mediante subsidios, utilización de las fuerzas represivas para defender los intereses de estos capitales (ya sea regenteando los campos de los Lewis en la Patagonia o bien reprimiendo trabajadores en las grandes ciudades), sanción de leyes que flexibilizan el trabajo, etc. Montones de burdas formas en las que vemos cómo esta “democracia” se encuentra amañada a imagen y semejanza de los pulpos transnacionales, independientemente de los gobiernos de turno.
Pero el carácter de clase del Estado, el carácter profundamente antidemocrático del sistema capitalista, se expresa acaso con mayor profundidad en la vida cotidiana en nuestro trabajo, en el día a día al pie de la máquina. En las fábricas y centros laborales de todo el país es una realidad tan grande la persecución política hacia los trabajadores que deciden organizarse que la tenemos arraigada en el inconsciente: ya sabemos que si nos organizamos para luchar, aunque tan solo sea por nuestro salario y nuestras condiciones de trabajo, en seguida empresa y sindicato saldrán a la caza para detectarnos y despedirnos en forma inmediata. El capital utiliza todo su poder como clase dominante, todas sus herramientas, desde el poder judicial hasta la policía, la gendarmería, las empresas de seguridad privada y los sindicatos, para perseguir a los obreros que decidan organizarse. Esta situación que tenemos tan arraigada, que se encuentra naturalizada en la inmensa mayoría de las fábricas de nuestro país es uno de los principales lastres de contención para que explote la lucha en las fábricas, y es la expresión más pura y profunda del carácter antidemocrático del sistema capitalista. A nivel nacional vivimos en una democracia burguesa, representativa, pero en el puesto de trabajo, vivimos el despotismo de la junta “empresa-sindicato”.
La burguesía lo sabe, y por ello lucha día y noche por evitar que en cada fábrica de nuestro país no se conquiste la libertad política es decir, la libertad de los obreros de organizarse, expresarse y formar agrupaciones en forma pública, sin la inminencia del despido. Justamente, como la burguesía sabe que ése es su talón de Aquiles, ha recurrido en los últimos años a despidos masivos en el Estado apuntando justamente a limpiar a los trabajadores que impulsaban distintas formas de organización ¿Podemos pensar acaso en obtener mejores condiciones de trabajo, mejores condiciones salariales, estabilidad laboral o hasta condiciones dignas de trato hacia los trabajadores si no conquistamos la libertad política en el trabajo? No, no se puede. Y ni hablar de desarrollar luchas políticas más elevadas: el involucramiento de los obreros en todas las esferas de la política nacional, desde la despenalización del aborto, los tarifazos, el aumento del boleto, e inclusive, la propia organización de la producción en su lugar de trabajo.
Pero ojo, la libertad política no es una ley que se decreta en la cámara de diputados y senadores, o un decreto presidencial. La libertad política se conquista a fuerza de lucha y organización en el terreno concreto, desde el puesto de trabajo. Vivimos en una lucha de clases, donde la burguesía ejerce todas sus herramientas para someter a su clase explotada, el proletariado. Y no recurre para ello a “leyes”. No, para nada. Si para avanzar en la disminución del salario y condiciones de vida hay que violar las leyes de su propio Estado, o inclusive la Constitución Nacional, así lo harán. No utilizan letra muerta, utilizan u fuerza concreta como clase, su poder concreto. Y para conquistar la libertad política en los lugares de trabajo nosotros no podemos simplemente “declamar” la necesidad de tal libertad, sino que debemos organizarnos y constituir un poder concreto, en cada sección de trabajo, en cada sector, en cada galpón y en cada nave, que genere un poder hegemónico para imponer en los hechos concretos, por la fuerza, la libertad política en la fábrica.
Cuando los trabajadores estamos organizados y contamos con un poder real de movilización, la empresa ya no nos puede echar así como así, ni tampoco puede avanzar fácilmente en el ajuste de la productividad o la disminución del salario. Ellos saben que, no por la ley sino por nuestra fuerza concreta, por nuestra hegemonía en la fábrica, deberán enfrentarse a un duro conflicto.
La lucha por la conquista de las libertades políticas es una lucha concreta, que requiere organizar las fuerzas, probarlas en combate, hacerse fuertes en los sectores de trabajo, ir ganando pequeñas batallas que vayan organizando nuestra fuerza. Pero además de ser una lucha concreta, debe ser una lucha consciente: debemos ser conscientes y denunciar el grado de autoritarismo que se vive dentro de los lugares de trabajo, porque eso motiva nuestra pelea. En cada pequeño reclamo económico ya no estamos peleando por la máscara, los guantes, los anteojos de seguridad o el aumento salarial, estamos peleando a su vez por nuestra libertad y nuestra dignidad en el puesto de laburo. Cuando hacemos consciente esa realidad, la lucha por los guantes y por el aumento salarial trasciende a otro plano, pasa a ser una enorme lucha política clase contra clase.. Además, los revolucionarios tenemos que tener muy en claro que esta falta de libertad política es el gran problema a resolver para poder avanzar en la lucha política y para que el proletariado industrial se eleve como clase dirigente de toda la sociedad. Si hacemos consciente ese factor, vamos a pelear por los guantes, por las gafas y por el aumento salarial, sí, pero en la medida en que lo hagamos conscientemente, lo vamos a hacer con la certeza de que forman parte de la lucha por nuestra libertad como clase.
El camino en la lucha por la libertad política no se detiene aquí. Así como la burguesía utiliza por momentos la dictadura militar, y en momentos de debilidad debe recurrir a la democracia representativa, como forma de disfrazar el carácter de clase del Estado, en los lugares de trabajo una vez conquistada cierta libertad de expresión, mediante la fuerza concreta de los trabajadores, aparecen nuevos desafíos en el camino hacia la conquista de la plena libertad política. Más adelante desarrollaremos esos aspectos. Pero hoy por hoy, para poder avanzar hacia la construcción de una democracia revolucionaria, debemos materializar y hacer consciente en toda nuestra clase, la importancia de conquistar libertades políticas y democráticas en el seno del sector de laburo, de cara a la fábrica y a toda la sociedad.