Un informe del FMI, fechado en noviembre del 2017 afirmaba que: “En conjunto, la tecnología y la integración global explican cerca del 75% de la caída de la remuneración del factor trabajo en Alemania e Italia; y cerca del 50% en Estados Unidos, la integración global también jugó un papel en este proceso, especialmente la “deslocalización de ocupaciones que exigen mucha mano de obra” pero, su contribución (a la caída de los ingresos de los trabajadores) se estima que ronda la mitad (del descenso salarial) de la tecnología”.
Se desprende de este informe que la globalización es un factor secundario en el descenso de los salarios y que la tecnología es el principal factor. El informe afirma categóricamente que “La mitad de la baja en los ingresos de los trabajadores en las economías avanzadas, desde 1980, se debe al progreso tecnológico, mientras que por su lado la globalización juega un papel mucho menos preponderante”.
La falsa contraposición entre tecnología y globalización, presentados como factores particulares, en el que cada cual por su lado incide de una u otra manera, separadamente, en el resultado de las condiciones económicas que afectan los salarios, es una disquisición que niega de cuajo las condiciones históricas y actuales del régimen capitalista a nivel mundial.
Es un hecho ineludible que el capital esta globalizado, por lo tanto, condiciones como la propiedad de los medios de producción mundiales en manos de grandes corporaciones transnacionales, la socialización de la producción a escala planetaria y las condiciones de explotación laboral montadas en la esclavitud asalariada, son la base de la acumulación y las ganancias, la fuente de la descomunal extracción de plusvalía que generan cientos de millones de trabajadores en todo el mundo.
En este régimen, todos los medios de producción se constituyen en interés de la ganancia de los monopolios y la tecnología no escapa a ello. Por ende, lo determinante aquí es el papel que los monopolios le asignan a la tecnología, que se expresa en la productividad y en qué medida coadyuvan a la reducción salarial.
Si las consecuencias de la aplicación de novedosas tecnologías en los “países desarrollados” determinaron una alta productividad y el descenso de los salarios, así como el crecimiento de la lucha de clases en EE.UU., Francia, Alemania, Italia, España, este hecho de por sí es una reafirmación de la crisis global como una política del capital.
Como el mote de “desarrollado” o “en vías de desarrollo”, o “emergente”, ya no alcanza para disimular las condiciones de dominación que globalmente buscan imponer -que son un descenso brutal de los salarios- se apela a esta falacia sin sentido que pretende contrabandear la idea de que puede haber capitalismo eludiendo sus condiciones materiales y sus nefastas reglas instauradas mundialmente.
De allí a propuestas electorales que se enfoquen en supuestas salidas dentro del régimen actual, embretadas en el modelo chino o el modelo de EE. UU., hay un paso. Con el populismo de derecha o el populismo de izquierda pretenden «mostrar» que puede haber una sociedad de clases enfrentadas irreconocibles sin lucha entre ellas.
La crisis mundial está dada por la aguda competencia intermonopolista y por el enfrentamiento de la clase obrera y los pueblos a estas política. Significan para los monopolios un conjunto de costos económicos (como por ejemplo el elevado encarecimiento de las tecnologías) y políticos, que traban y dificultan todo su andamiaje de centralización. Si estas condiciones que hacen de la gobernabilidad y la institucionalidad burguesa una situación cuesta arriba para la reproducción de sus ganancias, la exacerbación de las condiciones de ampliación de la reproducción de sus ganancias y la superexplotación de la clase obrera a nuevas generaciones de trabajadores, con salarios miserables y en condiciones laborales más indignantes, es también un acto de desesperación en donde abreva toda la oligarquía financiera para eludir el bulto de su propia descomposición.
Las políticas de los monopolios son el sostenimiento de un sistema que reduce a la nada nuestras vidas.
El Informe afirma además que los emergentes están exentos de estas condiciones: “Para las economías emergentes, -dice- los efectos de ambos factores han sido “mucho más benignos”, al aumentar la productividad y el crecimiento, y como consecuencia han permitido elevar “los estándares de vida y salir a millones de personas de la pobreza”.
Según publica el diario “Digital Sevilla” con fecha 19 de marzo del 2019, en la India más de 20 millones de mujeres y niñas trabajan en la industria textil cobrando 0,11 centavos de euro la hora de trabajo. En un rubro que condensa una fuerza laboral de más de 40.000.000 de trabajadores, incluyendo también a los hombres. «El 95,5% son mujeres. El 99,3% de las trabajadoras son pertenecientes a una casta inferior o musulmanas. El 99,2% trabajan bajo condiciones de trabajo forzado, por debajo del salario mínimo establecido. El 20% de estas mujeres son menores de 17 años y entre las 1.452 entrevistadas había niñas menores de 10 años. El 6% de ellas trabajaban para pagar una deuda».
“Absolutamente ninguna de las empleadas tiene seguro médico, y nadie pertenecía a sindicato alguno, o recordaba haber firmado un acuerdo laboral por escrito. Son penalizadas si no entregan las prendas a tiempo, pasan semanas encerradas en casa sin parar de coser sufriendo problemas físicos como dolores crónicos de espalda o visión borrosa. “Las noches son lo peor, porque nos da mucho miedo estar solas en la fábrica. Nos traemos a nuestros hijos y les dormimos en cunas hechas de telas, y cerca de las calderas para que no pasen frío”, afirma una trabajadora que pasa su vida en los campamentos de producción establecidos alrededor de las factorías donde los abusos sexuales son constantes y las denuncias prácticamente inexistentes”
Indumentaria para las firmas más afamadas del mercado mundial es lo que producen, es decir, a costos ínfimos producen ganancias multimillonarias para los monopolios.
Como ya lo hemos dicho desde esta página y en nuestras de publicaciones, esta es la política del capital monopolista: reducir a la nada la vida. ¿Quién en su sano juicio puede dudar siquiera por un instante, que en nuestro país ello no ocurre? O ¿acaso nuestro país no está sumergido en este régimen mundial putrefacto que despliega toda su inmundicia contra los trabajadores?
Sí, ello ocurre con suma evidencia y con tanta virulencia como en la India. Pese a que según el informe del FMI diga que por ser emergente estamos beneficiados por las tecnologías y la globalización. Aun a pesar de las penurias que origina el capital, la globalización crece ensanchado el ejército social que padece esta inmundicia, porque la lucha de clases no se frena, sino que crece en proporción a los crímenes de los últimos esclavistas de la humanidad.