Hace algunos días la cúpula de la CGT, y gremios que se dicen opositores a dicha cúpula, realizaron una marcha para “defender la producción nacional”. Ni en la más alterada fantasía se podría haber imaginado que los trabajadores irían de la mano de sus explotadores para “defender” y conciliar intereses que, cotidianamente, están cada vez más enfrentados. Porque a no engañarse: de la mano de una crisis que tiene pocos precedentes los que más han perdido, los que han sido ajustados salvajemente son los ingresos de la masa laboriosa. El casi 5% de inflación anunciado ayer, que asciende a casi el 55% medida anualmente, y sin considerar que los aumentos de los productos de la canasta básica (que son los que más consumen los sectores populares) están muy por encima de esos porcentajes, son una muestra palpable de la fenomenal baja que la clase dominante efectuó de la masa salarial. Y, todavía, quieren ir por más baja.
En este contexto, que las centrales sindicales de todo color y pelaje convoquen a una manifestación en la que se intenta unificar intereses de explotadores y explotados es, cuanto menos, una de las peores claudicaciones (de las tantas) que esas dirigencias han protagonizado.
Lo que se confirma así es un modelo sindical que se define por la prebenda, la negociación antes que la confrontación, la traición a las bases, el haberse convertido en empresarios lisos y llanos que viven de los negocios que la burguesía monopolista les otorga, el ser los que ponen nombre y apellido a las suspensiones y despidos en las empresas, el identificar al sindicalismo con una ideología política que ya no representa a las bases obreras y trabajadoras. En una palabra, un sindicalismo empresarial que “actúa” como si todavía tuviera algún poder de negociación mientras se debate en una crisis irreversible, que es parte de la crisis de representatividad de todo el sistema burgués. Y eso es extensivo a los que, aun con un discurso diferente, en la práctica reproducen esa misma concepción para la organización sindical.
Ante esta situación política del sindicalismo en la Argentina, las “exigencias” para llamar a una huelga nacional que algunos sectores incitan son más de lo mismo. Lo único que logran es engañar temporalmente a porciones de trabajadores que por el camino del sindicalismo tradicional, aun incluso cuando se llame clasista, se obligará a estos mamarrachos de dirigentes sindicales a seguir los mandatos de las bases obreras.
Lo que necesitamos imperiosamente construir los trabajadores en la Argentina es un nuevo sindicalismo desde la base, un sindicalismo revolucionario.
Porque de lo que se trata es recuperar y hacer prevalecer la independencia de clase; hay que romper definitivamente las estructuras de control y dominio de la burguesía y sus gerentes sindicales a quienes deberemos, además, echar de los ámbitos fabriles y de los laborales en general, aunque en determinadas circunstancias se utilice sabiamente la legalidad instituida para lograr los objetivos sin dar lugar a que esa “legalidad” sea el marco que aprisione la voluntad de los trabajadores.
En las decisiones y las acciones debemos participar todos los trabajadores con los mecanismos que desde hace ya varios años se están implementando no sólo en las luchas y movilizaciones que se vienen dando a lo largo y ancho del país, a través de las asambleas y la democracia directa en las fábricas y empresas, sino que ya constituyen un capital del pueblo.
Es sólo de esa manera que será posible, desde la lucha con independencia política, forjar la unidad; la acumulación de fuerzas ganada desde esa lucha y la organización nacida al calor de la misma y proponerse rechazar todo camino que conduzca al falso objetivo de acumular a través de la negociación para recurrir a la movilización sólo como elemento de presión, de acompañamiento, de comparsa o de justificación para terminar aceptando mansamente las imposiciones de la burguesía.
La fuerza de la movilización, la acción, la resolución con participación masiva y la unidad de todos los trabajadores que no reconoce diferencia entre permanentes, de planta, contratados, tercerizados o eventuales, son la garantía de que los objetivos de la lucha puedan llegar a buen puerto.
La práctica histórica de los trabajadores ha impuesto estos principios que no resultan invención de nadie ni de grupo supuestamente esclarecido, sino virtud de la movilización, lucha y enfrentamiento de las últimas décadas de toda la clase que así materializa sus aspiraciones genuinas. Se trata entonces de impulsar, promover y generalizar esas prácticas sin ningún tipo de condicionamientos.
De esta manera será posible la unida política de las clases enfrentadas con la oligarquía financiera, pero no desde un proyecto donde la clase obrera y trabajadores en general sean una vez más furgón de cola de proyectos ajenos a su clase y a sus intereses, sino desde un proyecto verdaderamente liberador que, sí o sí, debe estar encabezado y debe ser formulado por el proletariado, única clase capaz de levantar un proyecto emancipador para el conjunto de las clases oprimidas.
Todo lo contrario es más de lo mismo: esperar a octubre, que vuelvan los de antes, mezcolanza electoral para que se vaya Macri, negociar desde la supuesta “izquierda” para que no haya despidos a cambio del aumento de la explotación, decir que hace falta un plan de lucha y todas esas frases grandilocuentes que la historia de la lucha de clases ha vaciado ya de contenido transformador.
Debemos asumir esta realidad y afrontar el desafío: el desamparo en el que se encuentra la clase obrera en referencia a las estructuras existentes es muy grande. Pero ojo, hay nuevos dirigentes que están surgiendo a pesar de las difíciles condiciones actuales, muchas veces velados y hasta de forma clandestina, aunque todavía no cuenten con el proyecto revolucionario.
El presente y el futuro dependen de la clase obrera misma y allí hay que poner toda la energía, la decisión y no claudicar ante los que pregonan “que eso es lo imposible”. Porque lo imposible es esperar que las estructuras actuales cambien, y lo posible y necesario es tirarlas a la basura y emprender el camino de lo verdaderamente nuevo y genuino que se está gestando en las bases.