“Vaca Muerta no se detiene, esto ya está encaminado, ya hay acuerdos muy fuertes para mantener la paz social. Y son señales que estamos dando hacia los inversores para que vengan a Neuquén a invertir en Vaca Muerta”.
En su rol de “sindicalista-empresario-senador nacional”, así se expresaba Guillermo Pereyra. Este personaje nefasto había declarado ante una multitudinaria asamblea de trabajadores petroleros que se tiene que respetar la seguridad jurídica; que el sindicato había cumplido con todo lo pactado y que, entonces, no se pretendiera dar marcha atrás con el sagrado pacto.
Dicho pacto era el de siempre, el de toda la vida. Los llamados dirigentes sindicales, eternos gestores de la conciliación de clases, pactan que para que haya puestos de trabajo no habrá conflictos. Y para que les crean todavía más, son parte de la pérdida de conquistas laborales exigidas por las empresas como condición para invertir.
Fue lo que pasó en Vaca Muerta. Allí el propio sindicato fue parte de las gestiones para que el grupo Techint tuviera un precio subsidiado por el gas que se iba a extraer, lo que es lo mismo que decir que se le está subsidiando la llamada inversión. Pero a la primera de cambio, cuando producto de las disputas intermonopolistas el gobierno deja de cumplir con parte de ese acuerdo, la empresa suspende las actividades sin más explicaciones, comprometiendo el trabajo de cientos de obreros.
El reclamo de Pereyra, y su invocación a la garantía de la paz social, es la ratificación de que esa política de conciliación entre el capital y el trabajo es imposible de llevar a cabo, porque el primero siempre estará dispuesto a romper dicha paz en resguardo exclusivo de sus intereses.
Decíamos que esta política conciliadora, tan cara al sindicalismo en otras épocas denominado “amarillo”, que ponen por delante el interés de las empresas por sobre el de los trabajadores con el argumento de que así tendremos trabajo, se replica en todos las actividades y da siempre el mismo resultado; en sindicatos como el metalúrgico su propio secretario general Antonio Caló afirmó que desde 2015 se perdieron 50.000 puestos de trabajo en la actividad y que este año peligran otros 20.000. Pero aclaró que hay “diálogo abierto” con los empresarios para que no haya más trabajadores que pierdan su trabajos. Está a las claras que el diálogo no arrojó resultados positivos.
Además del sindicalismo hasta aquí descripto existen otros exponentes que con una verborragia combativa terminan negociando los despidos, siempre buscando que los mismos no afecten a los delegados y/o militantes que pertenecen a sus agrupaciones, y terminan en una acción que expresa el más rancio gatopardismo.
Unos y otros llevan a la práctica la negociación entre cuatro paredes; las decisiones las toman los “representantes” y de esa forma se deja de lado la decisión y participación de la masa de trabajadores.
Este es el fondo de la cuestión. Las prácticas sindicales que reproducen en el seno de la clase obrera las concepciones de la política burguesa. Esto no sólo atenta contra los intereses de la clase en la resolución de los conflictos, sino que además la condenan a una lucha que se limita al plano estrictamente de las relaciones económicas; entonces la organización política de los trabajadores también queda en manos de esos “representantes” que terminan siendo parte del parlamentarismo burgués reproduciendo en la lucha política la misma concepción que en la lucha sindical.
El sindicalismo que lucha por la revolución tiene como principal principio romper con estas prácticas. La organización de la clase que produce y que genera las riquezas que la burguesía se apropia, no logrará nunca romper con las cadenas de la explotación si se organiza y lucha como lo dispone la burguesía. Las decisiones y las acciones a tomar se garantizan con la más amplia participación de las bases obreras organizando sus fuerzas desde las secciones hacia arriba, eligiendo con poder de revocación a sus delegados y dirigentes, llevando adelante las formas de organización que los propios trabajadores decidan sin encorsetarse en las leyes burguesas, promoviendo y materializando la masividad para sostener las medidas, involucrando a las familias trabajadoras en la lucha, impulsando la unidad de clase desde abajo con el resto de los trabajadores y de la población.
Porque se trata de que además de organizarnos para la lucha sindical, desde la misma organicemos la fuerza de los trabajadores y del resto de las clases oprimidas para construir la salida política revolucionaria. Allí no hay lugar alguno para la conciliación con la burguesía. Así seremos los trabajadores y el pueblo los que comencemos a medir fuerzas y a socavar la paz social que pregonan. Hasta que seamos los trabajadores, y no la burguesía, la que rompa esa infamia que ellos denominan paz.