Las declaraciones de Christine Lagarde, titular del FMI, fueron contundentes: “Sería una tontería que cualquier candidato diera la espalda al trabajo que se está haciendo». En el barrio, esta afirmación podría ser tomada como una advertencia; ojo con lo que hacés, pensá lo que te puede pasar… Sin embargo, la frase más que una amenaza pareciera ser una declaración que afirma una preocupación no sólo del FMI sino de todos los representantes del llamado mercado. En las reuniones que representantes del gobierno tuvieron con los “lobos de Wall Street” esta semana, las inquietudes apuntan ya no sólo a quién va a imponerse en las elecciones, sino a cómo diablos el próximo gobierno va a afrontar los pagos de intereses de deuda que son astronómicos; 43.000 millones de dólares sólo en 2020.
La continuidad de los acuerdos con el FMI depende entonces del cumplimiento a rajatabla de las metas definidas, lo que implica que el ajuste de la economía seguirá su curso y las “reformas pendientes”, como la laboral o la previsional, son indispensables para que el castillo de naipes no se caiga. La duda de quién será capaz de ponerle el cascabel al gato impulsa el riesgo país a 815 puntos, a un paso de batir todos los récords de la era Macri y de las anteriores.
El déficit cero exigido para que el Fondo ejecute el salvataje implica menos gastos y mayores ingresos. Por el lado de estos últimos, los mismos no dejan de bajar a la par del parate brutal de la actividad económica, mientras que los egresos (aún en medio del ajuste) no paran de subir producto de la necesidad del gobierno de encarar la campaña electoral con anuncios cosméticos que intentan frenar la estrepitosa caída del gobierno.
De allí que se reflote el “Ahora 12”, los préstamos de la ANSES y demás. Esto implica que, cuando la burguesía monopolista lo necesita, los recursos están y son utilizados a su conveniencia. La mentira de que no hay plata sino que la misma se utiliza en lo que al gobierno le conviene, es una ratificación más que, como lo hemos dicho en diferentes oportunidades, “la plata está”; el asunto es qué se hace con la misma y para qué y quiénes se destinan los recursos.
Este ABC de la lucha de clases, la disputa permanente entre explotadores y explotados para dirimir cómo se utiliza la riqueza social, es la base de todas las desconfianzas e interrogantes que envuelven a la burguesía monopolista sobre el devenir del programa del FMI, de la suerte del actual gobierno y del que vendrá.
Porque aun ante la traición y el abandono de las dirigencias de toda laya que sufre el movimiento de masas, éste no deja de mostrar vitalidad y combatividad. Si bien esa energía se muestra fragmentada, está latente y aparece desde los más profundo de nuestro pueblo. Y la gran y verdadera preocupación del poder es cuánto va a tardar esa energía en expresarse en toda su magnitud y se convierta en el vendaval que barra con el mencionado castillo de naipes que la burguesía, en todas sus variantes, intenta sostener.
Los revolucionarios debemos reafirmar esta convicción del proceso que estamos atravesando y persistir en las tareas que profundicen el enfrentamiento a las políticas actuales y condicionen las que vendrán. Lo contrario es dejarle allanado el camino a la clase dominante para “llegar a octubre” y montar un nuevo engaño.