El Estado, sabemos, es un órgano de dominación de clase, obedece a los intereses de la clase dominante. El Estado pretende garantizar, justamente, el dominio de una clase sobre la otra.
La burguesía, que ha sacado mucha ventaja en lo concerniente a la lucha ideológica, pregona que una de las funciones del Estado es la de armonizar y conciliar a las diferentes clases sociales, en el marco de la legalidad sostenida por la democracia representativa, que vendría a constituirse de ese modo en la expresión del poder de las mayorías.
La falsedad de ese argumento está demostrada por los hechos: sin ir más lejos, nos remontamos al pasado reciente de nuestro país, y recordamos las fervientes jornadas de lucha del 14 y el 18 de diciembre de 2017, cuando el pueblo masivamente tomó las calles para enfrentar la reforma previsional impuesta por el gobierno y su aliados en el parlamento burgués.
La ley fue votada por los “representantes” del pueblo pero, vaya paradoja, el pueblo estaba en las calles expresando su rotunda negativa y su resistencia frente a la medida en cuestión. Las cosa estaban claras: el Estado burgués, con todos sus poderes (ejecutivo, legislativo y judicial) y sus aparatos (represivos, ideológicos) se hizo defensor de los intereses de la clase dominante y sus grupos económicos, y salió a enfrentar al pueblo trabajador, entrando en franca contradicción con la función que le atribuye la burguesía.
El Estado es una herramienta muy poderosa. Las grandes empresas multinacionales, los holdings, la utilizan para imponer su dominación y sostener la explotación de las grandes mayorías que trabajan y todo lo producen, para beneficio de unos pocos que, de ese modo, se enriquecen con el trabajo ajeno.
Acerca de esta cuestión, resulta interesante recordar el histórico papel de los Estados Unidos y sus intervenciones en América Latina, para demostrar cómo el Estado, utilizando todos sus recursos disponibles, se pone al servicio de los intereses de la clase dominante, a como dé lugar: invadiendo países, derrocando gobiernos, presionando económicamente a las poblaciones, en general con la complicidad de las autoridades locales y casi siempre encontrando la firme resistencia del movimiento de masas.
La doctrina Monroe lo dejó bien claro: América para los americanos, no significaba otra cosa, ya desde aquellos tiempos, que el Estado norteamericano iba a constituirse en una poderosa maquinaria militar para llevar adelante los planes de la burguesía, y aplastar si era necesario a otras facciones burguesas en el marco de las guerras económicas imperialistas.
Así, y para adentrarnos en el ejemplo que deseamos traer a la memoria, la United Fruit Company, conocida también como La Frutera, era una empresa privada multinacional de origen norteamericano que producía y comercializaba todo tipo de frutas tropicales, especialmente bananas, cultivadas principalmente en América Latina (de ahí proviene, como sabemos, el calificativo de “repúblicas bananeras” con el que se califica despectivamente a muchas de esas naciones).
Los sucesivos gobiernos de los Estados Unidos, fieles a sus amos, hicieron todo lo posible para sostener y aumentar la cuota de ganancia de la compañía, utilizando métodos que iban desde el soborno a los políticos locales hasta lisa y llanamente la promoción de un golpe de Estado si eso resultaba necesario para sostener los intereses de La Frutera.
Así -por ejemplo- está el triste caso de Honduras, invadida por los Estados Unidos siete veces, para ayudar a reprimir las huelgas y los levantamientos populares que ponían en peligro el negocio frutícola.
El caso de Guatemala resulta también paradigmático: la United Fruit controlaba el puerto, las redes ferroviarias y los caminos y, como documentan muchos autores, la empresa, en épocas de dictadura, podía “juzgar” y ejecutar legalmente a los trabajadores. Este caso muestra a las claras cómo detrás de las acciones de los Estados se ocultan los intereses de clase. Cómo el Estado no es otra cosa que un instrumento de dominación y pone al servicio de esos intereses su aparato militar, su aparato ideológico, pero también su democracia representativa. Según el caso, utilizará las armas que le resulten necesarias.
Pero la historia de la sociedad humana es la historia de la lucha de clases. Como sostenía Heráclito, la guerra, (pólemos) es el padre de todas las cosas. Se refería a su teoría de la contradicción, sosteniendo que la lucha entre los contrarios, que se establece de manera dialéctica, es la que mueve al mundo.
Por eso, la burguesía encuentra, a cada paso que da, la resistencia de la clase trabajadora y del pueblo, como ha quedado demostrado en infinidad de luchas a lo largo de la historia.
Los pueblos del mundo se han levantado, lo hacen y lo continuarán haciendo, frente al atropello de los Estados, sus fuerzas de seguridad, sus leyes a medida de los intereses económicos de los explotadores. Y como todo lo que existe está destinado a perecer, la tarea revolucionaria reflejada en las acciones concretas va generando las condiciones para que ese tiempo, el tiempo del socialismo, la desaparición de las clases sociales y del Estado, se acerque.