Como planteaba la nota del día viernes muy claramente, la “presentación» del libro de Cristina, fue mucho más allá de eso. Muy por el contrario, determinó un lineamiento de su propuesta política ante el actual momento de la lucha de clases, con un claro mensaje a los monopolios. Y de paso cañazo, propaganda del devenir inmediato de la campaña electoral, haciendo eje en un Acuerdo Social, donde las citas y fundamentaciones no dejan de ser un viaje por el túnel del tiempo. Una copia fiel, no ya del famoso pacto social de Perón en 1974 (aunque sí hizo una cita explicita), sino más bien del discurso de Perón el 1° de mayo del 44, donde se planteaba una armonización entre el capital y el trabajo. De ahí la famosa frase de Perón “Buscamos suprimir la lucha de clases suplantándola por un acuerdo justo entre obreros y patrones, al amparo de la justicia que emana del Estado”. Por supuesto que Cristina se cuidó de citar tan siquiera a los trabajadores.
Siguiendo con dicha tónica e intentando fundamentar la reactivación de “la industria nacional”, tomando como ejemplo y comparando los resultados de la economía y las medidas “proteccionistas” de EE.UU en la actualidad , lo termina citando a Jose Gelbard como un gran ejemplo que defendía el desarrollo industrial para un país independiente… Completaba con ello los trazos gruesos de su propuesta, que, si tomamos en cuenta que Cristina siempre se definió a favor del capitalismo, la propuesta amen de ser mentirosa, de mínima es grosera y completamente inviable en la era del capitalismo monopolista de estado. Fue para Perón en el primer y segundo período y peor aún lo fue en el 74. Imaginarlo hoy, en un mundo capitalista en su fase imperialista, donde hay sectores de la oligarquía financiera que poseen más poder económico que varias naciones juntas, es como afirmar (y ya lo ha dicho en varias ocasiones) que existe un capitalismo justo. Y de hecho, lo presenta a Gelbard como el ejemplo del buen burgués.
Pero la verdadera trampa o fundamentación salta escarbando, no sólo sobre quién era Jose Gelbard, sino el contexto de la lucha de clases en esa época, las medidas que necesitaban. En términos económicos se estimaba que aumentar la productividad del trabajo era vital para alcanzar la acumulación de capital necesario con el fin de que la Argentina avanzara hacia una nueva etapa de crecimiento económico basada en la producción de maquinaria pesada y bienes de consumo duraderos, fase planificada en el segundo plan quinquenal de Perón. Esperaban que “al menos “ en el corto plazo, la mayor productividad del trabajo (¿les suena?) se debía originar en un aumento de la producción del obrero a partir de la maquinaria existente.
Pero para poder avanzar, la burguesía intentó atacar en tres planos: revisar los planes de incentivos laborales estableciendo nuevas tasas de bonificaciones, tratando de disminuir los tiempos de ejecución del trabajo, los incentivos por pago de resultado-trabajo; eliminar los contratos que regulaban las condiciones de trabajo y que limitaban los derechos de las empresas en lo relativo a movilidad de la mano de obra y especificaciones de las tareas; y garantías de beneficios sociales.
Todas estas medidas resultaban inaceptables para los trabajadores, las conquistas alcanzadas eran innumerables y las cláusulas llevadas a cabo en el primer año del gobierno de Perón, como las comisiones internas y delegados que no podían ser despedidos ni durante el mandato ni luego de este, se constituían en una traba. En las fábricas y los talleres, el poder de las masas obreras era total. Decía Gelbard en un discurso en el Congreso de la Productividad: “Asumen en muchas empresas las comisiones internas sindicales que alteran el concepto de que es misión del obrero dar un día de trabajo honesto por una paga justa. Tampoco es aceptable por ningún motivo que el delegado obrero toque el silbato en una fábrica y la paralice. Es urgente restablecer la sana disciplina en las industrias que son hoy algo así como un ejército en el cual mandan los soldados y no sus jefes.”
Transportado a la actual etapa, el discurso de Cristina Kirchner, fue un mensaje a los monopolios, asumiendo una clara posición de clase, disfrazada de una supuesta defensa de una burguesía de carácter nacional que no existe. Justo en el mayor período de concentración monopólica, donde lejos está de tener una vuelta atrás. Cuando los grandes capitales tienden a una mayor internacionalización y concentración, hecho irreversible en la fase imperialista del capitalismo.
Muy por el contrario, precisamente, el acuerdo social está en consonancia con poner todo el esfuerzo en ver de qué manera se sostiene la tasa de ganancia, basado en la productividad. Y para eso es necesario encorsetar y desorganizarla lucha de clases con planteos fallidos del pasado y descontextualizados en el presente, como una forma de engaño. Total, en el capitalismo fácil es vender que todo pasado fue mejor.
Decía un mediocre periodista llamado Aliverti, que el discurso de la ex presidente fue una jugada maestra que corrió por derecha al macrismo y que “los de ideologías puras no tienen lugar a opinar”. Tales conceptos constituyen (mas allá de lo desclasado del personaje) un insulto a la historia de luchas y sacrificios de nuestra clase obrera y el pueblo, donde ponerse a la defensa del discurso de la ex presidente de tal manera, no dejan dudas que, a confesión de partes, relevo de pruebas.
En estos momentos difíciles y complejos, los revolucionarios debemos ser claros, firmes, bien pegados a los principios y a la lucha política siempre, como nos marcaron nuestros fundadores. La misma debe estar basada antes que nada en la independencia política, y para algún desmemoriado, le recordamos que en los años70 el nefasto GRAN ACUERDO NACIONAL acordado por Perón y el General Lanusse, fracasó por la acción política de los revolucionarios y la enérgica y tenaz lucha de la clase obrera industrial.