Confrontar, enfrentar, resistir, movilizar, acumular y organizar.
En tiempos de robo de la dignidad del pueblo hay tiempos de lucha.
Por momentos, por abajo hay confusión política azuzada por el mismo poder, pero a la resignación no es muy amiga de nuestro pueblo. Hay una fuerza y un arrastre cultural, una memoria colectiva que late, que está presente y que se expresa de una u otra forma.
Momentos como estos golpean muy fuerte a aquellos que siguen esperando las soluciones desde arriba. Se convive con esta presión institucional e ideológica y es muy razonable que ello suceda. Pero a la vez se intuye en las grandes mayorías populares que -así como están las cosas- las soluciones no van a venir. Por el contrario, el deterioro de la vida cotidiana se irá acrecentando.
Los proyectos, cuando tienen un carácter revolucionario, se van amasando. No cuentan obviamente con el beneplácito del Estado burgués, se amasan desde abajo, con la experiencia acumulada, en un complejo ir y venir en el ascendente enfrentamiento irreconciliable de las clases enfrentadas.
Nada es fácil en el abajo y nada es fácil en el arriba. Es una época convulsionada en la que anidan experiencias de nuevo tipo pero devenidas de historias también convulsionadas. Una memoria transmitida de generación en generación, mal que le pese a una intelectualidad “progresista” del sistema.
Nuestro partido tiene una consigna que venimos trabajando y que resume el amasar de ese proyecto: ¡La revolución está en marcha! Y en ese resumir del objetivo, hemos asimilado la importancia que adquiere la independencia política, si es que queremos llegar a buen puerto.
La clase dominante expresa sus intereses políticos y tiene el aparato de su Estado para hacerlo. Pero el camino de revolución se está sosteniendo y apoyando en la experiencia que en todos los planos va realizando nuestro pueblo. Y es allí en donde la burguesía -o mejor dicho, “el diablo intenta meter la cola”– e introduce ya no sólo sus políticas sino y -sobre todo- su ideología en el mismísimo pueblo.
Con estas avanzadas -y utilizando a destajo sus distintas verborragias- actúan sin vergüenza, subestimando la inteligencia social adquirida de las grandes mayorías explotadas y oprimidas.
Como ejemplo está el caso de la flexibilización laboral. El Parlamento no pudo, pero sí lo pudieron aplicar de hecho con “acuerdos” aprobados en “asambleas” tras meses de extorsión a la clase obrera con la amenaza del despido, el cierre y otros mecanismos de ajustes de cuentas contra la clase obrera.
Negociaron con el “diablo” porque son parte del mismísimo diablo. Y para denunciar todo ello y, a la vez, ir amasando un proyecto de salida, hay que decir lo que hay que decir, acumulando fuerzas de ese carácter para poder golpear cada vez en mejores condiciones.
Son años en los cuales decenas y decenas de miles de compatriotas salieron a las calles yendo por lo suyo, en una época en donde la burguesía monopolista se envalentonó e intentó siempre ir por todo. Sobre todo en el disciplinamiento de nuestro pueblo. Pero lo hizo y lo hace de la peor forma para dominar: reprime, miente, extorsiona, amenaza. Muy lejos está en la idea de ellos el “convencer”, de educar para beneplácito de sus intereses; porque disciplinar con el engaño producto del fortalecimiento de sus instituciones cada vez se les hace más complejo, porque compleja es la centralización política que necesitarían para tamaña empresa.
Decíamos que miles y miles en las calles experimentaron por sus derechos políticos, y en esos miles y miles, los que hacen la historia de un país, los grises, los olvidados por el poder, generaron sus avanzadas. Avanzadas que están en búsqueda de una salida estructural al actual sistema, miles en búsqueda de un puesto de lucha.
Cuando planteamos que la revolución está en marcha estamos afirmando que en una época de confusión, de caos permanente en la que nos embreta el poder de los monopolios, aparecen las reservas silenciosas de nuestro pueblo. Esas avanzadas a las que hacíamos referencia, esos grises que el sistema arroja al vacío, esos trabajadores que en sus silencios amasan su bronca, su odio a un sistema pero que en épocas de ira aparecen en el escenario de la lucha de clases abierta con todo su poderío de clase.
Estamos en una etapa que no espera a elecciones de octubre, aunque el poder burgués quiera instalarlo. Los problemas son el hoy, son octubre y pos octubre. La revolución en marcha no va al compás del calendario de las elecciones. En todo caso hay que saber leer que el abajo está condicionando el arriba, en una lucha de clases que aún no ha tomado la virulencia del odio acumulado en una gran mayoría de la población pero que sí pesa a la hora de aplicar medidas que afecten los derechos políticos de todo el pueblo.
Nuestra consigna de no dejarlos gobernar y a la vez, condicionar al que venga, es parte de la táctica que apunta a una acumulación de fuerzas políticas y orgánicas en todos los planos, en el camino de amasar la revolución.